Dylan me da un apretón en la mano para captar mi atención y siento la palma de su mano sobre la mía. La fuerza de sus dedos. La fría plata de los anillos sobre mi piel. Su dedo pulgar acariciando en círculos el dorso de mi mano. Las yemas transmitiendo la energía de su cuerpo. El fuego de su interior, que cada vez cubre más terreno.

—¿Todo bien? —pregunta, apretando mi mano una vez más.

—Sí.

Mejor que nunca.

Asiento rápidamente con la cabeza y aparto la mirada.

Durante los minutos que permanecemos en silencio mientras las azafatas dan indicaciones e informan que hemos dejado la tormenta atrás, Dylan y yo permanecemos unidos. La tempestad ha pasado, pero no quiero abandonar el refugio aunque la calma haya llegado a mí. Quiero quedarme aquí hasta que toquemos suelo firme, que sus dedos sigan moviéndose entre los míos manejando la duda, pero agarrando mi mano con seguridad. Espero que no quiera soltarme, todavía no. Es demasiado pronto.

—Dylan ¿me harías un favor? —le digo, tras meditar la decisión en silencio. Él asiente con la cabeza. No parece sorprendido, sino expectante ante lo que sea que quiero pedirle—. ¿Podrías leer unos mensajes por mí?

—¿Por qué no quieres leerlos tú?

Cojo el móvil y se lo doy desbloqueado.

No me suelta la mano, utiliza la otra para agarrar el teléfono.

—Es el primer chat.

Dylan asiente con la cabeza una sola vez y clava sus ojos en la pantalla. Frunce el ceño.

—¿Quién es Tyler?

—¿Siempre eres tan preguntón? —él no responde—. Es un amigo.

—Ya —se limita a decir, irónico.

Devuelve la vista al móvil y observo como se mete en el chat. Hay muchos mensajes, pero no alcanzo a leer ninguno. Mejor. No quiero hacerlo. Me basta con saber si mi vida corre peligro o, de lo contrario, podría aterrizar en Vancouver con la total seguridad de que al poner un pie en tierra firme, él seguirá tan lejos como lo está ahora en mi cabeza.

—Pero ¿Qué cojones? —masculla Dylan, sin levantar la vista del móvil. A los pocos segundos parece haber terminado de leer todo, porque me mira con los ojos muy abiertos—. Esta mierda es denunciable.

—No quiero saber lo que ponen —me apresuro a decir—. Solo dime una cosa ¿Puedo estar tranquila? O... —en mi garganta se forma un nudo que me impide continuar hablando. Tengo que tragar saliva de forma gruesa para poder añadir—: ¿Debería preocuparme?

—¿Desde cuando los amigos parecen enemigos?

—Dylan, responde mi pregunta. Por favor.

—No tiene ningún derecho de hablarte así —dice, con dureza.

—Ni tú de meterte en mi vida.

Dylan resopla por lo bajo y baja la mirada hasta el móvil. Yo también lo hago, pero aparto rápido la mirada. Dylan hace algo en el móvil, pero no siento ningún interés por descubrir de qué se trata.

—Si no te importa hacerme un último favor... Borra ese chat.

—En caso de que esta persona lleve a cabo las amenazas, esto es una prueba. Cualquier policía se mataría por tenerlas en sus manos y llevarle preso —le miro, con el rostro muy serio. Él entiende que debe de hacerlo. Debe borrar los mensajes—. ¿Es tu novio? —pregunta, en un murmuro—. No quiero saberlo por cotilleo, pero si es así... El amor no debería de sonar como lo hacen sus palabras. En el amor no debe de haber muertes.

—Nadie va a morir por amor, Dylan.

En todo caso, él mataría al amor, para así acabar conmigo.

—¿De verdad no quieres saber el contenido de esos mensajes?

—¿De qué me servirá eso? Solo quiero saber si estoy en peligro.

Dylan coge aire profundamente y lo suelta de golpe.

—Si esa persona está lejos no deberías preocuparte, si estuviera cerca estarías en una situación muy complicada.

—Gracias —digo finalmente.

Observo nuestras manos. Siguen unidas, pero ya no lo hacemos con la misma fuerza que antes. Antes de que pueda soltarme, tira de mi mano en busca de mi atención, acerca su boca a mi oído y murmura:

—Lo que hablemos entre nosotros no tiene porqué saberlo nadie. Tu secreto está a salvo conmigo y espero que los míos puedan estar contigo. Pero... será mejor que no le digas a ese cabrón que has pasado parte del vuelo agarrada de la mano de un desconocido.

Siento el corazón reducirse a cenizas. No lo ha quemado, pero está ardiendo. Me hundo en el asiento y clavo la mirada en el respaldo del de delante. La visión se vuelve borrosa ¿Estoy a punto de llorar? No puedo hacerlo. No puede verme así. Y no puedo huir. Ahora mi única escapatoria es salir ilesa de esta situación y para ello tengo que hacer que la culpa que vive en mi interior se difumina cual nube entre la tormenta.

Dylan tiene razón. Si Tyler se entera que estoy en un avión de la mano de un desconocido vendrá a Vancouver nadando, si fuera necesario. Hará lo imposible por verme infeliz. Hará lo que esté en su mano para que vuelva a los brazos que nunca me tuvieron, pero que tuvieron la fuerza suficiente para retener mi alma a su lado. No puedo poner a Dylan en peligro.

—Perdona ¿Te has referido a ti y a mí como nosotros? —inquiero, con el ceño fruncido. Dylan parece desubicado. No le doy tiempo para contestar—. ¿Desde cuándo tú y yo somos... nosotros?

Su mirada se oscurece y muerde su labio inferior con fuerza durante unos segundos. A medida que pasa el tiempo, su labio vuelve a su forma natural, pero algo ha cambiado en él. Su forma de mirar. Esa pequeña sonrisa burlona. La mueca chulesca.

—Nosotros. Tú y yo. El avión. Los pasajeros en OFF. La señora de enfrente. El niño de detrás de mí que lleva dando patadas todo el viaje —aclara, conteniendo una sonrisa chulesca—. ¿Es que en tu cabeza nosotros no es más que la palabra que mejor nos define?

Me libero de su mano.

—Vete a la mierda —mascullo.

—Flequillitos, dame un respiro —está pidiendo a gritos que le tire la botella de agua por encima—. Es cuestión de tiempo que tú y yo dejemos de ser dos desconocidos para ser eso, nosotros

Nosotros Nunca [YA A LA VENTA]Where stories live. Discover now