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ELLA LE HABÍA SONREÍDO con dulzura cuando se fue. Y a billie se le hizo un nudo en el estómago, cabizbaja y a la vez atormentadas por la duda que la hacía sentir la mayor.
Parecía frágil, como si se hubiera estirado demasiado en los últimos meses. Maddie le llegaba a la altura de la mandíbula, pero parecía pesar la mitad, en un cuerpo aún infantil de huesos largos y delicados y piel tan clara que las pecas formaban constelaciones. Pensó, Maddie.
Debería ser mayor, casi adulta, pero se sentía lejos de serlo.
Sabía que a la mujer le gustaba sentirse especial al ser la amiga de la joven, una figura que a ella le parecía misteriosa. También, que le gustaba desobedecer a su autoritario (en raras ocasiones) hermano menor. Se sentía tan pequeña que era capaz de envidiar el valor de la joven, y tan solo que la comprendía más de lo que ella se entendía a sí misma.
Su día fue misterioso y cauteloso a la hora de tratar con Maddie desde la última vez que se habían visto. Sin embargo, continuaban en contacto.
Era una fuga de gas.
━Billie, ¿Qué estás haciendo?
De niña, su pasatiempo favorito era de escalar los muros de su fortaleza dónde el hombre malo la encerraba todos los días. Sin agua, sin comida.
Apretó los dientes con fuerza echando las manos hacia al frente hasta poder llegar al techo de la casa, se tambaleó un poco debido al temor de que este fuera débil ante su peso. Siguió pese a la tilde quejumbrosa del capitán Nash, de Eddie y de Buck a su espalda. Amarró la cuerda alrededor de su cintura inclinándose para entrar a la casa haciendo trizas los vidrios de la ventana.
