El hombre que la esperaría al pie de las escaleras no sería Robert, sino Rhaegar, con su traje blanco y dorado como el de ella, porque habrían escogido combinar, mientras escuchaba como todas las doncellas suspiraban completamente enamoradas de él, y a algunas incluso, las podía oír llorar al darse cuenta de que la inexistente oportunidad con el príncipe, se desvanecía ante ellas.

Pero su realidad era completamente diferente. No sentía nada, ni felicidad, ni tristeza, ni enojo. Solamente estaba segura de que debía hacerlo porque ahora, ese era su deber. El reino estaba sobre sus hombros, una responsabilidad que jamás llegó a considerar que tendría y a la que iba a tener que responder de manera madura y siendo la más imparcial posible ─algo que aún no sabía cómo iba a hacer para lograr.

Logró salir de esos pensamientos cuando Iseneya la llamó, logrando regresarla al mismo plano en el que ellas se encontraban.

─¿Le gusta el cabello de ese modo?

─Sí, está perfecto ─musitó, asintiendo y su guerrera doncella rápidamente procedió a dejar su cabello para despojar el camisón del cuerpo de Maegelle.

Flores delicadas de olor dulce pero fuerte fueron pasadas por su cuerpo con cuidado, asegurándose de que su cuello sea el que mejor huela. Iseneya y Nesa la ayudaron a que se meta dentro del vestido, acomodaron la enorme falda con la que contaba, asegurándose de que no se encuentre arrugada y luego procedieron a atar los lazos del corsé apretado que se aferró a ella impidiendo que el aire ingrese por sus pulmones con normalidad. No se quejó, se quedó tan quieta como se le pidió mientras veía por el espejo como terminaban de colocar las largas mangas del vestido y luego, cuando ya se encontraba vestida. Un velo blanco que debía de llegar a rozar el suelo se colocó sobre su cabeza, sostenido por el rodete y unas pinzas que pasaban desapercibidas.

Ambas guerreras sonrieron viéndola, se veía como quién era realmente y lo que representaba para cada uno de ellos dentro de sus corazones. Un ángel, su salvación, lucía hermosa y esa expresión de tristeza quizá fuera algo que también la hacía ver como si su misión en esa vida fuera cumplir con un destino que se volvía más y más difícil de llevar encima. Les pareció digno de una pintura a la que admirarían por horas sin cansarse, preguntándose por qué esos ojos se encontraban tan tristes emanando un aire de soledad gigante cuando era el día más importante para cualquier mujer.

Pero ellas sí conocían las respuestas a esas dudas.

─Luce hermosa, mi reina ─musitó Nesa, lo suficientemente alto como para volver a traerla a la tierra. Ya no podría contar con sus dedos la cantidad de veces que dejó de prestar atención a su entorno y a lo que ellas iban diciendo. Maegelle sonrió levemente a modo de respuesta y el silencio las volvió a rodear. Iseneya y Nesa compartieron una mirada que reflejó la preocupación que ambas sentían─. ¿Se encuentra bien, su Majestad?

─Sí ─musitó de inmediato, mientras acariciaba su vestido─, sólo... pensaba. En todo lo que he pasado hasta llegar aquí.

Ambas asintieron.

─¿Quiere hablar con nosotras? ─preguntó Iseneya.

Maegelle las observó por un segundo y simplemente negó.

─No hay nada de qué preocuparse ─musitó─, sólo pensaba en lo mucho que necesito a mi madre ahora mismo.

Nesa acarició los hombros de Maegelle y la joven le sonrió por el espejo.

─Vuestra madre siempre está con usted ─musitó─. La muerte no es el final y sin dudas, usted volverá a reencontrarse con ella. La Reina Rhaella está hacia donde quiera que usted observe, en el aire, en las flores, en los pasillos.

call of silence.       robert's rebellionDove le storie prendono vita. Scoprilo ora