—¡Ágata! —gritó Adara—. ¿Qué te ocurre?

La mujer estaba de pie, con el cuerpo muy estirado y arqueado hacia atrás. Sus ojos estaban vacíos, como si estuviera soñando.

—¡La muerte! —gritó la mujer—. La muerte se acerca... Piensa visitarnos esta noche...

Nada más decir esto empezó a agitar los brazos como para liberarse de un ataque. Luego cayó al suelo y empezó a dar violentas sacudidas hasta que finalmente se quedó inmóvil. Mirena, la enfermera, acudió inmediatamente a tomarla el pulso.

—¿Está bien? —preguntó Balkar.

—Sí —respondió ella—. Es lo que suele pasar cuando tiene sus premoniciones. Se queda tan exhausta que pierde el conocimiento, pero pronto se despertará.

—Será mejor que la llevemos a su cama, para que descanse —dijo Balkar—. Toravik, ¿puedes llevarla?

El herrero levantó a la mujer entre sus fuertes brazos como si fuera una pluma y se dirigió hacia la puerta del comedor.

—Esta noche nos quedaremos dos de nosotros en cada dormitorio de los chicos —anunció Balkar—. Nos turnaremos y permaneceremos vigilantes durante toda la noche.

—¿Crees que existe algún peligro? —preguntó Adara.

—Las premoniciones de los videntes siempre se cumplen, aunque muchas veces no significan lo que imaginamos —respondió Balkar—. Tal vez sea sólo muera una vaca o un caballo, pero por si acaso tomaremos todas las precauciones posibles.

Adara asintió y giró la cabeza hacia la puerta de la cocina, donde Rodrigo y sus compañeros se amontonaban para ver lo sucedido.

—Voy a llevar a estos chicos a sus dormitorios —dijo—. Creo que ya han visto demasiado.

Adara les ordenó que dejaran todo lo que estaban haciendo y subieran con ella.

—Espero que no contéis nada de lo que habéis visto aquí —les dijo por el camino—. No hay necesidad de asustar a nadie.

Cuando llegaron a la planta de los dormitorios Rodrigo, Óliver y Darion se despidieron de las chicas. Noa tenía la cara muy pálida. Adara también debió de darse cuenta e intentó tranquilizarla.

—No hay nada de qué preocuparse, pequeña. Aquí no hay nadie que quiera hacernos daño. Ya verás mañana como no ha pasado nada. Como mucho nos encontraremos un ratón muerto en medio del pasillo.

A pesar de las palabras de Adara, Rodrigo tardó en conciliar el sueño aquella noche. Por mucho que intentara tranquilizarse, su mente estaba pendiente de cualquier ruido extraño que llegara hasta sus oídos. Por si eso fuera poco, de vez en cuando se oían pasos fuera de las habitaciones, seguramente de los caballeros que montaban guardia. Cuando por fin logró conciliar el sueño debían de ser ya las dos o las tres de la mañana.

A la mañana siguiente Adara llamó a la puerta de su dormitorio para meterles prisa, como solía hacer todos los días. Parecía contenta, así que Rodrigo supuso que no había muerto nadie durante la noche.

—Rodrigo, Darion y Óliver venid conmigo. Tenéis que terminar de recoger la cena de anoche.

Rodrigo se levantó de la cama y miró a sus amigos. Darion ya se había levantado, pero Óliver seguía quieto bajo las mantas. Rodrigo se acercó y le zarandeó el hombro.

Rodrigo Zacara y el Espejo del PoderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora