Rodrigo se puso a buscar algún objeto duro y pesado para lanzar a Dónegan y entonces la vio. Allí estaba, al alcance de su mano. Un arma pequeña pero poderosa.

Sin pensarlo dos veces estiró la manga de su camisa para cubrir sus dedos y cogió la llave que todavía seguía puesta en la puerta del armario: la misma llave-trampa que había servido para atrapar a Óliver dentro del baúl. Reuniendo todo su valor, respiró hondo y gritó:

—¡Eh, Dónegan!

El caballero rubio le dirigió una mirada de reojo, sin perder de vista a su presa en ningún momento. Entonces Rodrigo le lanzó la llave a la cara. Sin perturbarse, Dónegan la desvió con un leve giro de mano, como si no fuera más que una molesta mosca, pero en cuanto la llave tocó su piel, Dónegan desapareció. Un instante después se le oía dar golpes dentro del baúl.

—¡Rodrigo! —exclamó Aixa— ¡Lo has atrapado!

—¿Qué ha pasado? —preguntó Balkar, poniéndose en pie y recogiendo su espada del suelo.

—La llave lo ha teleportado al interior de ese baúl —explicó Rodrigo, mientras que del interior del arcón salían los gritos ahogados de Dónegan—. Es una de las trampas de Mirena para que nadie toque sus cosas.

—Me has salvado la vida, Rodrigo —dijo Balkar—. Me has salvado y has conseguido atrapar a un traidor asesino. Creo que todos estamos en deuda contigo.

—También hay que agradecérselo a Óliver —dijo Rodrigo—. Gracias a él pudimos saber que la llave era una trampa de Mirena.

—¡La pobre Mirena! —dijo Balkar, arrodillándose a su lado—. ¿Por qué tuvo que matarla a ella?

—Oh, no está muerta —explicó Óliver, divertido—. Le hemos dado una poción para dormir. Nos robó los anillos y estaba envenenándonos. Era ella la que nos estaba causando nuestra enfermedad. Creemos que estaba compinchada con Dónegan.

—¿Por qué dices eso? —preguntó Balkar.

—Mire esto —dijo Rodrigo, sacando de su bolsillo las cartas que la enfermera les había entregado—. Mirena nos dijo que nos las enviaba usted.

—¡No puedo creerlo! Mirena también nos ha traicionado. El poder de Arakaz llega más lejos de lo que nos creíamos.

El maestre permaneció un momento observando la carta falsa, hasta que finalmente la guardó en el interior de su túnica y se acercó al baúl de bronce.

—Os agradezco mucho todo lo que habéis hecho, muchachos— dijo—. Ahora será mejor que salgáis de aquí.

—¿Quién cuidará ahora de Adara? —preguntó Aixa, señalando a la loba.

—Mirena era la única de nosotros que sabía curar enfermedades —respondió Balkar, sombrío—. Me temo que ahora todo está en manos de la suerte.

—¿Y qué va a hacer con Dónegan y Mirena? —preguntó Óliver—. ¿Va a matarlos?

—No puedo hacer eso —respondió Balkar—, pero me temo que tendrán que pasar el resto de sus días en las mazmorras de la fortaleza. De lo contrario serían un peligro para todos nosotros.

—¿Quiere que le ayudemos a encerrarlos? —preguntó Óliver.

—Ya habéis hecho bastante por hoy. Seguro que vuestros amigos estarán deseando que les contéis todo lo que ha pasado aquí.

Rodrigo Zacara y el Espejo del PoderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora