8. La historia del Rey Garad

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El anciano maestro se detuvo al ver la mano de Óliver levantada.

—¿Querías preguntar algo?

—Si, señor —respondió Óliver—. ¿Cuánto tiempo hace que ocurrió todo eso?

—Hace seiscientos años, aproximadamente.

—Pero usted ha dicho "los hombres vivíamos... los hombres estábamos..." ¿Acaso tiene usted seiscientos años?

A todos se les escapó alguna risilla salvo a Noa, que le miró asustada por su atrevimiento. Afortunadamente el viejo profesor también se echó a reír.

—¿Por qué crees que soy el maestro de historia? Es cierto, yo estaba allí. Afortunadamente pude sobrevivir a todos los horrores de aquella época y las que siguieron, y ahora estoy aquí para contaros lo que pasó.

—¿Pero cómo es posible? —preguntó Vega.

—Tengo el don de no enfermar —respondió el anciano—. Mi cuerpo envejece, pero aún así me mantengo con vida. Supongo que seguiré así hasta que me caiga de una torre o alguien me clave una espada.

Esta vez los seis se quedaron en silencio, con la boca abierta, impresionados por lo que acababan de escuchar.

—Bueno, como os iba diciendo, los hurgos aprovechaban nuestros enfrentamientos para acabar con nosotros poco a poco. Así fue durante mucho tiempo, hasta que un joven llamado Garad llamó a las puertas del castillo de Alithia. Yo mismo le recibí. Estaba demacrado y hablaba una lengua extraña, pero por alguna razón supe que debía dejarle entrar.

»El joven Garad nos enseñó muchas cosas, tales como su propia lengua, que era mucho más avanzada y rica que la nuestra. Pero tal vez la más importante que nos enseñó fue el secreto del acero, que nos permitió hacer armas y herramientas mucho más resistentes. Una vez provistos de armas de acero, nuestro señor comenzó a planear un ataque definitivo contra el reino de Kormak, nuestros enemigos ancestrales. Aunque sus poderes rivalizaban con los nuestros, gracias al acero podríamos vencerlos para siempre. Pero cuando Garad se enteró de los planes del señor, a los pocos días desapareció.

»Cuando llegamos al campo de batalla, descubrimos con estupor que Garad se había unido a nuestro enemigo, y también les había enseñado a fabricar armas de acero. Sin duda se avecinaba una batalla sangrienta, pero entonces Garad pidió hablar con nuestro señor. Las palabras que dijo en ese momento cambiaron el rumbo de la historia.

—¿Y cuáles fueron? —preguntó Aixa.

«No hemos venido a luchar contra vosotros, sino a ayudaros».

»Nuestro señor al principio se rio de él, pero Garad le explicó que en ese mismo momento una legión de hurgos iba camino de Alithia para arrasarla. "Podéis luchar contra nosotros" dijo Garad "pero cuando volváis a casa no encontraréis más que cenizas. Y entre esas cenizas estarán los huesos de vuestros hijos y vuestras mujeres".

»Nuestro señor pensó que era una trampa y ordenó atacar, pero nadie le obedeció. En ese momento todos estábamos preocupados por nuestras familias.

"Si aceptáis nuestra ayuda, entre todos venceremos a los hurgos" dijo Garad. "Lo único que os pedimos a cambio es que lo recordéis cuando sea el reino de Kormak el que os necesite a vosotros".

»Nuestro señor alzó su espada contra Garad, pero justo en ese momento una flecha atravesó su cuello, una flecha que provenía de nuestras propias filas. Nosotros decidimos aceptar la ayuda de las tropas de Kormak, y gracias a ello conseguimos salvar nuestra ciudad. A partir de entonces nos unimos a ellos en un solo reino, y elegimos a Garad como Rey. Él continuó haciendo nuevas alianzas con el resto de territorios hasta que terminó fundando el gran reino de Karintia y ordenó construir una gran fortaleza en este mismo lugar en el que nos encontramos, un islote que había permanecido al margen de nuestras antiguas disputas. Por fin todos los hombres libres estábamos unidos bajo un mismo reino y hablábamos el mismo idioma, y los hurgos ya no se atrevían a acercarse a nuestras tierras. No obstante, los tiempos de paz no duraron muchos años.

Rodrigo Zacara y el Espejo del PoderOnde as histórias ganham vida. Descobre agora