7. El nombramiento de los escuderos

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—Podéis entrar —dijo Adara al abrir la puerta—, pero ni se os ocurra tocar nada.

Tal como les habían contado, la sala estaba llena de armas y armaduras y era casi tan grande como la biblioteca.

—Estoy deseando aprender a manejar la espada —dijo Darion—. No pienso volver a esconderme de los hurgos.

—La sensatez es el arma más poderosa, Darion —le dijo Adara—. Hay que saber cuándo es mejor esconderse y cuándo es mejor luchar.

—Pues yo no tengo ninguna gana de aprender a manejar armas —dijo Noa—. Todo lo que deseo es que algún día dejemos de necesitarlas.

—Eso es lo que deseamos todos, cariño —dijo Adara, rodeándola con el brazo—. Ojalá algún día no tengamos que escondernos en esta fortaleza y podamos recorrer Karintia sin una espada colgando del cinto.

Cuando Adara terminó de colocar sus cosas dentro de un arcón de madera tallada indicó a los chicos que tenían que salir. Luego volvieron sobre sus propios pasos para volver a pasar por el patio de las fuentes. Desde ahí prosiguieron hasta el patio de armas, bordearon las columnas y se detuvieron ante un portón semicircular, rodeado de arcos de piedra finamente decorados.

—Bienvenidos a la sala del trono del Rey Garad —dijo Adara solemnemente al abrir el portón.

Por un momento Rodrigo pensó que se iban a encontrar a un rey allí esperándoles, con una gran corona de oro sobre la cabeza y una capa de terciopelo, pero enseguida cayó en la cuenta de que el rey Garad había muerto siglos atrás, y desde entonces ningún otro rey había ocupado su lugar. A pesar de saberlo, la visión del trono vacío le causó una extraña impresión. Era como ver un río sin agua o un árbol sin hojas. Ni siquiera la bella decoración de aquel asiento, completamente bañado en oro y con la figura de dos dragones a modo de reposabrazos, conseguía eclipsar esa sensación de vacío.

Adara los guió hasta el centro de la sala, mientras ellos no paraban de mirar alrededor. A cada uno de los lados había una fila de columnas de aspecto imponente, y detrás de ellas una serie de estandartes colgaban de la pared intercalados con unas lámparas de aceite.

—El día de vuestro nombramiento todos los caballeros de la fortaleza estarán aquí, en el espacio que queda detrás las columnas —indicó Adara—. Cuando yo os lo indique, entraréis de uno en uno y os colocaréis en frente del trono, de izquierda a derecha. Entonces Balkar se os acercará y... ¡¡QUIETO!!

El inesperado grito de Adara hizo que todos se quedaran petrificados, pero especialmente Óliver, que había sido sorprendido a punto de sentarse en el trono del Rey.

—Nadie se ha sentado en este trono desde que el rey Garad desapareció. Solamente un heredero del rey podría hacerlo sin morir en el intento. ¿Acaso tú lo eres?—Adara escudriñó al chico con expresión severa—. ¡Entonces procura no ser tan imprudente la próxima vez!

Durante varios minutos nadie se atrevió ni a abrir la boca. Rodrigo nunca había visto a Adara tan enfadada. Sin apartar en ningún momento la mirada de Óliver, les ordenó salir de nuevo al patio para ensayar la entrada en el salón y la colocación en fila. Tuvieron que repetirlo varias veces hasta que ella por fin se dio por satisfecha.

—De acuerdo —dijo—. Ahora pasemos al juramento. Cuando Balkar se acerque y se coloque aquí donde estoy yo, uno a uno os acercaréis e hincaréis la rodilla izquierda. Balkar os preguntará: «¿Prometes ser humilde, servir a los demás y proteger a los indefensos?». Entonces tenéis que responder «Sí, lo prometo», y él os dirá: «Entonces levántate y no te arrodilles más que para ayudar a un compañero caído. Con esta insignia te nombro escudero de los Caballeros del rey Garad, y espero que la honres con tu comportamiento y tu fidelidad». ¿Ha quedado claro? Entonces empecemos. De izquierda a derecha.

Rodrigo Zacara y el Espejo del PoderWhere stories live. Discover now