—No me da la gana —dice cuando una sonrisa aparece en su rostro, lo que provoca que lo jale del brazo

—¿Y quien dijo que tenías opción? —señalo con la voz ronca—, es una orden y no veo que sea difícil de captar.

Klaus sonríe y se atreve a retarme con la mirada, pero al notar que fuego escapa de los míos, se vuelve cobarde.

—Es divertido como eres una enana gruñona —cambia el tema al dejar escapar una risotada que podría ser contagiosa en otro momento.

—No te pregunté si te da risa —me defiendo al saber que no tengo que recalcar que él es más alto por un centímetro. Klaus se tapa la boca, sin embargo, sus ojos reflejan que sigue riendo.

—Pues miedo no me das y de paso, no eres mi mamá ni mucho menos un oficial, así que nada me obliga a responder —confiesa al bajar su estatura y poner sus manos en sus rodillas y ver al suelo—, ¿si captas?

La rabia me obliga a hacer el ademán de ahorcarlo.

—Mira, malviviente, sólo quiero vengarme —escupo cuando pega un brinco para alejarse de mí—, ¿Podrías dejar de actuar como un niñito?

Klaus relaja la expresión y encoje los hombros, metiendo sus manos en los bolsillos de su caro pantalón.

—Nosotros somos culpables —recalca con la mirada como una flecha—, nadie nos mandó a comernos las vainas esas, encima, créeme, ella no tiene la culpa.

En reflejo a su comportamiento, mis manos se vuelven puños y aprieto tanto que el interior se pone blanco.

—Mira. No tengo ni idea de porqué la estás defendiendo y de porque actúas como si supieras más de lo que hablas —suspiro al pasar una mano por mi cabello—, pero si sé que no es bueno quitarle la culpa en algo que es obvio —digo como si fuera un hombre de las tabernas con apenas dos dedos de frente para saber como respirar.

En respuesta suspira y hace un puchero al saber que si va en mi contra ganará puras desgracias.

—No la culpes —ruega al acercarse y jalar mi brazo como si perteneciera a una muñeca—, no tiene la culpa.

Lo empujo y golpeo, acto que hace que mire sus manos consternado.

—No había necesidad de maltratarme, maldita loca —escupe al pegar de su pecho la mano que alcancé a golpear—, es más, tu toma de decisión, me obliga a hacer algo, perdón hermanita, pero no puedo ayudarte —afirma antes de irse echando fuego por los zapatos.

Podría perseguirlo, pero sé que volverá, además de que es bueno escondiéndose.

Me lanzo al sofá al sentir que mis piernas gritan por piedad. Observo con detalle cada pared del pálido departamento que fue utilizado para miles de fiestas que según mamá, ella y sus hermanos, protagonizaban.

La primera razón por la quiero largarme, no soporto la idea de saber que somos la segunda generación viviendo en un mismo ambiente. La segunda es que al tener dos hermanos, siempre hay gente en la casa y no tengo espacio propio.

Dylan sale de su habitación, mis ojos van a mi celular con poco interés, sin embargo, llego a notar sus mangas arremangadas hasta los antebrazos, sus anteojos sobre la cabeza y el rostro hecho mierda por una tarde de estudio intenso.

No hay palabras, ni siquiera una mirada entre nosotros, él pasa a la cocina; abre la nevera, saca la jarra y toma agua directo del pico.

Pongo los ojos chiquitos y lo veo limpiarse la boca con el torso de la muñeca, lo que me provoca escalofríos al pensar que el próximo que beba agua se llevará a su cuerpo el ADN de Dylan.

—Veo que conseguiste tus lentes —señala algo obvio al carraspear su garganta y llevar su mirada a mi persona—, te ves mejor que ayer.

Asiento y por cortesía sonrío con los labios cerrados. Mis deseos de preguntarle por la muchacha aumentan y en cierto momento es como si quisiera vomitar de nuevo, pero al abrir la boca nada sale.

—Papá... me había mandado a hacer unos de repuesto —digo como si él no estuviera enterado y bajo la mirada a mis dedos que están entrelazados sobre mis piernas—, y si... me siento mejor.

Dylan se quita los lentes y los deja arriba de la encimera, se gira hacía mí y suelta un suspiro.

—¿Qué quieres preguntarme? —cuestiona al leer mi expresión y notar dicho tick que me delata.

—¿Qué tanto sabes sobre la muchacha? —indago sin dilatarlo y él parece a verlo visto venir.

—Hablé con ella —confiesa al pasarse la lengua por los dientes delanteros—, creo que deberías hacerlo también.

—No debería ser yo quien esté buscándola —señalo con mi índice—, si ella fuera inocente, vendría a dejar clara las cosas.

Cruzo las piernas y me relajo.

—Su nombre es... Heyde —dice con duda después de meditar con la mirada en el techo—, no sé su apellido.

Mi mandíbula cae al suelo por tal ayuda de su parte.

—¿Tú... me estás ayudando? —cuestiono, él asiente.

—Sé que te sientes culpable —afirma—, no sé porque siempre ha existido está grieta entre los tres... pero quiero que se acabe.

Dylan se sienta sobre el mesón y afinca la mejilla en su palma.

—Por favor, no hagas nada de lo que puedas arrepentirte —pide con el corazón en la mano—, no sabes la historia, por lo menos deja que ella te explique y luego decide que vas a hacer.

Dejo salir un suspiro y le sonrío.

Me siento mejor, sé que al menos alguien no me está echando la culpa de nada.

—Tienes razón —sonrío de verdad—, gracias... por estar para mí.

•°•°•°•

Nota de autora:

Una flor que me recordó a Heyde, es de la siembra de mi abue en marzo y hasta ahora la encontré, tomé su foto hace mucho ^^.

En fin, te deseo una bonita tarde/noche/día.

Con mucho amor: Rosie.

Entre Marzo Y Agosto✨ [TERMINADA]Where stories live. Discover now