ᴛʜᴇ ᴅᴀʏ

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En un tranquilo atardecer de verano, bajo el cálido abrazo del sol y el susurro de las olas, nuestros caminos se cruzaron de manera inesperada. Yo, con mi mirada perdida en aquel lugar, y tú, con una sonrisa juguetona que iluminaba tu rostro, parecíamos destinados a encontrarnos en aquel rincón del mundo.Nos presentamos tímidamente, nuestras palabras flotaban en el aire como mariposas que buscan posarse en las flores. 

La conexión era palpable, una danza silenciosa que se desplegaba entre nosotros.Poco a poco, los sentimientos comenzaron a surgir, como pequeñas llamas que ardían en nuestros corazones. La amistad se teñía de tintes más intensos, y nuestros latidos se sincronizaban en una danza armoniosa. Los momentos compartidos se llenaban de risas, miradas cómplices y gestos tiernos que hablaban por sí solos. 

 Parecía irreal pensar en aquello hasta que alguien me interrumpió entre todos esos pensamientos. 

 Observé a mis amigas Cassandra y Sofía sentadas en el piso del salón de clases haciéndome señas para que me sentará con ellas, lo cierto es que tampoco me podía alejar del peso de ir a aquella preparatoria y más a finales de su ciclo.

 -¡Vamos mujer ya siéntate y descansa por un rato!-dijo Cassandra alzando la voz debido al ruido del salón 

 -Ya descansa Helena, mientras más te vea haciendo tarea más me sentiré culpable por no hacer la mía-contó Sofía un tanto cansada 

 Sus palabras resonaron en mi mente, sabía que tenía razón. Estábamos en los últimos días de clases antes de las ansiadas vacaciones, pero aún había trabajo por hacer. 

 Respiré profundamente y me despedí de aquellos pensamientos efímeros que me transportaban a un mundo de ensueño. Me acerqué a Cassandra y Sofía, quienes me miraron con expresiones de complicidad y una pizca de curiosidad. 

 -Sí, lo sé. Pero todavía queda mucho por hacer antes de que podamos disfrutar completamente de las vacaciones -respondí con una sonrisa resignada-. 

 Mis amigas asintieron, comprendiendo el significado detrás de mis palabras. Juntas, nos sumergimos en la tarea pendiente, con la promesa de disfrutar al máximo las vacaciones una vez que todo estuviera hecho. Los libros, las hojas y los apuntes nos recordaban que todavía había un camino por recorrer antes de poder sumergirnos por completo en la calidez del sol y las olas.

 A medida que los minutos avanzaban, la algarabía del salón se desvanecía y se instalaba un ambiente de concentración. El murmullo de las conversaciones se transformó en un silencio interrumpido por el ruido de los lápices sobre el papel y el tecleo de las computadoras.A pesar del trabajo que nos aguardaba, sentí gratitud por aquellos instantes de conexión especial que había experimentado. Sabía que la vida estaba llena de encuentros fugaces y momentos que desaparecen en el tiempo, pero aquel atardecer de verano permanecería como un recuerdo valioso en mi corazón.

 Mientras continuábamos con nuestras tareas, mi mente volvía a aquel rincón del mundo donde nuestros caminos se cruzaron. En ese lugar mágico, la amistad se entrelazó con emociones más profundas, creando una danza única que me enseñó la importancia de abrirme a las conexiones inesperadas que la vida nos regala.Con cada tarea que completaba, me acercaba un paso más a las vacaciones, pero también a la posibilidad de vivir nuevos encuentros, crear más recuerdos y abrir mi corazón a lo que el futuro tenía reservado. 

Mientras tanto, atesoraba aquel atardecer y los sentimientos compartidos como un tesoro, recordándome que los encuentros fugaces pueden cambiar nuestras vidas de maneras inimaginables.

𝙰 𝚗𝚘𝚝 𝚜𝚘 𝚍𝚒𝚏𝚏𝚎𝚛𝚎𝚗𝚝 𝚜𝚝𝚘𝚛𝚢Where stories live. Discover now