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Está lejos de considerarse un compositor pródigo o un músico profesional cuando apenas y es un estudiante recién salido de universidad, pero le gusta soñar. Acevedo anota en su maltratado cuaderno fragmentos de letras, notas y acordes que, aunque no son una canción completa todavía, pueden serlo algún día. Cuida esas notas más que su vida; a donde va él, va esa libreta vieja y llena de garabatos y stickers medio desgastados. Es tanto su recelo a mostrar los contenidos de sus páginas que incluso su mejor amigo bromea cada vez que lo ve escribir fervientemente sus ideas antes de que se le escapen.

—¿Me vas a dejar escuchar alguna vez una de las miles de canciones que debes tener guardadas ahí?— le dice Santi sonriendo mientras choca su hombro levemente contra el de Acevedo. Él se ríe de vuelta y hace una mueca como que no sabe la respuesta.

La verdad es que si hay una sola persona en el mundo que no quiere que abra nunca esa libreta, es precisamente Santi.

Y no es vergüenza ni mucho menos lo que le hace querer ponerle cadena y candado y esconder el cuaderno bien lejos de su amigo de la infancia. No, al contrario. Sabe que tiene buenas canciones casi completas, con un par de arreglos aquí y allá estarán listas pronto. Además, Santi siempre lo ha apoyado en todo lo que hace, desde que eran pequeños y Acevedo anunció muy decidido que quería ser músico cuando creciera. Ha estado ahí cuando era pésimo tocando la guitarra y mientras fue poco a poco mejorando, siempre dándole ánimos cuando la frustración era demasiada. Santi es la primera persona a la que va para mostrarle todas sus canciones nuevas.

Todas menos una.

En un rincón de su libreta llena de piezas musicales a medio armar y fragmentos de letras que poco a poco hacen una melodía, hay una en particular que lleva años completa. Los márgenes de la hoja están llenos de pequeños cambios y ajustes que ha hecho a través de los años. El papel incluso se siente frágil de tantas veces que ha abierto, cerrado, escrito y borrado en esas hojas. Ha leído y releído las palabras a tal punto que con cerrar los ojos puede visualizar su caligrafía desordenada formando la letra.

Es una confesión. Una que Santi jamás puede leer.

Acevedo guarda esta canción cerca de su corazón. Desearía tener la fuerza para arrancar las hojas —guardarlas en algún lugar más seguro o incluso quemarlas para que la única evidencia que quede de ella sea en su memoria— pero no puede; sería destruir algo invaluable, borrar toda huella de sus sentimientos por su mejor amigo.

En la privacidad de su habitación se permite tomar su guitarra y canta la canción que le escribió a Santi desde años atrás y que jamás piensa mostrarle. Su voz es suave y casi como si susurrara un secreto. El dolor de saberse no correspondido le cierra la garganta y le llena los ojos de lágrimas que se niega a dejar caer. Es suficiente estar al lado de Santi como amigos, no necesita más que eso; desea mucho más, tanto que le aterra a veces la fuerza de su amor, pero no puede permitirse siquiera pensar en tener algo más que amistad.

Santi sabe que su mejor amigo le esconde algo. No es tonto, por supuesto que sabe que evita cuidadosamente ciertas preguntas y es mucho más evidente cuando se trata de su música. Y sobre todo, la desgastada libreta que contiene las ideas de su amigo le causa una curiosidad terrible.

Porque se conocen de tantos años y sabe que Acevedo es muy privado, nunca ha insistido para que le muestre lo que hay ahí dentro. Sabe que su amigo vendrá a él para mostrarle sus nuevas canciones cuando estén listas. Siempre es y será su primera audiencia. Es algo inexplicable, la sensación de orgullo que le causa saber que Acevedo confía en él para mostrarle sus creaciones antes que a nadie más, antes de dejarlas libres en el mundo. Y es esa misma sensación la que alimenta en parte la culpa de Santi al saber que aun así quiere más; quiere ver con sus propios ojos las páginas que guarda con tanto recelo su amigo.

No es la gravedad ni el viento del mar el que me trae de vuelta a tiWhere stories live. Discover now