Cambio de Emociones

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Alexander

Ya había desayunado y caminado un rato por el pueblo, pero nada de Natalia Parks. Sabía que no me había abandonado pues, el autito aún estaba enfrente de la posada. Pregunté por ella en la recepción y me dijeron que había bajado, recogió su desayuno y volvió a subir a su cuarto.

«¿Qué le pasa?»; pensé mientras subía a ver si estaba bien. Toqué a su puerta y solo el silencio se escuchaba. Toqué pues, un par de veces más, pero nada de la reportera. Supuse que, si dormía debía tener un sueño bien pesado. Así que golpeé con más fuerza. Nada.

—¡Natalia, sé que estás ahí! —dije acompañando mis palabras con golpes en la puerta —. ¡Abre de una vez o derribaré la puerta!

Seguía tocando fuerte, cuando por fin abrió. Estaba hecha un desastre. A mediodía, aún tenía puesto el vestido de flores, su cabello rubio todo alborotado y sus ojos estaban hinchados.

—Parece que la fiesta estuvo salvaje —comenté esperando que asomara una sonrisa en su desconsolado rostro.

—No te burles —respondió; y su voz se escuchó más derrotada.

—¿Qué se trae señorita Parks?

—Estoy avergonzada.

—¡¿De qué?! —pregunté impaciente —. Solo te emborrachaste y casi tienes sexo con un aprovechado casado y luego te me ofreciste. No eres la primera ni última que comete esa tontería.

Sus ojos me miraron fijamente desde la maraña de cabello que los cubría y luego bajó el rostro.

—No lo entiendes —dijo comenzando a caminar de regreso a la cama.

Hasta ese momento, no me había interesado. Pero si lo que llevaba en la mente, le había puesto así, lo mejor era que lo soltara.

—Ok. Ayúdame a entender y comprender lo que te pasa por la mente.

Entré al cuarto, cerré la puerta y halé una silla en la que me senté interesado. Para mi suerte ella comprendió mis intenciones. Por lo que luego de un pesado suspiro, comenzó a hablar.

—Cuando estaba en la escuela, me enamoré de un chico —dijo casi sin ganas.

Esperaba algo sórdido, pero me limité a encogerme hombros, era normal que se enamorara. Y ella continuó.

«Era un chico de un grado más que yo, apunto de graduarse casi era un universitario. Era tierno, amable y gracioso. Pero al parecer, también un degenerado y maldito».

Ahora sí, se puso fea la cosa.

«En una fiesta, me embriagué y pasó. Y no hubiera sido la gran cosa, si hubiera respetado nuestra intimidad. Quiero decir: el muy maldito, llamó a sus amigos para mostrarme desnuda. Estaba fuera de mí y había perdido mis inhibiciones».

Levanté mi mano, para indicarle que no siguiera. Pero, ella quiso añadir que hubo otra experiencia, ya que se hizo famosa por ser: «La chica fácil después de cinco tragos».

«¡Maldición!». Me arrepentí de mi curiosidad.

—¿Cuántas veces ocurrió? —pregunté, pero juro que no fue por morbo.

—Solo fue esa vez —respondió abrazando la almohada —, pero desde entonces, no podía ir a una fiesta, sin que pretendieran embriagarme. Incluso en el baile de graduación.

—Que crueldad.

—Por suerte, tuve buenas amigas que me cuidaban. Pero era tan frustrante...

—Entiendo.

No podía dejarla así. Había un par de entrevistas en el futuro y un cambio de asignación al terminar. Así que me levanté y me puse en modo de motivador.

—Bien. ¿Te sientes mejor? Ahora quiero que te des un buen baño, te vistas y salgamos a tomar fotos.

Fue entonces que pude ver el azul de sus ojos, en toda su magnitud cuando se abrieron desmesuradamente por la sorpresa.

—No. Gracias, pero estoy...

—Deprimida, lo sé —repliqué —. Pero el alivio no lo encontrarás en la almohada ni en la cama. Así que levántese señorita Parks y salgamos al campo. Me lo debes.

—Pero...

—Pero nada. Me lo debes después de ese desastre de tour. Velo como tu penitencia, mi compensación. ¿De acuerdo?

Con sus ojos asomados por el borde de la almohada, asintió y me paré para darle privacidad.

—Sin trucos. Te espero abajo —dije antes de salir y cerrar la puerta.

Luego de un largo rato, el pequeño Citroën de Natalia, estaba estacionado a media carretera y nosotros junto a este. Tomaba fotos de una arboleda y mi compañera de viaje seguía con su rostro algo triste. Pude ver que varios pájaros se adentraban entre las copas de aquellos árboles, por lo que decidí acercarme y ver si podía capturar alguno. Pero para mi sorpresa mis pies se hundieron en un fango y por más que traté de evitar caerme, caí por completo, pero salvé la cámara.

La reportera se echó a reír por primera vez en todo ese tiempo.

—Me alegro —dijo entre risas —. Detesto esos vaqueros que usas.

Por respuesta y para su sorpresa, recibió una buena cantidad de fango que manchó sus pantalones y su camiseta con un corazón formado de croissants.

—Y yo odio tus camisetas de turista —dije sonriendo y añadí con sarcasmo —. ¿Qué no eres casi francesa?

Con la boca abierta por la sorpresa, sus ojos buscaban qué lanzarme de regreso. Y decide tomar algo del fango que cayó en su ropa.

—¡Adelante! —la reté al intuir sus intenciones —. Aquí tengo muchas municiones.

—¡Ah! ¿Crees que no me atreveré a bajar ahí? —dijo.

Su humor había cambiado. Y su sonrisa maliciosa, me dio a entender que ya olvidaba sus malas experiencias. Así que no tuve reparo en reírme a carcajadas al verla caer de bruces al punto fangoso. Ya sin vergüenza alguna, tomó una buena cantidad de lodo y corrió hacia mí.

—¡No! ¡Detente! —le grité.

Y ella siguió avanzando. Me bajé a recoger algo del lodo, pero antes de incorporarme, había llegado a mí. Me embarró la cara y yo embarré la de ella. Luego pedí tregua para revisar la cámara. La había pasado a mi espalda para que no se manchara. Natalia seguía riendo y aproveché esa sincera risa, para tomarle una foto.

Salimos de regreso a la carretera y subimos al auto. Cuando me acomodo, veo que ella me mira sonriente sin decir palabra.

—¿Qué? —pregunté extrañado.

—Gracias —dijo. Esta vez, su voz sonó con cierta ternura.

—No hice nada. Tú solo me seguiste la corriente y te divertiste.

—Sí —dijo ella —. La verdad que sí me divertí y te lo agradezco.

Entonces acercó su rostro y me besó la mejilla para luego voltearse a encender el auto. Me quedé quieto por la sorpresa y al mirarme me responde la pregunta que de seguro estaba escrita en mi rostro.

—Por rescatarme del aprovechado casado —respondió.

Luego me dio otro beso en la otra mejilla.

—Por respetarme y no aprovecharte de mí.

Comprendí entonces que mi gesto había significado mucho para ella. Su mirada era encantadora. Esos dos zafiros parecían brillar con luz propia. Y; ¿qué más podía hacer? La besé. Fue un beso tierno rápido y así de rápido cerré los ojos en espera de la bofetada.

Pero en lugar de eso, mis labios sintieron una suave presión y escuché un quedo chasquido.

Abrí los ojos y ella comenzaba a conducir como si nada.

—Eso fue por ser tan lindo conmigo, a pesar de ser tan enojona —dijo mientras acelera el auto de regreso al pueblo.


Ladrón de Besos(Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora