6. El código secreto

Comenzar desde el principio
                                    

—Y tú demasiado pequeña —respondió Rodrigo—. Tan pequeña que creo que a veces te comprime el cerebro.

— ¡Ja, muy bueno, Rodri! —dijo Óliver, dándole una palmada—. Lo malo es que creo que tienes razón.

—De verdad, espero que sea Rodrigo el que encuentre ese espejo —sentenció Aixa.

—¿Bueno, qué os parece si os sigo enseñando la fortaleza? —propuso Vega—. A lo mejor encontráis el Espejo del Poder escondido en los establos.

—Tengo que darte las gracias, Darion —dijo Noa, cuando empezaron a alejarse de los jardines—. Lo que hiciste en la torre fue genial. Yo nunca me habría atrevido a caminar sobre ese arbotante, aunque la ilusión que creaste parecía tan real que por un momento pensé que si mi doble podía hacerlo, yo también.

—Eso es lo que tienes que pensar siempre —dijo Darion—. Tienes que imaginarte a ti misma consiguiendo todo lo que te propones. No tienes que pensar nunca que no eres capaz.

—Ya, pero una cosa es imaginarlo y otra hacerlo de verdad.

—Tú puedes hacer todo lo que te propongas, Noa —intervino Aixa—. Sólo tienes que darte cuenta de que eres más valiente de lo que piensas.

—Te agradezco los ánimos, Aixa, pero yo sé muy bien que no soy valiente.

—Vale, pero puedes empezar a serlo en cualquier momento, Noa. Cuando pienses algo como "no soy capaz de hacerlo", tienes que apartar esa idea de tu mente y cambiarla por un "¿Por qué no? No hay nada que me lo impida".

—Gracias, Aixa. Te prometo que lo intentaré —respondió Noa.

—Vaya, vaya, así que todo era una ilusión, ¿eh?

Al salir de un pasadizo se habían topado de frente con el grupo de Kail y sus amigos, y por lo visto se habían enterado del truco de Darion.

—Ninguno de vosotros ha tenido el valor de cruzar el arbotante realmente —continuó el chico—. Ya me lo imaginaba. Pero os advierto, la próxima vez vuestros truquitos no os servirán de nada. Habéis intentado engañarme, y eso no lo voy a olvidar.

—¿Qué pasa Kail? —dijo un chico mayor que acababa de aparecer. Era muy alto y musculoso. Rodrigo calculó que tendría unos diecisiete años—. ¿Practicando tu pasatiempo favorito?

— ¿Y tú que sabes cuál es mi pasatiempo favorito? —respondió Kail, arrogante.

—Está muy claro, Kail. Te gusta itimidar a los que son más pequeños que tú.

—Da igual que sean más pequeños —dijo él—. Eso no justifica que sean unos gallinas mentirosos.

—¿Seguro que quieres que sigamos esta conversación, Kail? —dijo el chico mayor, sonriendo maliciosamente—. ¿Quieres que hablemos de cómo eras tú cuando entraste en la fortaleza?

La cara de Kail empezó a enrojecer, con una expresión que transmitía una mezcla de vergüenza y de rabia.

—¡Métete en tus asuntos, Corentín! —dijo, dándose la vuelta—. ¡Venga, vámonos! —añadió, metiendo prisa a sus amigos.

—Eso es lo que tienes que hacer tú, Kail. Meterte en tus asuntos y dejar a los demás en paz —respondió el chico mayor.

Kail y sus amigos siguieron su camino sin decir nada, hasta que desaparecieron detrás de una esquina.

—Yo soy Corentín —dijo el chico, volviéndose hacia ellos—. Espero que ese imbécil no os haya molestado demasiado.

Rodrigo y sus amigos se presentaron y Corentín les fue dando la mano uno a uno.

Rodrigo Zacara y el Espejo del PoderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora