Capítulo 137. Eli

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—¿No crees que si quisiera hacer tal cosa, ya lo habría hecho anoche mientras dormías? —sugirió Leena con tono jocoso.

Lily se encogió de hombros.

—Yo no sé cómo es que funciona tu mente de sociópata. Quizás hacerlo en una habitación de motel, con tanta gente alrededor, no te pareció tan buena idea. Pero aquí —indicó señalando con la papa entre sus dedos al exterior del vehículo—, en este paraje desolado, lo único que tendrías que hacer es tirar nuestros cadáveres a un lado del camino y alejarte conduciendo.

Esther soltó una bastante condescendiente risa burlona como respuesta inmediata a su comentario.

—¿Y cuál es tu plan? ¿No dormir nunca más?

—Quizás —contestó Lily con indiferencia—. O quizás estoy esperando a que te duermas primero, y hacértelo mejor yo a ti.

—¿Es una amenaza? —inquirió Esther, más curiosa que preocupada. Lily no respondió—. ¿Y en serio serías capaz de ensuciarte las manos de esa forma? No creo que hayas alguna vez infligido daño a alguien si no es a través de una de tus ilusiones. ¿Sabes al menos cómo usar uno de estos?

Esther bajó su mano en ese momento a su pierna derecha, metiéndola en el interior de su bota, y sacando de ésta el pequeño cuchillo de caza que llevaba atado a su tobillo. Lo tomó firmemente en su mano y lo giró con la punta de éste apuntando directo hacia Lily. Ésta se quedó quieta, con una papa a medio camino a su boca, y contempló con expresión inescrutable el arma. Ambas se quedaron quietas y en silencio por un rato, hasta que una sonrisa burlona se asomó en los labios de Esther. Giró entonces el cuchillo, tomándolo de la hoja y extendiéndole el mango a su compañera de viaje.

—Anda, tómalo —le insistió Leena, casi desafiante—. Intenta cortarme el cuello, a ver si eres capaz.

Lily observó en silencio el arma, seria, pero ciertamente dubitativa. Tras unos segundos, y sin pronunciar palabra, desvió su mirada al frente y terminó de acercar la papa a su boca.

—Aunque lo hiciera, te curarías de inmediato, ¿no es cierto? —indicó Lily.

—Francamente no lo sé —respondió Esther—. Es lo más probable, pero tendremos que hacer la prueba algún día.

Colocó entonces el cuchillo sobre el tablero del vehículo, justo en el centro, en un punto en donde cualquiera de las dos podría tomarlo, si se diera la necesidad de hacerlo. Tomó una bocanada de su cigarrillo, soltando el humo unos segundos después; en esa ocasión no fue tan cuidadosa para apuntar del todo hacia la ventanilla.

—Sigues llamándome sociópata, y otros nombres parecidos a ese —comentó Esther de pronto, como un simple comentario al aire que se le acababa de cruzar por la cabeza—. Pero creo que ya habíamos aclarado que en realidad tú y yo no somos tan distintas.

Lily bufó.

—Por supuesto que somos distintas —rio la niña de diez años—. Empezando porque ni siquiera nacimos en el mismo siglo. Y definitivamente no estoy tan loca como tú.

—¿Eso crees? —ironizó Esther, claramente divertida—. Muy bien, chica lista. Respóndeme esta adivinanza para ver qué tan mentalmente estable eres realmente.

—¿Una adivinanza? —masculló Lily, arqueando una ceja—. ¿En serio?

—Sólo cállate y escucha.

Esther extendió su mano hacia el cenicero del vehículo, presionando el cigarrillo para apagarlo y dejar la colilla en su lugar. Se giró entonces en su asiento por completo hacia Lily, observándola muy atentamente.

Resplandor entre TinieblasWhere stories live. Discover now