Se instala en su lugar de siempre y se dispone a comer al igual que nosotras. Como siempre, la televisión no puede faltar en el desayuno. Con el control remoto busca el programa de noticias y le baja el volumen.

—¿Llegó el recibo de la luz? —me cuestiona mi madre, dándome un vistazo fugaz, volviendo a su lugar.

—Sí, lo puse en la mesita de centro.

—¿Vas a salir hoy, Meg?

—¿Necesitas que haga algo? —se inclina hacia adelante.

—Pagar la luz, por supuesto —le dice mi madre.

—¿Podrías pasar a dejar algo a correos?

Una idea grandiosa se me viene a la mente. Mi hermana me mira sin entender.

—¿Vas a mandar una carta?

—Te cuento luego —le murmuro para no atraer la atención de mi madre.

Sin duda Briana mandó la invitación con intenciones no exactamente buenas. Somos las últimas personas que pensaría invitar, pero las ganas de restregarnos en la cara al nuevo integrante y que ahora ella tiene una familia con mi padre, saca su peor lado.

En la alacena hallo una lata de sardinas, la última que queda. En el mismo sobre morado en donde venía la invitación, vacío todo el contenido de la lata, además de un huevo crudo que se me ocurre en el último segundo.

Seguido de eso, adjunto una nota:

"Felicidades por el nuevo integrante en camino. Te mando este manjar..., ya sabes, para los antojos del embarazo"

PD: Saludos a Max. Besos y abrazos! Espero que cuando acabes despilfarrar su dinero, tu amor por él siga durando J Gracias por la invitación.

Escribo la dirección de ellos y devuelvo la invitación en la bolsa de plástico en donde venía. Para cuando Meg está lista, le entrego el sobre y la soborno con dinero para que no me cuestione.

En la casa, nos quedamos mi madre y yo haciéndonos compañía cuando Meg se va. Al principio mi madre revisa su agenda, en donde lleva el control de los gastos de la casa, hasta que se cansa de ello y apaga las luces de toda la casa para sólo dejar la de la sala prendida y no forzar la vista al ver la televisión.

Tengo que estar escuchando las carcajadas que da cada vez el que un señor en el stand up cuenta un chiste. Todos son con doble sentido. Mi madre me anima a que le preste atención a lo que cuenta, pero los chistes jamás me han hecho reír.

—Me enteré que hay un lugar vacante en Abejita, en el centro comercial.

—Interesante.

No es que le dé el avión, pero cada persona que le informa sobre un trabajo disponible, no duda en decírmelo, mientras que a Meg jamás le ha dicho algo.

—Es una buena opción para las vacaciones. Tendrías un salario, puedes comprarte las cosas que tal vez no pueda darte yo. Has querido un mueble para tu cuarto, esta es la oportunidad.

—¿Trabajar mientras Meg se lima las uñas viendo This Us?

—No será mucho tiempo. Los abuelos nos invitaron a su boda de oro. Amenazaron con venir por nosotros con tal de que estemos presentes.

Mis abuelos vivían en una hacienda en donde hay grandes hectáreas de pasto y a lo lejos el paisaje se cubre de montañas y viñedos. Lo único que no me gustaba, eran los mosquitos.

—¿Quién te dijo sobre el puesto?

Hago una mueca y resoplo.

—Tu tía Fran. Tu prima trabajaba ahí, pero empezará a ayudar a su padre en la Refaccionaría.

—¿Su hija? ¿La de los pompones en su overol?

—Ella misma. Tiene mucho que no las visitamos.

—¿Para qué querría? Jamás he congeniado con ninguno de mis primos. Todos son raros.

—Eso es porque los evitas en las reuniones familiares. No te has dado la oportunidad de conocerlos bien.

—Una se la pasa exhibiendo sus buenas notas y su viaje de intercambio a Canadá que fue hace cientos de años y aún no puede superarlo, y se cree mucho por ser el orgullo de mi abuela. El otro, se la pasa escuchando música country con sus camisas de cuadros y con su iguana pegada en la ropa.

Se levanta para acomodar la mesa en la que hemos dejado todo después de terminar de comer. Pasa un trapo húmedo sobre los manteles y luego los coloca sobre el microondas. Desde la mesa, me advierte algo.

—Baja esos sucios zapatos del sillón. Suficiente tienen con la mancha de leche que te recuerdo, provocaste.

—Es un sillón, una cosa material. Tampoco pretenderás que dure la eternidad.

—Sí, pero con el tiempo se hace feo y nuestro presupuesto no está pensado para una nueva sala.

Mi madre se hace cargo del control nuevamente y se acomoda en el sofá más amplio. Cambia los canales a una velocidad que ni siquiera puedo ver la programación, algo así como la escena del cerdito en Toy Story.

Le deja en un canal de animales, en donde un león persigue a una liebre.

—Cámbiale —le exijo, moviendo mis pies de un lado a otro.

—Es mi canal favorito. Además es lo más rescatable de la programación a esta hora.

—¿Disfrutas ver como se atacan entre si? —alzo las cejas, como acusación—. ¿Eso es buena programación?

—No todo es malo, mira a esos patitos.

Al anochecer, me quedo en la sala. Son cerca de las nueve y mi hermana ya está en casa. Después de que mi madre me abandona y sube a su cuarto, sin encontrar nada bueno en la tele, le dejo en donde están transmitiendo una película a blanco y negro. Probablemente es de la época de mi abuela, en donde los señores usan bigote de pacotilla y las mujeres usan vestidos largos y peinados elaborados.

Todo fluye bien hasta que dejo de prestarle atención y mi mente comienza a mostrarme escenas que desearía borrar para siempre. En mi mente sólo existía Dean al parecer, porque me olvidaba de las cosas simples y todo podía pasar desapercibido menos él.

¿Cómo puedo estar así mientras que él está en otro lugar haciendo su vida? ¿Cómo él no tenía idea del dolor de cabeza que estaba resultándome en los últimos días?

Apago la televisión repentinamente y aviento el control en el sillón en donde estaba.

Estaba harta de la situación.

En los cajones del librero, busco el directorio. En él debe haber algún especialista que pueda ayudarme a quitarme todo lo que vengo cargando en la cabeza. Encuentro el nombre de dos psicólogas y subrayo su número con un marcador fosforescente.

—¿Qué haces con el directorio?

Doy un brinco. Mi hermana se me acerca y lo primero que ve es lo que subrayé.

—Buscando a algún psicólogo.

—¿Un psicólogo?

—Sí, un psicólogo. Me he vuelto loca, ¿sí? Creo que necesito ayuda psicológica. Ir a terapia. Así me harán entrar en razón y volveré a ser la misma, volveré a mi vida de antes.

Descuelgo el teléfono de casa, dispuesta a marcar los números que encontré. Introduzco los primeros dígitos, hasta que mi hermana me baja la mano y me quita el teléfono de las manos.

—Azul —me llama—. No hay terapia que pueda hacerte dejar de sentir esto. Tal vez, te enamoraste, y ahora lo extrañas, ¿no es así?

—Es que no quiero sentirme así. No quiero. No ahora. No de este modo. No estoy lista para esto. Esto no va conmigo, mírame, ni siquiera me reconozco.

—No se trata de que estés lista o no para enamorarte, Azul. Eres humana, sientes. Cuando dejes de pelear contra ese sentimiento, verás que podrás olvidarlo más rápido.  

Azul, museo de desastres naturalesWhere stories live. Discover now