Su reloj de muñeca vibró, y Armelle se detuvo en un extremo de la piscina. Las seis en punto. Había quedado de verse con Jamila, su mejor amiga, a las ocho de la noche en su casa. De vez cuando tenían cenas con la otra, y ahora era su turno de ser anfitriona. Además, aunque Jamila no se lo hubiera expresado en voz alta, Armelle era plenamente consciente de que su insistencia en tener otra cena juntas se debía, en parte, a su preocupación por su estado después de su separación con Ansel. Insistir en que el lugar de reunión fuera su casa era para asegurarse de que todo estuviera en orden y Armelle no estuviera cayendo por una espiral de tristeza y remordimiento, o odio hacia sí misma. Y aunque ella agradecía profundamente la preocupación de su amiga, también encontraba hasta cierto punto molesta esa necesidad de cuidarla y protegerla. Armelle no necesitaba ayuda ni alguien que le ayudara, al menos en su opinión.

La que había roto el compromiso había sido ella. Ella y nadie más. Ansel había llorado mucho, pero había aceptado su decisión y entonces, ambos habían tomado caminos separados. Eso era todo. No había una historia triste o de jugosa traición detrás de su decisión, ni había sido que jamás lo hubiera amado. Por supuesto que había amado a Ansel. Había aceptado casarse con él en primer lugar. Simplemente, cuando había evaluado su vida a su lado y se había preguntado a sí misma si se veía como su esposa, se había dado cuenta de que la respuesta era negativa. Se había dado cuenta de que su vida, entrelazada de una forma mucho más íntima con la de su pareja, no era lo que ella buscaba en ese momento y no estaba segura de si alguna vez lo haría. Y se había dado cuenta de que ella y Ansel no estaban hechos el uno para el otro, y buscaban cosas distintas para su futuro. Así que había roto con él.

Salió de la piscina de un salto y tomó su toalla. Comenzó a secarse, mientras se ponía las sandalias y comenzaba a caminar en dirección a los vestidores. Tenía que recoger un paquete en la oficina de correos, llegar a su casa, cambiarse, verificar que todo estuviera en orden y preparar la cena para Jamila y ella, y solo tenía un par de horas con quince minutos—Había agregado los quince minutos porque conocía a su amiga, y sabía que la puntualidad no era uno de sus muchos dotes—para hacer todo lo anteriormente mencionado. Apuró el paso, y se internó en el húmedo lugar para enjuagarse brevemente.

Prefería bañarse en la intimidad de su casa, pero antes de marcharse siempre se enjuagaba el cloro y el agua de la piscina. No se sentía bien en meterse en su ropa sabiendo que las bacterias que flotaban en el agua se encontraban adheridas a su piel de esa forma, ni siquiera si de todas formas iba a lavar la ropa después.

Se enjuagó el cabello, tratando de evitar que este quedara tieso en medida de lo posible—Algo que no le agradaba de la natación era la resequedad que esta causaba en su piel y cabello. Durante dos días mínimo después de meterse a la piscina, tenía que usar acondicionador y crema de forma intensiva—Y se enjuagó el cuerpo, antes de salir y cambiarse con su ropa de trabajo, un pantalón y la playera del uniforme. Se cepilló el cabello, y salió apresurada por la puerta de los vestidores.

—Buenas noches, Riley—Dijo, sonriendo, en dirección a la recepcionista del lugar. Riley levantó la mirada de su escritorio, y su mirada se suavizó.

—Buenas noches, Armelle—Se despidió.

La joven salió del gimnasio a paso rápido, mientras buscaba en su bolso las llaves de su automóvil. Había ahorrado su salario un tiempo después de comenzar a trabajar como profesora en una escuela secundaria, con la esperanza de conseguir un vehículo. Si había de ser sincera, no le importaba mucho qué clase de carro obtenía, siempre y cuando funcionara bien, fuera pequeño y no tuviera que gastar mucho dinero en él. Al final había conseguido un Beetle. Después de comenzar a salir con Ansel, que a pesar de no tener mucho dinero por sí mismo, provenía de una familia de clase alta y tenía un Audi del año gracias a su tía, había tenido que acostumbrarse a las constantes quejas por su pequeño automóvil. Ansel insistía en que él podía conseguirle un mejor auto, pero siempre se negó a ello. Ahora lo agradecía, porque entonces ya no tendría ni prometido ni medio de transporte.

sweet nothing ❪spencer reid❫Where stories live. Discover now