Sirius frunce el ceño, aquello si es extraño. El monto que Edgar Bones sacó de la bodega de Rachel Addams no fue unos simples galeones, fueron millones y que estén desaparecidos le parece muy extraño. Ahora entiende la necesidad de Rufus Scrimegour por tener a varios representantes del Departamento de Seguridad Mágica.

El animago quiere decir algo, pero la llegado del ministro hace que todos en la sala busquen sus correspondientes asientos y esperen al inicio del juicio.

― Buenos días a todos los presentes. ― inicia Rufus ― Es un honor tener a los representantes de las familias más respetadas del mundo mágico en este juicio. Hoy, jueves, diecisiete de mayo del año en curso se da inicio con el juicio contra Edgar Bones y Rachel Addams de Bones.

Los nombrados ingresan por las puertas y son llevados al atrio, donde los hacen sentar en unas sillas con una pequeña diferencia entre ellos. Sirius sigue observando a su alrededor. No hay nadie desconocido, nadie que pueda ser la amante del hombre. Frunce levemente el ceño, creyó fielmente que la mujer estaría presente.

― Edgar Bones, usted es juzgado por el hurto de más de cien millones de galeones que extrajo de la bodega de su prometida, la señora Rachel Addams.

― Ella dio su permiso.

― ¡No fue así, inmundo animal! ― grita la rubia mujer. Sus ojos azules inyectados con sangre por el enojo de su cuerpo. A su lado, Edgar parece desinteresado, su mirada perdida en el piso. ― Podías sacar, si, ¡pero no todo mi maldito dinero que he ganado con creces para dárselo a tu amante!

― Mi dinero es suyo...

― ¡Pues sácalo de tu bodega, no de la mía, pedazo de bruto!

― Señora Addams, le pediré calma, por favor.

Ella suelta una risa crédula y Sirius hace una mueca. La mujer esta enojada y le da la razón. Conoce a Edgar, estudió con él en hogwarts y a pesar de no ir en la misma casa, lo veía en clases compartidas. El hombre siempre fue alguien centrado, demasiado amable y noble, digno de un hufflepuff como su hermana.

Pero aquel Edgar Bones que en esos momentos se encuentra sentado en el atrio, se ve tan vacío, un ser que le da igual el dolor de la mujer que ama ― o que una vez dijo amar ― y que simplemente no siente nada.

Calma... entiendo lo que me pide, señor ministro, pero compréndame usted a mí. ― la voz de Rachel es baja, sus ojos viendo por encima de sus pestañas al ministro. Al otro lado de las gradas, Sirius observa como Amelia ve a su cuñada ― o excuñada ― con pena, su labio inferior entre sus dientes ― El hombre con el que he pasado siete años de un momento a otro me deja en la calle prácticamente, quitándome todo lo que he ganado con esfuerzo y lo peor, para dárselo a su amante... ¡Su amante!

Nadie habla, ni siquiera el ministro.

― Tal vez, señora Addams, no cumplió con su deber de cónyuge y por eso el señor Bones, hizo lo que hizo.

Oh, por Merlín, Sirius desea darle una patada a esa bruja, pero no puede.

Dolores Umbrige comenta con altanería desde su lugar en las gradas y las miradas que recibe por las personas a su alrededor no son nada agradables, pero las ignora olímpicamente.

― Dolores...

― Edgar Bones ha sido un hombre de carácter desde que inició a trabajar en el ministerio y desde el momento que se citó para este juicio me pareció desagradable la manera en la que lo tratan.

― ¿Lo tratan? ― jadea Rachel ― ¿A él? ¡Fue él quien me robó todo, señora!

― ¿Y no fue usted quien lo noqueo y luego golpeó consecutivamente en pleno callejón Diagon?

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