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"No me dejes ser feliz sin ti"

Había una vez en un lugar tupido y saturado de arena, una preciosa familia jugando.

Un hombre feliz estaba a pocos metros adentrado en el mar, contento por la condena que él mismo decidió perseguir. Las olas frías atrapaban la mitad del cuerpo de Chifuyu, quien se mantenía en rodillas, esperando a una pequeña con cara similar a la suya.

Los ojos de Jin Aiko, la persona que llevaba toda su genética y belleza, negaba como nunca tener posesión de brío en su alma. El vigor no estaba invitado en su determinación, solo el miedo y la angustia.

En cada intento del mar por probar sus pies descalzos, Jin se recorría unos pasos, no quería que el agua le robara los pies empanizados de arena. Tenía las manos empuñadas a la altura de su pecho, imaginaba monstruos horribles escondidos en el mar, esperando por ella.

—¡No voy a entar!— se alejó más de la orilla.— ¡No, no y no!— tembló. Durante todo el rato que llevaba amenazando a las aguas espumosas, pensó en lo muy tonto que era su padre para meterse al mar.—Ya salte papá, te va a comer un tiburón—Jin pedía con sus manitas que el hombre de carcajadas se acercara hasta ella.— No estoy jugando, ven conmigo y papá Tora.

—¿Y sí mejor vamos nosotros con papá Fuyu?— Kazutora tomó a la niña desde las axilas, la hizo volar y sin esperar más, corrió con ella hasta su destino amado.—¡Al agua!

El gritito que compartió la niña de cuatro años hizo voltear a algunas personas quiénes fueron testigo de la escena de los hombres abusivos que solo intentaban ayudar a su hija a vencer sus traumas inocentes ante lo desconocido. Kazutora sobrepasó la distancia a la que estaba Chifuyu, fue con Jin sostenida en el aire, trabajaba músculos, reía al ver los pies recogidos de su hija, ella se había hecho una bolita para no tocar ni ser salpicada por accidente, ignoraba hasta ese punto que su padre fuese un ser malvado para secuestrarla y llevarla a la perdición de la naturaleza. 

—Uno, dos y...— Kazutora imaginó que era un gran basquetbolista y su hija el balón de los conflictos.— ¡Tres!— su idea fue errónea. En ningún momento adivinó las patadas al aire que daría su hija, una de tantas le pegó en la nariz.

Chifuyu había olvidado nadar, prefirió caminar entre el agua y crear ondas con los brazos, iba dispuesto a salvar a su niña del monstruo que resultaba ser su adorada pareja.

—¡Kazutora, así no!— gritó envuelto en crisis y un pequeño ataque de ansiedad, pero su aviso resultó  anulado por la acción repentina de su esposo.— Este idiota...— enchinó los ojos. 

La forma en que hacía las cosas Kazutora tendía a ser tosca y sorpresiva. Una cosa era querer que su hija entrara al mar con ellos, y otra muy diferente obligarla de esa manera, tomando con libertad y burla su inocente miedo. Tanto padre e hija se hundieron unos segundos en el mar, y al salir, la niña estaba desconcertada, hacía sus dientes castañear, pero sobre todo, estaba tosiendo por la sensación de ahogo y agua salina filtrada en su redondita nariz. Abrió sus grandes ojos con espanto, buscando con la mirada a Chifuyu, llorando de inmediato al hacer contacto visual.

—¡Tonto! ¿Cómo se te ocurre?—Chifuyu arrebató a su primogénita. — Pobre mi bebé, ¿Estás bien?, respira profundo mi amor—atacó con palabras dulces y besos en las mojadas mejillas a la niña que destilaba lágrimas igual de saladas que el agua de mar.— Shh, no llores mi reina, ya no te va a pasar nada, ¿Sí?— a pesar de su molestia, sonrió. Le hizo gracia interna ver a su hija empapada y con una de su coletas desechas. Siguió repartiendo su cariño, golpeando suavemente la pequeña espalda para que ya no estuviera sofocada.

La niña seguía indispuesta a permanecer en esas toneladas casi infinitas de marea y diversidad natural. Se abrazaba desde lo alto y miraba las olas trasparentes, ahora odiaba el mar. Odiaba la playa, y estaba profundamente decepcionada de su segundo padre, el cual miraba con deseos de vengarse y  decirle que ya no lo quería.

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