La tensión se apodera de mis extremidades y durante unos minutos permanezco inmóvil. Trato de hacerle entender a mi cuerpo que el mal trago pasará, pero no me escucha, o si lo hace, me ignora. Me digo a mí misma que todo estará bien, que la gente que me rodea son personas buenas que solo quieren conocer a otra gente buena, que valdrá la pena conocerlos, que será bonito el proceso de entablar una amistad, que no tienen por qué pincharse con los trozos de un corazón roto que demonios con forma de persona rompieron a conciencia.

No es hasta que aporrean la puerta cuando entro en estado de alerta y me pongo de pie de un brinco, provocando que mi espalda choque con la pared. Lo interpreto como un mecanismo de defensa. Así me aseguro que nadie podrá hacerme daño, pero una vez más mi cabeza vuelve a no estar de acuerdo. En alguna parte de mí todavía vive el miedo. Cierro los ojos e intento mantener la calma. Al otro lado de la puerta Zack grita de forma desmesurada. Y como si me hechizaron, la realidad se funde a negro. Puedo ver a la niña que se encerraba en su habitación como método de huida, con la esperanza de que el monstruo de las pesadillas nunca la encontrara. Soy capaz de meterme en el cuerpo de la adolescente que aprendió la lección y usaba la silla del escritorio para atrancar el manillar. Vivo, como si hubiera ocurrido la semana pasada, la vida de la joven adulta que olvidó todo lo aprendido y se enfrentó al monstruo, siendo este más fuerte, ágil y malvado que ella, propinándole el zarpazo que pondría el punto y coma a una historia, para comenzar otra. 

No quiero mirarme al espejo, pero consigo alzar la cabeza y hacer que mis ojos se encuentren con mi reflejo. El maquillaje disimula el golpe en mi mejilla, pero no mucho, aunque quiero seguir creyendo que Dylan no lo ha visto. De nada sirve que me repita esto último, porque sé que está ahí y nada ni nadie me va a hacer olvidar.

Han pasado cuatro días desde que cambié el rumbo de mi destino, o eso quiero pensar. Cuatro días desde que cogí un avión desde Madrid a Los Ángeles, pero el moretón no ha desaparecido. Esta mañana, recién levantada, parecía multicolor. El morado, negro, amarillo y verde se había apoderado de mi piel. He temido porque el corrector no cubriera lo suficiente y mis compañeros, que aún dormían, descubrieran mi verdadero rostro cuando despertaran en la casa que Golden Films, la productora de la película, nos ha asignado hasta volar a Vancouver, Canadá, donde tendrá lugar la filmación de la película. Ha parecido ser suficiente. Aun así, saco una brocha de tamaño viaje del bolso y aplico una nueva capa a pequeños golpecitos. Ahogo un gemido de dolor. Pillo la primera toalla que veo y me la meto en la boca. En estos momentos me dan igual las bacterias, gérmenes y ácaros que esta cosa pueda tener, no quiero que me escuchen rabiar desde fuera. Lo morderé con fuerza y será suficiente.

Tengo que hacer un esfuerzo inhumano por no emitir un gruñido al volver a tocar la zona dolorida, pero no lo consigo. Sin querer, bajo la guardia y escupo la toalla, que cae al suelo, y emito un quejido lo suficientemente fuerte como para que el rubio intente forzar el manillar. Zack sigue detrás de la puerta, no se cansa de golpear e intentar abrirla de aquella forma. Alguien le anima a que coja impulso y la golpeé con el hombro para tirarla abajo. Otra voz pone cordura y le pide, entre súplicas que no lo haga o tendrá que pagar cada dólar de la reparación. Este último intuyo que es el director. Desde que lo conozco tiene una rara obsesión con el dinero.

Los demás, preocupados, proponen llamar a emergencias. Uno de ellos dice que podría haberme pasado algo. Otra voz asegura que eso no es posible.

Solo espero que no lo hagan, no quiero tener que dar explicaciones de mi vida a nadie más. No quiero empezar mintiendo. El maquillaje podría desaparecer mientras los médicos me auscultan y observan mi cuerpo debido al contacto, lo que conseguiría dejar mis moratones a simple vista. No me gustaría tener que decir que me he caído. Otra vez no.

—¡Hey, tú! ¿Estás bien?

Si no respondo, esta situación nunca llegará a su fin. Aunque el miedo a que al abrir la puerta el monstruo de las pesadillas esté ahí, dispuesto a entrar de nuevo en mi vida, cierro los ojos y cojo aire profundamente. Tengo que repetir la misma acción seis veces, pero me armo de valor y deslizo el cerrojo. Pulso el manillar y abro la puerta unos centímetros, lo justo para ver a Zack mirarme con esos ojos azules, capaces de hacerte nadar en lo más profundo del océano.

Nosotros Nunca [YA A LA VENTA]On viuen les histories. Descobreix ara