Me bastó con escuchar el nombre de ese niño para abrir la puerta bruscamente, se sobresaltó un poco, pero igual que la vez pasada, tuvo el descaro de seguir hablando con él. Muriendo de celos me acerqué a ella, la tomé de la cintura y la aventé sobre la cama.

– Tengo que irme, lindo. Lo siento. – se escucho el vibrar del celular.

Me dedico una sonrisa que no transmitía más que inocencia fingida y descaro, vaya niña; quién diría que detrás de ese angelical rostro se esconde una traviesa y seductora mujer.

– ¿Cuál es el problema, Seb? – se recargo sobre sus antebrazos elevando un poco su espalda.

Detestaba verla actuar con tanta inocencia, no sabía lo que provocaba o quizá sí y le gustaba ser así de juguetona.

– ¿Cuál es el problema? – suspire y con delicadeza me acerqué a ella. – Hace unas horas me abrazas y ahora llamas "lindo" a ese niño. –

– No le veo nada de malo, después de todo fuiste el que insistió en que debería fijarme en chicos de mi edad, ¿no? –

No podía aguantar con el enojo y las ganas de hacerla callar, me miraba a través de sus pestañas fingiendo ser una niña buena.

– Deberías felicitarme, vamos progresando. –se paro quedando a la altura de mi pecho.

Mordió su labio y sin romper el contacto visual, guió sus manos a su corta camisa, tomando el borde, como si estuviera acomodándola.

– ¿Crees que la próxima vez... en lugar de sólo besarme me lleve a su cama?. –

– Es suficiente. – con rapidez puse mi mano sobre su cuello ejerciendo un poco de presión.

Por un breve momento pensé en detenerme e irme, pero algo me impedía hacerlo, no podía huir como un cobarde sin siquiera probar sus labios.

– ¿Disfrutas actuar como una mujercita? –empecé a bajar mi mano lentamente.

Con cierto temor, dejé mis dedos vagar por su cuerpo, aunque las ganas de hacerla mía eran más grandes que mi incertidumbre.

– Respóndeme Adelaide o no te tocare. –

– Lo hago Seb. – su voz tembló cuando mis dedos empezaron a jugar con los botones de su ligero escote. – Solo frente a ti. –

Desabroche uno a uno cada botón y con delicadeza desnude sus hombros, dejando al descubierto su sostén. Lo poco que me quedaba de autocontrol reaccionó e intente irme, alejando mis manos de su cuerpo y bajando la mirada.

Ella, al notar mis pasos próximos, tomó mi mano, haciendo que me detuviera y con suavidad jalo de la misma, indicándome que me sentara sobre la cama.

Se sentó a horcajadas sobre mi y yo, sin pudor alguno, puse mis manos sobre su cadera, guiándolas poco a poco hacia su trasero.

– Esto esta mal, princesa. –

– Puede ser... – ambos empezamos a marcar un ligero vaivén.

Ninguno pudo articular alguna otra oración, dejando así únicamente el sonido de su respiración agitada, su piel erizada por mi tacto y sus labios entreabiertos dejando escapar silenciosos gemidos. Cuando sus caderas insistieron en ir más rápido y con más fuerza, le concedí su deseo, baje mis manos a su trasero, dando apretones y marcando mi mano en el mismo, aprovechando su vulnerabilidad permitiéndome remarcar mi polla en su intimidad.

Sus gemidos eran más altos, por lo que pegue nuestros labios, en busca de saciar mis ganas de besarla y silenciar el magnífico sonido, a sabiendas de que yo era el que la tenía así. La bese con el deseo contenido, con todo el amor y pasión que podía entregarle.

Tocando su cuerpo y dándole placer.

– Seb... – susurro alejándose de mi y frotándose aún más rápido. – Por favor... –suplico al ver cómo detenía el movimiento de sus caderas.

– No voy a dejar que te corras, no de esta forma. – gire nuestros cuerpos, yo quedando encima de ella.

Mi escurridiza mano encontró su camino adentro de sus shorts, rozando por encima de sus bragas. Disfrutando de la vista que me daba, su ceño fruncido, mordiendo su labio inferior en busca de acallar sus gemidos.

Estiro su mano y la puso en mi mejilla, acercando mi rostro a ella, besando mis labios aún dejando salir jadeos.

Estábamos tan centrados en nosotros mismos, en darnos placer y probar nuestros labios. Qué olvidamos por completo quienes estaban en la planta baja.

Estábamos sumisos en el placer, tanto que lo único que fue capaz de distraernos fueron los golpes a la puerta y la voz de Corinna.

– ¿Adelaide? –

– Mierda... – susurré agitando mis dedos con más rapidez y fuerza. – Responde princesa. No quieres que sospechen ¿o si? –









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ᴹʸ ᴮᴱᴸᴼⱽᴱᴰ

My little girl - Vettel!Where stories live. Discover now