Capítulo 20: Compañía no grata

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Después de casi veinte minutos divisé una ciudad y me impresioné. A las afueras había parcelas de cultivos, vi algunos evolucionados trabajando esa tierra y ellos me miraban sorprendidos. Entramos a la ciudad, las casas se veían bastante campestres. La vegetación abundaba, casi parecía ser otro bosque, solo que las plantas crecían cubriendo paredes.

Me di cuenta de que tenía la boca abierta y la cerré de golpe. Antonio tenía razón, había incluso algunos edificios de hasta cuatro pisos que usaban a los árboles como elementos estructurales, también con plantas en los pocos muros que cerraban solo algunos ambientes.

—Edificios —murmuré.

—Sí —sonrió—. Te lo dije.

Le sonreí también.

Llegamos a una zona residencial. Al parecer los evolucionados no usaban medios de trasporte, quizá porque la ciudad era pequeña y ellos se valían de su resistencia al caminar, correr y trepar. Además, les gustaba mantener la buena salud por lo visto.

Cada sector de viviendas contaba con un parque central, me sorprendía cada vez más. Vi niños jugando y correteando, hubiera sido una vista muy normal si no fuera porque a veces se agarraban a mordidas o corrían y brincaban más rápido y alto que un niño humano, trepando árboles en segundos como gatitos.

Nos detuvimos afuera de una de las casas y me bajó la presión arterial por los nervios.

A los segundos la puerta se abrió y me puse casi detrás de Antonio automáticamente. Una H.E. se asomó, tenía los ojos verdes, casi tan verdes como los de Antonio, al parecer ya tenía sus cuarenta años o un poco menos, pero se le veía bien conservada. Su cabello era un castaño oscuro.

—Sirio.

—Madre —respondió él, había devoción en su voz.

La mujer me miró de reojo.

—Creí que habías vuelto con Orión.

—He decido dejarlo.

—Traición.

—Ya he aceptado las consecuencias.

Ella asintió de forma fría. ¡Vaya forma de reaccionar! Su hijo iba a morir... Aunque con su cultura, no sabía ya qué esperar.

—Pasen, por favor.

Pasamos y nos sentamos en el sofá. Era una casa normal, nuevamente podría jurar que era de humanos. Una amplia sala, algo que parecía ser un radio en una mesa, y grandes aberturas hacia un enorme jardín. Era un hogar acogedor y bonito, sonreí al pensar que aquí había vivido Sirio, aquí pasó su infancia, y parte de su adolescencia quizá.

—Ella se ha convertido en alguien muy especial para mí —dijo Antonio, sacándome de mis pensamientos. Me ruboricé de golpe, ¡¿cómo rayos decía eso en momentos como este?!—. Se llama Marien.

Ursa estaba contra la pared, cruzada de brazos y me miraba ofendida.

—Es un enorme gusto conocerla —le dije a la señora—, y disculpé las incomodidades.

Sentía que los nervios me fulminarían en cualquier momento así que espiré hondo. Los gemelos me miraban con leves sonrisas.

—El gusto es mío —respondió educadamente la madre de Sirio, pero seguía mirándome con cara de no creerlo—, siéntete como en casa, si mi hijo siente que eres especial entonces no voy a refutárselo.

Me sorprendí.

—Gracias —respondí con una leve sonrisa.

No me importó que no me la devolviera. Miré a Antonio, él me sonreía y se le veía encantador, sus ojos destellaban ese hermoso color verde.

Ojos de gato SirioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora