Lo cogí con cuidado, junto con algunas fotos que se habían deslizado por las baldosas de mármol. Me senté en la alfombra con las piernas cruzadas y observé las imágenes. En la primera, una apuesta muchacha posaba delante de la torre Eiffel con una gabardina beige que casi le llegaba a los tobillos, su pelo, color ceniza se desataba alborotado debajo de una boina color crema, posaba alegremente dejando ver una fina sonrisa enmarcada por unos labios pintados de carmín.

En la siguiente, aparecía la misma muchacha delante de un bonito establecimiento: Apenas un pequeño escaparate incrustado en una fachada de piedra. Encima, un gran letrero de madera oscura anunciaba el nombre de lo que era una tienda de libros: Feraud libraire escrito en bonita caligrafía dorada y cursiva. Era una esas pintorescas tiendas que habitaban en los recovecos más escondidos de París, los cuales mi madre, era experta en encontrar. Junto a la joven había un chico alto y robusto con el pelo rubio y desaliñando, mostrando una enorme sonrisa que destacaba en su cara delgada. Llevaba pantalones de cuadros y unos tirantes por encima de una camisa blanca un poco arrugada. Este lanzaba una mirada risueña a la joven. Con una mano la sostenía, pasándole el brazo por la espalda y con la otra le tendía una rosa. Ella apoyaba la cabeza sobre su hombro. Parecía que no había pasado mucho tiempo entre una foto y otra puesto que la muchacha llevaba la misma ropa.

Una lágrima calló sobre mi rodilla. Eran mis padres. Cada vez que llegábamos a esa gastada fotografía mi madre me contaba cómo se conocieron. Había perdido la cuenta de las veces que había escuchado la historia de la pareja prestando atención a cada detalle como si fuera la primera vez que la escuchaba. A veces, yo pedía a mi madre que me la contara una vez más, aunque ya me la supiera de memoria, sólo para ver cómo le brillaban los ojos al hablar de mi padre.

Se conocieron en París, durante uno de los viajes de mi madre. Estaba sentada en una de las cafeterías de Montmartre, cuando un camarero le tiró la taza de café encima. "Me manchó mi blusa favorita, pero no le puedo agradecer más a la vida que lo hiciera". Susurré mientras escuchaba cómo lo decía mi madre en mi cabeza como siempre hacía al llegar a esa parte de la historia. Tras el accidente, mi padre la invitó a un croissant de mantequilla e hizo un astuto alago sobre el libro que tenía sobre la mesa. Eso despertó la curiosidad de mi madre y esa noche pasaron horas y horas charlando a orillas del Sena, siendo el comienzo de una bonita relación.

James, mi padre, era escritor, pero no un escritor cualquiera, sino esos que aman las palabras, esos que disfrutan con cada letra, esos de los que un día te escriben un poema de amor, y al otro una novela de aventuras. Para él, cada obra era un pedacito de magia. Trabajaba de camarero de día para convertirse en un artista de noche. Era esa clase de hombre enigmático y culto que a mujeres como mi madre le traían loca. Al parecer, la librería de la foto era uno de los sitios favoritos de la pareja.

Pero tal y como me había contado mi madre, había cerrado en época de crisis económica, abriendo en su lugar un refinado local de licores y cócteles. Y justo ahí, decía una de sus famosas frases que yo admiraba:

"Hoy en día cariño, no todo el mundo está preparado para los sentimientos que un buen libro te puede transmitir." Después proseguía con la historia:

"Pero lo que más me gustó de tu padre, Laura, no es solo que fuera el hombre más interesante que había conocido. Era su corazón."

Y así, recorrieron toda la ciudad juntos, mientras que mi padre le improvisaba pequeños poemas, hasta conseguir el corazón de la neoyorquina y convencerla para vivir juntos en la capital francesa. Mi madre, era restauradora y profesora de arte, por lo que no había mejor lugar en el que aprender y trabajar. Lo que iban a ser meses se convirtieron en años, hasta que se casaron. Abrí el álbum y rebusqué hasta dar con una de mis fotos favoritas. En ella aparecían ambos vestidos de blanco: mi padre, con pantalones y camisa medio abierta, y mi madre, con un sencillo traje de tirantes que el viento ondulaba. A su alrededor, había farolillos de papel y guirnaldas de flores.

Mares de Tintaحيث تعيش القصص. اكتشف الآن