―Mis niños hicieron un examen el jueves, y con todo lo sucedido no he podido terminar de calificarlos―Respondió ella―Voy a ir a una cafetería, calificar exámenes. Pagar unas cuentas que me hacen falta, ir a la biblioteca a devolver unos libros, y después, veré que otras cosas pendientes tengo que haya olvidado.

Jamila hizo una mueca―¿Examen de qué?

―Verbos en pretérito.

Jamila chasqueó los dedos―Ahora que recuerdo, Angie, ¿Te acuerdas de Angie, verdad, mi hermano?

Armelle encontraba gracioso que al día de hoy, Jamila le preguntara sobre su familia, como si no llevara años de conocerlos, y hubiera dormido bajo el mismo techo en esas ocasiones en que hacían pijamadas y se quedaban despiertas hasta altas horas de la madrugada. Angelo, apodado Angie por su familia, era el hermano más pequeño de Jamila. Tenía quince años, y adoraba a Armelle como si fuera su propia hermana. Solían hablar sobre música, películas y libros. Angie era un buen chico―Claro que me acuerdo de Angie.

―Bueno, el caso es que mi mamá estaba MUY enojada con él porque reprobó su último examen de español. Ya sabes que el idioma es mi fuerte, y la historia el de él. Se le dificulta mucho. ¿Crees que podrías darle tutorías, aunque sea una o dos veces por semana para que pueda mejorar? No puede reprobar el año, mi mamá lo desheradaría.

―Claro, sería un gusto―Dijo Armelle. Hizo una pausa, antes de agregar―Darle tutorías a Angie, no que tu mamá lo desherede.

Jamila le sonrió, mientras tomaba una manzana y la metía a un bolso pequeño, que llevaba dentro un termo y un par de tuppers, y la cerraba―Sé lo que querías decir―Se acercó a ella y le dio un breve abrazo―Nos vemos más tarde, bye.

―Bye―Jamila salió de la cocina y después, Armelle escuchó la puerta de la entrada cerrarse y el seguro asegurarse, dejándola completamente sola en el interior de la estancia. Sirvió en el plato que su amiga le había entregado una cantidad decente de cereal y leche, y lo batió con la cuchara, esperando a ablandar un poco el contenido. Nunca le había gustado el cereal crujiente.

Se lo comió en silencio, tratando de disfrutar de esos momentos de paz y aplicando los ejercicios que su psicóloga le había puesto a practicar cuando tuviera ansiedad. Cerró los ojos y se concentró en la sensación y el sabor del cereal en su boca, la diferencia de temperatura entre el líquido y el sólido. No como una crítica, algo que odiaba o que disfrutaba, si no más bien, de carácter curioso. Se llevó otra cucharada a la boca y siguió repasando las características que podía nombrar de su alimento mentalmente, así como el tacto de la cuchara, el metal frío y duro entre sus dedos, el sonido que desprendía el choque entre el plato de cerámica y la cuchara al tomar la comida. Cuando abrió los ojos, después de terminar su desayuno, se dio cuenta de que en todo el rato que había estado concentrada en la actividad, no había tenido pensamientos relacionados con su ansiedad y había dejado de rumiar. Un pequeño alivio se extendió por su ser, mientras se ponía de pie y tomaba su teléfono.

Ahora, tenía cosas qué hacer.









A ARMELLE NO LE GUSTABA LA VIDA DE ADULTA. Cuando en las series y películas te aseguraban que era divertido, podías salir a bailar y beber todos los días, tener una relación estable con un hombre blanco heterosexual con un empleo que le hacía ganar millones, vivir en una mansión,  que tu mayor problema fuera pensar si la playera azul combina con el pantalón amarillo por las mañanas, te estaban mintiendo. Cuando eres adulto, existen los empleos, las responsabilidades, la vida independiente, las cuentas por pagar, las crisis existenciales, las vacaciones de dos semanas por año, la cárcel, los impuestos. Armelle odiaba los impuestos. Mientras se encontraba parada en la larga fila del banco bajo el sol, esperando para transferir el dinero del pago mensual de su automóvil, consideró seriamente levantar una demanda a Hollywood por llenar la cabeza de los niños y adolescentes de falsas expectativas respecto a la vida adulta.

sweet nothing ❪spencer reid❫Where stories live. Discover now