=Las Ranitas Imprudentes=

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          En las entrañas de un frondoso bosque, las ranitas que lo habitaban se preparaban para la llegada de la temporada de lluvias; siendo su trabajo, anunciarle a los poblados humanos de su cercanía, y celebrar junto a los demás residentes cuando las primeras gotas caían del cielo, bailando en los charcos que poco a poco se asentaban en los claros del bosque.

Era una festividad enorme y concurrida, los suelos se llenaban de pequeñas criaturas que jugaban sin preocupación alguna, y todos tenían que esperar su turno para tener la oportunidad de danzar sobre los charcos cristalinos.

Dos ranitas se encontraban impacientes, habiendo esperado por horas su turno para bailar y jugar con los demás; pero parecía que en el claro jamás habría espacio para ellas. Cuando la celebración haya terminado, se habrían quedado juntando polvo, y sin haber puesto sus pequeños pies sobre el agua, ni jugar, ni bailar en ella.

Todos parecían estar divirtiéndose de verdad, todos menos las ranitas; entre las luciérnagas y sus brillos de colores, la música tan alegre de los grillos y saltamontes, las risas y el bullicio de los animales en los charcos solo parecían tentarlas más, ¿Quién no quisiera ser parte de toda la celebración?

Pero tanta fue la conmoción, que la fiesta también atrajo a un invitado no deseado, una sombra que se camuflaba con el anochecer y acechaba a las criaturas desde el aire fino que incitaba a la emoción. Para cuando los pequeños animales notaron la presencia del intruso, ocultarse fue la acción inmediata a realizarse, todos corriendo despavoridos a resguardarse bajo las grandes hojas de los arbustos y las flores que adornaban el suelo del bosque; tendrían que continuar su fiesta en un lugar más seguro.

Al poco rato, la celebración comenzó de nuevo; se escuchaban las armonías de los insectos y los sonidos felices de todos quienes se atrevían a bailar. Las ranitas no prestaron mucha atención a esto, enfocándose en el charco de agua que ahora yacía vacío, invitándolos a sumergirse en él. Ya no había que esperar su turno, o apretarse entre la multitud, la pista era toda suya y fue tanta su necedad y desesperación, que decidieron salir al claro a pesar de la sombra que advertía un peligro.

Una enorme ola de sensaciones consumió a las ranitas, quienes danzaban en el charco como si no hubiera un mañana, guiadas por la música que aún se escuchaba y sus propias voces, la luna asomada convirtiéndose en su reflector; finalmente habían logrado lo que deseaban de aquella noche.

Su momento de éxtasis fue corto, pues con su escándalo, atrajeron toda la atención del depredador que paciente esperaba una oportunidad; solitas las dos ranitas alejadas de los demás, absorbidas por su emoción y catarsis después de haber esperado tanto, alejadas de la seguridad que el bosque podía proveer, ni cuenta se dieron cuando el ave enorme cortó el viento con sus alas y abrió grande su pico, atrapando a una de ellas y desapareciéndola tan pronto hizo contacto con la pobre ingenua criatura.

La única superviviente huyo despavorida de regreso al santuario vegetal; su pequeño corazón resonando como un fuerte tambor que se hundía cada vez más al procesar lo sucedido.

Así, la pequeña Ranita se quedó sin su amiga; ahora, la fecha de aquella celebración se convirtió en el recuerdo de sus acciones imprudentes e incluso, si acudía a los demás buscando cobijo, las palabras que recibiría después de los lamentos siempre serían:

"No te metas en la boca del lobo, y mide tus acciones.

Pues la imprudencia es quien a la muerte antecede."


Las Ranitas ImprudentesWhere stories live. Discover now