Prefacio I

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Me gusta la persona que soy

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Me gusta la persona que soy. A la pena le encanta estar en compañía».
ANTHONY CORALLO


Tenía una estatura promedio, más baja de lo habitual en un hombre, pero una cabeza más alto que su propia medida.

De cabello largo y sedoso, al nivel de los hombros, de un rubio dorado y brillante. Ojos ligeramente rasgados color azul y labios delgados siempre de un tono rosado. Manos delgadas y un poco afeminadas y una forma de vestir bastante sencilla como para tratarse del tercer hijo de Adolf Barkov, un empresario con gran prestigio qué poco a poco había subido de rango, poniendo a la familia Barkov en el puesto número cuatro de las familias más ricas de la ciudad.

Mirada melancólica. Recién ingresado a la universidad en la carrera de contaduría, sin embargo, dos años mayor que los estudiantes de su curso. Aramides Barkov fue adoptado por los Barkov a los doce años y aunque nadie conocía sus antecedentes familiares, todos habrían de suponer que provenía de un linaje pobre, debido a su falta de modales. Y él llevaba esos comentarios hirientes y mal intencionados sobre sus hombros delgados con orgullo. A veces, en entrevistas a su familia pasadas por la tele, parecía sonreír cada vez que alguien lo criticaba y parecía disfrutar todavía más, cuando dichos comentarios manchaban la imagen perfecta de su padre.

Era un personaje curioso. Y aquellos siempre terminaban siendo un problema.

Saboreó la chupeta un poco más antes de hacer un ligero *pop* al apartarla de su boca. Sus ojos, como dos aves depredadoras, no perdieron de vista la silueta delgada del hijo menor de los Barkov, qué en ese instante salía de un club nocturno a paso tambaleante. Ella lo siguió a una distancia prudente. Pronto llegaría la hora de acercarse, pero por el momento, esa noche solo lo analizaría.

Cinderella trabajaba como mercenaria en la ciudad de Berlín para la ‘ndrine* Morello-Vottari, dos familias enlazadas al crimen organizado de la  L´Ndragueta*. Eran conocidos también en gran parte de Alemania por su crueldad y frivolidad. Castigaban de formas retorcidas a los traidores y cobraban con sangre las deudas pendientes. Además, dada su popularidad en el mercadeo ilegal, considerarse los mejores era un orgullo que nadie podía quitarles y que tratara de hacerlo un empresario con ademanes samaritanos les hervía la sangre a niveles escalofriantes. Las consecuencias de querer superarlos valía la muerte de uno de los suyos, señal de advertencia para detenerse antes de morir también en el intento.

La muerte de su hijo menor, Aramides Barkov, sería esa primera advertencia. Y ella era la encargada de cumplir dicha tarea.

El pequeño de los Barkov se detuvo frente a la puerta de la Residencia estudiantil donde vivía —por petición suya más que por el agrado de su padre, según había oído. Casi parecía que el chico no quería estar cerca de casa —una mansión donde el servicio los atendía plenamente 24/7 debido a un buen salario. Si fuera ella, jamás se iría de tremenda mansión.

La muerte seduce ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora