Capítulo 1: Desobediencia

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–Sa-wol, ¿estás seguro? –le preguntó su hermana mayor y él asintió con una sonrisa–. Seol-ah nos castigará si se entera.

–¿No me dijiste que querías convertirte en la mejor repartidora?

–Por supuesto –sonrió ella esta vez–. Como 5-8. Es mi ejemplo a seguir.

–¿Y crees que 5-8 seguía siempre las reglas? ¿O las rompía por el bien común?

–¿Apostar nuestras provisiones en una pelea es un bien común? –lo cuestionó con la ceja alzada.

–Obviamente –le dio una leve codazo y siguió caminando hasta el punto de encuentro en Gangnam.

Hyun-min confiaba en su hermano. Sabía que ganarían más provisiones, pero también sabía que los castigarían sin salir durante un mes o dos como mínimo, y ella amaba caminar por las calles y ayudar a los refugiados que no tenían cómo conseguir comida.

–Son cinco –avisó ella al ver aparecer a los chicos con bates.

–Veo que venís los dos juntos –comentó entre risas uno y el resto rieron también.

–¿Qué os hace tanta gracia? ¿Os da miedo perder contra una chica? –se cruzó de brazos, esperando el momento en el que alguien hiciera el primer movimiento.

–¡Es para hoy, payasos! –habló Sa-wol y, tomándolo como un grito de guerra, corrieron para comenzar la pelea.

Hubo golpes con el bate y también con puños, siendo estos los más efectivos por parte de los hermanos. A lo lejos tres amigos observaban la escena asombrados, sintiendo una gran adrenalina, pese a que ninguno estaba participando.

A Hyun-min le pareció una buena pelea. No acostumbraba a que los golpes llegaran a ella, así que fue una sorpresa cuando le hicieron daño. Y, pese a su labio partido, salió victoriosa.

–Vámonos antes de que Seol-ah llegue a casa –pidió la chica agarrando la bolsa con oxígeno, mascarillas y más paquetes de comida, guardándose un par en el bolsillo por si se encontraba a refugiados.

–¡Los futuros repartidores! –vinieron corriendo los tres chicos que estaban escondidos en un vehículo–. ¡Habéis vuelto a ganar!

Caminaron durante más de una hora entre risas. Hyun-min escuchaba los divertidos comentarios de dos de sus amigos y las quejas del tercero. Aún recordaba el día que los conoció, en el que ella y su hermano habían salido a explorar su propio distrito, encontrándose a un hombre que les avisó de que se veía que no tenían código. Era cierto, sus manos estaban al descubierto y tuvieron suerte de que aquel hombre no dijera nada más, sino su nueva familia peligraría. En vez de comunicárselo a un superior, les habló de tres chicos a los que cuidaba desde años atrás y les pidió que en algún momento los visitaran, ya que Sa-wol parecía casi de su misma edad.

Unos gritos la sacaron de su ensoñación. –¡Papi! ¡Mami! –la niña de no más de 6 o 7 años no paraba de llorar. Hyun-min se fijó en que no llevaba código QR en su mano.

–Tranquila, pequeña –se acercó sacando una ración del bolsillo y ofreciéndosela–. ¿Y tus padres? –se encogió de hombros–. ¿Cuánto llevas aquí?

–No lo sé –respondió haciendo un puchero–. Mis papis me dijeron que no me moviera de aquí.

–¿Hace cuánto? –volvió a encogerse de hombros mientras comía.

–Minnie, vámonos –le pidió su hermano, pero ella negó con la cabeza.

–No puedo dejarla aquí.

–Pero no puedes llevártela, sus padres podrían volver en cualquier...

–¿No ves lo desnutrida que está? –lo interrumpió en un tono más bajo para que la niña no la escuchara–. Seguramente sus padres ya no aparezcan, debe hacer días que la dejaron aquí.

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