—Iré por algo de tomar.

Y se alejó.

Frey continuó su búsqueda, tenía que ser rápido y eficiente si esperaba que todo saliera bien.

Todo tenía que salir bien.


JAEDA


Frey Stein era un idiota.

Jaeda lo había confirmado esa tarde mientras lo observaba desde la ventana del tercer piso del único edificio la calle del festival. Por su altura, Frey resaltaba entre la gente y se veía como un cordero perdido porque era obvio que no encontraba a quien buscaba: Leigh Fleming.

Jaeda se tensó al recordar ese nombre, pensar en ella le revolvía el estómago y su cabeza volvía a esa noche, a la nieve y a la imagen de perfil de Leigh disparándole a su hermano, matándolo como si nada, como si Heiner no fuera el ser superior que era. ¿Cómo se atrevía esa pueblerina de mierda a terminar con la existencia de alguien como él?

Ella apretó los labios, furiosa, la calidez expandiéndose por su cuello y su cara. Antes de la muerte de Heiner, Jaeda no había sido violenta, después de esa noche, todo cambió, una rabia volcánica vivía en ella y erosionaba de formas sangrientas y agresivas.

Había perdido a su hermano, su obsesión, a su amor. Heiner lo era todo para ella, y le hubiera seguido hasta el fin del mundo. Sin embargo, él ya no estaba a su lado y todo por culpa de Leigh, porque se había metido en el plan como una espina atravesada e incómoda. Jaeda le rogó muchas veces a Heiner que la matara, como si predijera que ella sería su fin. Pero él siempre le sonreía con diversión y repetía:

"Ella es mi creación, Jaeda. Quiero ser testigo de lo que puede llegar a lograr."

Logró asesinarte, Heiner, ¿estás orgulloso ahora mismo?

Jaeda inhaló profundamente e intentó contener su rabia y su emoción porque por fin había llegado el momento en el que podría vengar a su hermano. Leigh ya no estaba a salvo en otro continente, resguardada por su padre, ahora estaba aquí a su alcance. Jaeda echó un vistazo por la ventana y la vio.

Leigh Fleming estaba del lado opuesto de Frey en el festival, llevaba un abrigo rojo y un gorro a juego, su cabello negro largo estaba suelto. Jaeda bufó, porque la pueblerina que recordaba nunca usaba colores tan llamativos y que usara rojo... le recordaba a la Reina roja. Era claro que le estaba provocando de una manera muy descarada y que era tan idiota como Frey.

Jaeda miró en el reloj en su muñeca, ya él debía estar por llegar. Aunque la violencia formara parte de su identidad ahora, Jaeda no era buena con las armas, mucho menos las usadas a larga distancia como lo que necesitaba en ese momento: un fusil francotirador. Así que había contratado a uno de los mejores y quedaron de verse en este apartamento vacío del edificio. Sería una muerte rápida, quizás no lo que había planeado en su cabeza para Leigh, pero serviría.

Ella ojeó a Leigh desde la ventana con vidrios rotos y de marco lleno de nieve, imaginó la forma en la que el cuerpo de la chica caería sin vida sobre la blancura de la nieve igual que Heiner.

—Estoy aquí —murmuró el francotirador al entrar, cargaba una maleta donde traía el arma.

Jaeda señaló la ventana.

—Desde aquí tienes una buena oportunidad.

Él asintió, era de poca estatura y con un corte de cabello muy bajo. Era de confianza, no era la primera vez que hacía un trabajo para ellos. Él comenzó a juntar todas las partes del arma frente a la ventana.

Frey (Darks #2)Onde histórias criam vida. Descubra agora