É BREVE NARRANDO

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Seré Breve Narrando

De Onofre Castells

Onofre Castells – Seré Breve Narrando

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E

ste conjunto de cuentos está dedicado a Camino por su paciencia, a Dolors por

aguantar los chaparrones de lectura inesperada, a Marta por su estupenda dicción y corrección, y a Fran por sus comentarios de fin de semana.

Copyright © Onofre Castells, 2009 Fotografía de la portada realizada por Xavier Font

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De Onofre Castells

UN RASTRO________________________1 HILOS DE PENSAMIENTO___________7 LA VISITA_________________________14 DESCARGANDO MEDICINAS_______21 CÁPSULA CEREBRAL C2505________30 CIERRA LA BOCA_________________34 CENIZA___________________________37 CUESTIÓN DE FE__________________38 DESPERTADOR____________________46 CARTA CERTIFICADA_____________57 EL JEFE DE FINANZAS_____________58 ENCUENTRO FUGAZ______________68 EL MEJOR MOMENTO ____________76 ILÓGICAMENTE ATRAPADO_______78 ISHIKAWA Y LAS FOTOS___________84 LA REFORMA_____________________90 LASSO____________________________95 LOS DESBOSCS___________________113 ¿QUÉ ESTÁ LEYENDO?___________123 UN NUEVO DESTINO_____________127 ABATIDO________________________132 FUEGO__________________________146 VIAJE A SIAPOEF_________________150 EN VANO_________________________156 EN BUSCA DE TU TIEMPO________165 LEX ARTIS_______________________166 DOBLE Y MITAD_________________172

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ACTOR O IMPOSTOR_____________179 VIGILANCIA PREVENTIVA________190 VIDA Y MUERTE__________________192 EL CAMINO DEL BOSQUE_________200 REFLEXIÓN FINAL_______________208 LA CANCIÓN_____________________211 DOS NOVELAS___________________215

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UN RASTRO Caí en el onanismo y en el sexo esporádico con mujeres que ni siquiera conocía. El mundo me parecía una broma de mal gusto y quería simplificar mi vida. Intentaba eludir todo tipo de responsabilidades y la gente me veía como una persona egoísta, superficial e infantil. Mi existencia, frugal y perecedera, era simple y monótona. A veces tenía la sensación de estar encarcelado en una Barcelona gris y previsible, de la que me resultaba imposible escapar. Era incapaz de sacar lo bueno de lo que me rodeaba y una auto-flagelación mental me acuciaba exasperadamente. Y de esta guisa transcurría mi vida entre el trabajo y la soledad de mi casa, con la amargura recorriendo mi interior, sabedor de que las cosas no me marchaban bien, y que al mismo tiempo, no hacía nada para evitarlo. Naturalmente esto afectaba a mis relaciones con mi familia y mis amigos; por parte de mi familia sólo mi madre, viuda desde hacía varios años, se preocupaba de mí y procuraba verme una vez por semana, en tanto que el único amigo verdadero que tenía, habiendo desechado la idea de entenderme, seguía mis movimientos de cerca. De esta forma, durante varios años, transcurrió mi latosa existencia hasta que un suceso –aparentemente insignificante– ocurrido en un restaurante, marcó el inicio de un cambio en mi vida al que me vería abocado fatalmente. La mesa estaba rodeada en tres flancos por una estantería repleta de libros de temáticas dispares, una pared en la que se mostraban enmarcados copias de recortes de prensa de la exposición universal 1

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de Barcelona en 1888 y una gran tabla de madera que servía de respaldo a un banco en el que me sentaba yo. Éramos seis hombres de mediana edad que, como cada jueves, nos reuníamos en aquel restaurante para comer y, de paso, comentar las últimas novedades de la empresa, la política y el fútbol. La mayor parte del tiempo me mantenía en silencio y asentía con una sonrisa forzada, moviendo la cabeza de forma mecánica. En realidad, poco me preocupaba de lo que se dijera en aquella mesa, mi pensamiento no estaba allí y quizás tampoco estaba en ninguna parte. Aquel día tenía que pagar dos menús, el que estaba comiendo en aquel momento y el de la semana anterior por una avería del datafono del restaurante. Alejandro, un tipo de mirada incisiva y pelo alborotado, servía generosamente el vino en las copas vacías mientras hablaba con ímpetu de las consultas por la independencia en Cataluña, dejando claro que, para él, aquello era una pérdida de tiempo: «Se trata de una forma de desviar la atención. Los problemas reales no se solucionan con una puta consulta de independencia». Esto provocó un encendido debate verbal en el que yo, siguiendo mi habitual actitud, me mantuve al margen. La comida transcurrió animada; independistas y antiindependistas no llegaron a un acuerdo como es natural, y cuando llegó la hora de pagar la cuenta, el camarero me pasó en un platillo los dos tickets correspondientes a los dos menús. Clavé mi mirada sobre el ticket de la semana anterior, en el que figuraba escrito a bolígrafo el nombre al que iba destinado, y me sentí perplejo; no era mi nombre, sino el de Alejandro. Entonces llamé al camarero para aclarar la cuestión:

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