El Conflicto De Amar

PRÓLOGO

Una niña caminaba con un andar decidido por el bosque. Se dirigía al río Linumdros con paso audaz, pues había recorrido el mismo camino cientos de veces con su hermana mayor, la cual siempre le enseñaba sitios mágicos como aquel. 

En el bosque, a excepción de sus marcados pasos en la nieve, reinaba un silencio inusual. En cuanto divisó el gran árbol, con la marca de la afilada arma de su hermana grabada en él, sabía que se encontraba cerca de su destino. 

Al llegar se aproximó a la orilla del río, pues había oído, por las historias de su hermana, que esa noche criaturas místicas se acercaban a beber de él y ella ansiaba con todo su corazón encontrarse a un unicornio alado o a un imponente dragón. Se sentó, de piernas cruzadas, y esperó pacientemente.

Aunque su hermana le advirtió de no venir sola, Gwyneth conocía el camino a la perfección y puesto que, dentro de poco cumpliría los ocho años, se sentía suficientemente madura como para recorrer sola el camino. 

Tras mantener un debate consigo misma, decidiendo si el resplandor del brillo era más bonito que las acuarelas que su madre le había regalado por navidad, su mirada se desvió del inhabitual brillo plateado del río, y se perdió en el cielo cubierto de estrellas, reconociendo algunas constelaciones que su hermano le había enseñado y rememorando las historias contadas por ambos para sentirse acompañada en esa larga espera. 

Cuando su cuello comenzó a doler, por la incómoda posición, dió una furtiva mirada a su alrededor, al mirar al frente, al otro lado del río, unos ojos ambarinos asemejados a las llamas de una fogata le devolvieron la mirada. 

–Hola– Lo llamó Gwyneth desde su lado. El chico la miró confundido–¿Tú también estás esperando a los dragones?– Preguntó.

–¿Cómo?

Aunque una considerable distancia los separaba, en medio del gran silencio, se oían a la perfección.

–Mi hermana me ha dicho que esta noche vendrán criaturas mágicas y a mi me gustaría mucho ver un dragón.

–No te creo– Habló el muchacho poco convencido. 

–Pues es verdad, me lo ha dicho mi hermana– Repuso indignada la niña, mientras asentía con firmeza. 

–Mi madre tiene un dragón.

–¿En serio?– Preguntó asombrada. La risa burlona del niño fue respuesta suficiente para que las mejillas de ella ardieran por la vergüenza.

–¡Eres un necio!– Gritó indignada. 

Su burlona risa cesó en cuanto observó como una bola lanzada desde el otro lado del río se acercaba a él, a continuación intentó huir despavorido. Esta vez fue la niña, que le había mandado la bola en su dirección, la que comenzó a reír. Con la socarrona risa de fondo, el chico se acercó para analizar la bola de nieve que, al impactar con el suelo, se rompió dejando a la vista una esfera transparente, dentro de ella se podía admirar una flor acristalada con destellos púrpuras, realmente preciosa.

–Te la regalo– La voz de la chica hizo que este levantara la vista del asombroso regalo– Puedes guardarla durante muchos años si no la rompes, claro.

–Gracias– El muchacho no estaba acostumbrado a recibir regalos. 

–No es nada. No conozco muchos trucos pero estoy muy orgullosa de ese, me lo enseñó mi hermana.

El río entre ambos cada vez se iluminaba más mientras las conversaciones entre ellos transcurrían, Gwyneth interpretaba el brillo como señal de que las místicas criaturas, que tantas veces había visto dibujadas en sus libros, estaban cerca. En algún momento durante el paso de la noche la joven había recitado una broma que le había oído decir al panadero esa mañana y aunque al muchacho no le hizo gracia, las divertidas carcajadas de su compañera bastó para sonsacarle una disimulada risa, esta cesó de inmediato, la chica al ver el rostro preocupado de su acompañante también calló, el niño miró hacía atrás, intentando encontrar al culpable del ruido entre la oscuridad del bosque.