Capítulo 1.2

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Evangeline se despertó en medio de un mar de sudor con un aullido desgarrador. De repente la inmensa cama invadida de peluches de varios tamaños le pareció infinitamente grande y paradójicamente, solitaria. Se secó el rostro sudoroso con el dorso de la mano y trató de relajar su agitada respiración mientras aferraba contra su pecho a un perrito de felpa, achocolatado que sujetaba un corazón que decía: Vesna. Era su preferido. Según su teléfono aún eran las cinco de la mañana, la hora perfecta para salir a correr, cualquier día.
Se sentó en la cama buscando sus pantuflas rosas de conejitos y se quedó suspendida unos instantes pensando en el horrible día que le esperaba mientras se rascaba suavemente con la yema de los dedos su tatuaje más reciente, en la parte interna del antebrazo izquierdo, una flecha negra de unos quince centímetros aproximadamente, dibujada con trazos finos y un emplumado rellenado en negro que apuntaba a su otro tatuaje en la parte interna de la muñeca, el símbolo sueco de Malin. Este era su tatuaje número diecisiete y como siempre decía, el último.
Hoy era el aniversario número 100 de Hotel Stone's, el hotel más antiguo de Suntown y uno de los más antiguos del país entero. Su amiga del grupo de ayuda al que asistía y clienta personal, Emilia Stone, la hija del dueño del hotel, le había enviado una invitación. Solo aceptó a ir porque sus amigos Alejandra, Leonardo y Víctor irían también, detestaba esos eventos épicos dónde, sin dudas, estaría su padrastro. Aunque, todavía podría arrepentirse de ir, todo dependía de como pasara el resto del día.
No le dio más vueltas al asunto, se cepilló los dientes, se lavó el rostro, se puso una licra negra que moldeaba sus curvas perfectas seductoramente, su sudadera gris y sus deportivas y bajó mientras se recogía su ondulado cabello rubio en una coleta, antes de cerrar la puerta le echó un vistazo a su enorme y solitario ático pensando en que debería mudarse a un lugar más pequeño cerca de Paradise, después de todo pasaba la mayor parte de su tiempo libre allí.
En cuanto le dio los buenos días al conserje del edificio se colocó los auriculares y salió en plena carrera mientras la música de Lady Gaga inundaba sus oídos. Corrió durante varios minutos a todo lo que daban sus fuerzas y cuando ya no pudo más, sus lágrimas salieron en torrentes de sus ojos. Le había hecho mucho daño a mucha gente, tanto daño o más del que le habían hecho a ella, pero nunca se sintió tan culpable como ahora, nunca había sobrepasado el límite y desafortunadamente lo sobrepasó con una amiga, una persona que la quería. 
Jake Whitmore también despertó a las cinco de la mañana, con su musculoso cuerpo inundado en sudor y enrollado en las caras sábanas negras tras haber soñado con una pesadilla que hacía años no perturbaba sus sueños: la muerte de sus padres. Los había perdido cuando tenía apenas veintiún años en un accidente automovilístico que él mismo había provocado. Tras haber discutido fuertemente con ellos porque quería dejar la universidad cuando estaba casi terminándola, él no quería hacerse cargo de la empresa de su padre y se arrepentía enormemente de haber desaprovechado su tiempo estudiando arquitectura, quería ser pintor, amaba pintar y deseaba dedicarse de a lleno a ello, no quería modelar solo casas y edificios, quería pintarlo todo y dejar sus sentimientos plasmados en el lienzo, no en una edificación, pero sus padres nunca lo permitieron. Esa noche se marchó medio ebrio a una fiesta y de regreso a casa lo detuvo la policía. Sus padres fueron a buscarlo a la estación y cuando regresaron ocurrió el nefasto accidente donde solo sobrevivió Jake.  
Jake decidió salir a correr también, siempre gastaba sus energías en su gimnasio, pero ese día deseaba correr por la calle, ver a los peatones, los autos, los árboles, necesitaba relajarse con las vistas mientras escuchaba la música clásica que tanta paz le otorgaba. Pero lo que más necesitaba era alejarse de los recuerdos que tenía en su casa y de sus hermanos, esa mañana Jake necesitaba paz y allí no la encontraría. 
