─Mi príncipe ─saludó el joven león, bajando su cabeza.

─Jaime ─saludó él del mismo modo, su voz salió rasposa, nada a lo que el Lannister alguna vez acostumbró a oír.

─Debo llevarlo ante vuestro padre ─musitó, diciendo aquello pausadamente─, vuestro juicio ha llegado.

Rhaegar asintió con su cabeza.

─¿Lord Stark?

─Serán enjuiciados antes que usted, mi príncipe.

─¿Crees que haya una oportunidad para sacarlos de aquí, Sir Jaime? ─le preguntó pero el joven león no hizo más que negar.

─Dudo que sea posible ─musitó él─, pero vuestro padre espera por la llegada de la princesa.

─¿Mae? ─preguntó él, sus ojos se habían iluminado como si fueran dos enormes luceros en la estrellada noche, Jaime sintió que debía darle la oportunidad de reunirse con ella una última vez─. ¿Está aquí?

─Se han visto los barcos de la princesa, ha de estar por llegar en la ciudad en cualquier momento ─musitó él─, aunque no creo que sea una buena idea que esté por aquí.

─¿Mi padre?

─Sí, no he logrado localizar a sus pirómanos ─musitó, Rhaegar arrastró sus pies con pesar en el suelo─, pero he enviado a Sir Lewin a continuar la búsqueda, espero que podamos atraparlos antes de que...

No hizo falta que continúe para saber de qué hablaba, si su padre avisaba que enciendan aunque sea un solo barril de fuego valyrio, el daño a pagar sería demasiado grande; no deseaba que nada de eso sucediera, quizá debía hacer el suficiente tiempo para que Maegelle consiga llegar allí.

─Si algo sucede, asegúrate de poner la vida de los Stark a salvo.

─Eso no-...

─Hazlo, Jaime, por favor. Maegelle no necesita que el Norte le guarde rencor.

─Ella es un dragón ─musitó él─, dudo que le importe que unos cuantos norteños le guarden rencor.

Por alguna razón, Rhaegar comenzó a pensar que quizá tenía razón.

─Solo hazlo. Por favor.

Jaime asintió sin decir nada más, y Rhaegar finalmente divisó la sala del trono. Allí, sentado sobre las dos mil espadas de los enemigos caídos de Aegon, se encontraba su padre, con su corona en la cabeza y ese par de ojos desbordantes de locura. Lo observó como si fuera su peor enemigo, como si estuviera sosteniendo una espada filosa contra él.

No muy lejos de él, se encontraba Lord Stark puesto de rodillas ante el trono y con su cabeza baja, a un metro, estaba Brandon, llevaba una soga sobre el cuello y se encontraba atado a un pilar. Rhaegar evitó comentar al respecto. El heredero del Norte lo observó, fue indescriptible lo que intentó transmitir con su mirada, quizá fuera desprecio, rencor y hasta un poco de lástima por el estado deplorable en que posiblemente se encontraba. Mientras más observaba a Rhaegar, más se percataba de que el brillo que alguna vez lo destacó había desaparecido como cuando soplaba una vela en medio de la noche. Toda la magia que alguna vez se escuchó de él, no existía.

Era un hombre tan ordinario como él.

─¡Mi hijo traidor! ─saludó Aerys, sonriéndole. Rhaegar no respondió─. ¿Cómo han estado los calabazos? Siempre escuché cuánto repudio tienen a los calabozos de la Fortaleza, por todos los fantasmas que transitan por allí.

Rhaegar no iba a responder, mordió su lengua para evitar hacerlo, y sin dudas habría logrado hacer que su padre pierda los estribos al ser ignorado de no haber sido porque el bocón de Brandon Stark no pudo contenerse.

call of silence.       robert's rebellionWhere stories live. Discover now