Las venas del cuello se le sobresalieron y dio un paso hacia ella.

—Cuidado que es de mi hijo de quien habla.

—Por eso sabe mejor dejarme hacer mi trabajo, porque si usted supiera la respuesta de como tratarlo, no me necesitaría. Y dudo mucho que la pelinegra en su cama sepa mejor que yo.

Renzo dudó por un segundo ante aquella última oración si habría tenido segundas intenciones. Gianna Salvatore tenía un buen físico, pero sus ojos y lengua afilada le advertían que ni se molestara. Era la única que había conseguido que Constantino decidiera quedársela. Ya fuese por malas o buenas intenciones. Su hijo podía ser un cabronazo cuando se lo proponía.

—No tolero insultos, ni la falta de modales. Mucho menos que me digan que hacer.

—Mi punto. —interrumpió ella sin bajar la vista.

Se estaba ganando a pulso que la encerraran con los perros. Renzo se preguntó cómo sería ver a sus perros de caza descuartizar aquella piel de porcelana y la vida extinguirse de aquellos ojos marrones. Como sería su sangre bañar las baldosas. Aquella castaña le hacía preguntarse si su autocontrol estaba fallando. Normalmente esa parte la dejaba para sus víctimas. La cosa era que ella no tenía pinta de víctima, sino de verdugo.

—Lo estás haciendo de nuevo. Deja de hipnotizar a mi papá. —Constantino lanzó un almohadón que Gia cogió a tiempo antes de que se estampara en su cara.

Gia se giró hacia el crío.

—¿Por qué tengo que ser yo la bruja? El puede se un hechicero malvado hipnotizador de delicadas e inocentes jóvenes como yo.

Ambos, Renzo y Constantino se miraron como si Gianna se le hubiese salido otra cabeza. Tal padre, tal hijo.

—Mi papá no es un hechicero. Es un Rey guerrero y tío Vicenzo su segundo. Andrei su mano derecha y yo su heredero. ¿No es verdad papá?

Joder con el niño. Si no le enseñaban a cerrar la boca rápido, lo mataban o se irían al carajo los Calavera. Y eso no entraba en sus planes, aún.

—Si. —Renzo le dedicó una última mirada. —Tiene de inocente y delicada lo mismo que tengo yo de devoto y santo. — Se fue de la habitación sin decir otra palabra.

Una vez Constantino en la escuela, tenía la mañana para ella hasta que traían al crío a las dos de la tarde. Calavera había salido y Julianna no se encontraba en la casa desde temprano. Aprovechó para ponerse la ropa de baño con un vestido veraniego.

Había intentado entrar en la planta superior y no había tenido suerte. Estaba custodiada por dos guardaespaldas. Merodear no se le haría fácil.

Llegando a la piscina dejó la toalla y sus chancletas al lado de la tumbona. Se quitó el vestido y entró al agua. Gia pensaba que en otra vida tuvo que haber sido sirena, porque le encantaba el agua. Se dejó hundir como le gustaba, era muy buena mantenido la respiración. Lo máximo que había aguantado habían sido doce minutos bajo agua en uno de sus entrenamientos en resistencia, por si la torturaban ahogándola con golpes adicionales.

Sintió el estruendo del agua y unas manos que la alzaron hacia la superficie.

Abrió los ojos para encontrarse con un verde enojado.

—¿Qué demonios te pasa? —gritó en su cara. —No sabía que eras una suicida. Te largas de aquí de inmediato.

La empujó con desprecio para salir con el traje empapado. Gia no sabía lo que acababa de suceder, pero tenía que recuperar el puesto de inmediato. No había notado al rubio que le tendió la toalla a Renzo, en sus informes era el Underboss Vicenzo Martinelli.

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