Los ojos de Evangeline estaban tan cegados por las lágrimas que no vio a Jake que venía trotando en dirección contraria. Él, al ver enfrente corriendo a una dama llorosa, que venía directamente a sus brazos, se quedó estupefacto contemplándola. Se detuvo en seco al reparar bien a la mujer que se dirigía a él, rubia, de cejas perfectamente delineadas y del color exacto de la raíz del cabello que se volvía un blanco nevado hasta las puntas de la coleta que se movían de un lado al otro, al compás de las moldeadas curvas de sirena de sus caderas y se sus piernas proporcionales al resto del cuerpo excepto con su fina cintura. Y sus senos, sus voluptuosos senos cuyo tamaño se ocultaban inútilmente debajo de la sudadera y que se alzaban con el ágil trote de la muchacha, pero ese cuerpo perfecto no le impresionó tanto como ese rostro angelical con ojos verdes como pozos de esmeralda fundida que a pesar de las lágrimas se veían deslumbrantes. Era la perfección con piel color marfil, era una Diosa hecha para amar. Era lo más apetecible que había visto jamás, lo más deseado que había tenido el placer de contemplar, era como una tentación que tenía que probar, que tenía que pertenecerle… cuando despertara del trance. 
Evangeline chocó con el cuerpo estupefacto de Jake y lo hizo salir shock, pero ni siquiera lo miró, ni se disculpó, siguió con su carrera hasta el parque al final de la calle. Jake volvió a respirar cuando sintió el impacto de su cuerpo y maldijo por su propio aturdimiento, la siguió despacio, absorto, embelesado en su maravilloso trasero. Ella se detuvo en el césped, cayó de rodillas y luego se acostó a mirar el cielo y a dejar que sus lágrimas salieran libremente de sus ojos. Jake estaba a metros de aquella criatura herida, un sexto sentido pedía a gritos que corriera a su lado y la estrechara en sus brazos para hacer suyos los jadeos que se le escapaban por la carrera, consolarla, ayudarla y darle cariño, se veía tan necesitada de cariño. Pero estaba petrificado, no podía hacer otra cosa que no fuera mirarla, contemplarla.
Pasaron los segundos, los minutos y ella estaba allí llorando en silencio y él mirando sin poder moverse, con voluntad apenas para respirar. Evangeline suspiró, se secó las lágrimas y caminó hasta la calle para coger un taxi. Jake la siguió lentamente, queriendo llamarla, pero sin poder articular palabra, sin poder apresurarse hasta que la vio subir al auto y marcharse. Respiró profundamente y se dejó caer de rodillas mientras la ira crecía dentro de él ¿Cómo había reaccionado tan inútilmente? Ni siquiera pudo acercarse.
– ¡Estúpido inútil! – masculló. Por fin había salido completamente del trance, pero ya era tarde.
Evangeline llegó a su casa tan desolada como había salido, al entrar divisó a su nana en la cocina, hubiese deseado ser invisible en ese momento para no provocarle a esa mujer el dolor de verla así devastada, era una de las personas que más la quería, había estado con ella desde que era un bebé e incluso le daba más cariño que su madre quien la besaba solo cuando cumplía años. Aunque Angie es lo más cercano a una hija que Anna tiene, nunca se casó ni tuvo hijos, pero encontró una familia con Evangeline. Cuando se marchó de casa de su padrastro ella la acompañó y se convirtió en su ama de llaves.
– Buenos días Angie – la saludó sin cambiar la vista de los huevos revueltos que estaba haciendo –. Saliste a correr temprano.
– Buenos días Nana – respondió caminando deprisa en dirección a su habitación –, me desperté antes y no pude volver a dormir. Voy a darme un baño, regreso ahora.
Suspiró aliviada, afortunadamente no le había visto el rostro.
– ¿Angie? – la llamó extrañada e hizo que se detuviera en seco, pero sin volverse –. ¿No vas a tomar café?
– Después – respondió mientras volvía a andar.
– ¿Estás enferma? – se asombró, Angie siempre tomaba café cuando regresaba de la carrera matutina.
– No – dijo secamente antes de comenzar a subir la escalera –, estoy perfectamente.
En cuanto cerró la puerta de su habitación se recostó a la pared de al lado, agotada y pensativa, tratando de volver a tomar el control de sus emociones. Segundos después Anna irrumpió en la habitación.
– Si no quieres decirme que está mal contigo no lo hagas, pero tómate tu café.
Angie la miró impasible, al menos ahora estaba controlando sus sentimientos.
– Sabes que te conozco como si te hubiese parido.
– Lo sé, gracias por el café – respondió extendiendo la mano para coger la taza de café y a la vez le sonrió con ternura – y deberías llamar a la puerta ¿Qué harás cuando entres un día y te encuentres a alguien desnudo en la cama?
– ¡Por Dios! – exclamó con una sonrisa –. Llevo años esperando eso. Ya viene siendo hora de que amanezca un hombre en esa cama. Lo necesitas.
– Nana, no necesito un hombre, cada vez que quiera uno solo tengo que chasquear los dedos.
Le sonrió con sagacidad y se dio un sorbo de café.
– Pues aquí no he visto ninguno que no sea Víctor, y él no duerme en tu cama.
– Anna – le dijo e hizo una pausa para beber –, cuando veas un hombre aquí en esta cama, te aseguro que será para casarme y como que nunca me casaré, no lo verás.
– Todavía eres joven, no pierdo fácilmente las esperanzas – le acarició la cabeza con cariño y se marchó.
Evangeline pasó el resto del día haciendo bocetos para joyas. Ella y su hermana tenían una joyería y su misión era diseñar y hacer joyas, su hermana hacía el resto, tenía la facilidad de duplicar el dinero como por arte de magia. Evelin se encargaba de administrar la fortuna de Evangeline y hacerla crecer. Ahora estaban preparándose para una subasta benéfica que tendrían la próxima semana. Ambas presidían una fundación para ayudar a los huérfanos de todo el mundo.
Sobre las cinco llegó su estilista y amiga, Madison, ella era otra de las cosas que tenía en común con Emilia, compartían la misma estilista y la misma modista. Madison, además de trabajar para ella, era su amiga a medias, nunca estaría al tanto de los oscuros secretos que guardaba Angie, esos solo los conocían Víctor, Ale y Leo, y sin embargo no los conocían todos. Pero de cierto modo, le hacía bien fingir ser una persona normal con ella, la hacía sentir ordinaria, aunque no lo fuera.
– ¡Hola Angie! – exclamó irrumpiendo en la habitación. Llevaba dos bolsas en una mano y el vestido y los zapatos de Eva en la otra.
– Hola ¿Por qué nadie toca en la puerta de mi habitación? – se preguntó para ella misma, pero sin intención lo dijo en voz alta.
– Lo siento, siempre me olvido – se disculpó sin parecer arrepentida.
Voy a darme una ducha, pon las cosas donde desees.
– ¿Aún no te has bañado? ¡Estás retrasada! – la reprendió.
Evangeline viró los ojos en blanco y se dispuso a poner música.
– Faltan dos horas, créeme, estamos a tiempo. Ah, dile a Anna que traiga una botella de vino porque necesito empezar a relajarme.
A las seis y media ya Angie estaba maquillada y peinada deslumbrantemente. Madison le había traído un vestido largo, hasta el suelo, de color mauve de gasa y con encaje en la parte superior, con corte princesa, escote en V, de la espalda al aire y con un lazo donde volvía a comenzar la tela a la altura de la cintura permitía ver perfectamente el tatuaje del atrapasueños que comenzaba unos centímetros debajo de la nuca. Madison le había recogido el cabello en un elegante peinado y después le había tirado un montón de fotografías.
– Vaya, estás deslumbrante – le comentó Madison.
– Gracias – le dijo guiñándole un ojo seductoramente. Evangeline era una mujer llena de seducción y coqueta capaz de desarmar a cualquiera con sus encantos sin distinción de sexo.
– Guárdate esos encantos para un hombre, conmigo no valen – bromeó Madison mirándola de soslayo. Angie se limitó a sonreír y se rellenó la copa de vino para esperar a que sus amigos pasaran a recogerla.

Preludios de un Amor Instintivo Where stories live. Discover now