Prefacio

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"Tal vez sea un fantasma

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"Tal vez sea un fantasma. Apenas soy un susurro en una nube de humo. Soy un secreto que nadie conoce. Y que nadie va a escuchar. Oh, tal vez sea un fantasma. Un espectro de la injusticia. Una espina sin una rosa. Que algunas personas temen."– Coldplay.

El cementerio Jefferson, en pleno micro-centro de la ciudad, era un lugar húmedo, gris. Con lapidas por aquí y allá, reluciendo las placas de bronce o de estaño barato... Desgastadas por las décadas.

Era un lugar silencioso, a pesar de las muchas visitas que recibía a diario. Era poseedor de aromas tristes, fríos y antiguos... Las flores marchitas dejaban caer sus pétalos como árbol en otoño, las gárgolas parecían llorar en silencio, compadeciendo a sus visitantes.

Las plantas parecían no evolucionar nunca, solo los pinos y abetos se balanceaban allá en la altura. El pequeño bosquecillo que cubría una parte de aquel cementerio parecía resurgir con ganas, en aquel lugar ajeno a todo.

Los animales que allí habitaban eran solitarios, tanto el cuervo como el gato callejero, que casaba ratas en la lejanía. Los pájaros no se animaban a entrar en él, solo las criaturas abandonadas ingresaban. También habitaban los incontables ángeles, con sus alas desplegadas hacia el cielo color ceniza, sus ojos lagrimosos y vacíos... Allí todo estaba estancado, el agua en los charcos, en las fuentes, el aire. El tiempo parecía no importar, el mundo alocado de los transeúntes del otro lado del muro, desaparecía ahí dentro.

En sus innumerables callejuelas con pasillos, repletos de nichos y mausoleos que databan de lejanos tiempos, podías perderte, e incluso no volver a salir. Algunos decían que fue fundado arriba de un cementerio indio y otros que se inauguró después de la Gran Guerra... Pero la verdad era que nadie sabía con exactitud cuándo se había levantado, ya que existían lapidas agrietadas casi enterradas en la tierra, que resguardaban a grandes marqueses y comerciantes del oriente medio o de viejos pintores ya perdidos en el olvido.

Dentro de ese contexto lúgubre la gente paseaba como si nada, sin ver las estatuas, sin fijarse en los gatos solitarios que maullaban, sin temerle a la soledad de la negligencia. Cuando se celebraban los entierros era como si el cementerio se vistiera de fiesta; los cuervos se reunían en los arboles más altos, las esculturas parecían sonreír, y los muertos se alegraban de recibir a un nuevo miembro del club.

El cementerio Jefferson era una belleza solitaria, admirada por pocos pero recorrido por muchos.

Aquel cementerio estaba en el olvido.


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El último aliento de las flores ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora