3. Un lugar inesperado

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—Entonces ¿qué hacemos? —preguntó Óliver cuando por fin se cansó de reír.

—Creo que lo único que podemos hacer es esperar —dijo Rodrigo—. Al menos hasta que se haga de día o que alguien nos encuentre.

—Por lo menos podrías encender la linterna.

Rodrigo se percató entonces de que no la llevaba encima.

—¡Maldita sea! ¡La he vuelto a perder! ¿Por qué será que siempre pierdo la linterna cuando más la necesitamos? —se lamentó.

—¿Estás seguro?

—Sí. La llevaba en la mano, pero seguramente la perdí cuando... —La verdad era que no sabía muy bien cómo decirlo— cuando caímos de la torre.

—Entonces podría estar por aquí —dijo Óliver, agachándose para examinar el suelo—. Lo difícil será encontrarla. Si pudiéramos ver en la oscuridad...

—Si pudiéramos ver en la oscuridad no necesitaríamos linterna —observó Rodrigo.

—Claro, es verdad. Pero el caso es que no tenemos... ¿Qué es eso?

Rodrigo miró en la dirección que señalaba la temblorosa mano de su amigo. Dos pequeños círculos de tono amarillento brillaban en medio de la oscuridad.

—Tranquilo —dijo—. Creo que es un búho o una lechuza.

—Creo que este bosque cada vez me gusta menos —se quejó Óliver.

—Pues a mí siempre me han gustado los búhos —dijo Rodrigo.

—No es que no me gusten —aclaró Óliver—. Lo que pasa es que me pone nervioso sentir esos ojos tan fijos sobre nosotros. ¡Eh tú, cara semáforo! ¿Por qué no dejas de mirarnos y te vas a cazar ratones?

Nada más decir esto, los ojos brillantes desaparecieron y se oyó un aleteo que se alejaba.

—¿Has visto? Me ha hecho caso.

—¿No será que lo has espantado con tus gritos?

—Es igual. El caso es que se ha ido. A ver si nos dejan un rato en paz, que esto parece un zoológico. Por cierto, no tendrás pensado pasarnos toda la noche aquí plantados en medio de la nieve, ¿verdad? Seguro que por aquí cerca habrá algún tronco o alguna roca donde sentarse... Mira, creo que allí hay algo.

Sin pensárselo dos veces, Óliver se dirigió hacia un bulto oscuro que podía distinguirse a pocos metros de donde se encontraban. Rodrigo salió tras él y enseguida comprobó que efectivamente se trataba de un grueso tronco de árbol, pero estaba cubierto de nieve. Óliver se puso a quitarla con el pie y enseguida pudieron sentarse los dos. Durante uno o dos minutos permanecieron sin decir nada. Rodrigo miró el reloj. Eran las doce y media. En este momento estaría sonando el mp3 en el dormitorio de las chicas, pero Sergio y Álvaro en vez de entrar sigilosamente hasta su cama tendrían que ir a decirle al Topo todo lo que había pasado. En ese momento se alegró de no estar en su pellejo. No podía ni imaginarse la reacción del profesor al enterarse de que los cuatro se habían escapado en plena noche y dos de ellos habían desaparecido.

—¡Quién nos mandaría subir a esa maldita torre! —dijo en voz alta, para romper el agobiante silencio. La verdad era que casi no habían hablado del asunto.

—¿Pero qué dices? —se sorprendió Óliver—. Estamos viviendo la mayor aventura de nuestra vida. ¿Cuánta gente conoces que haya aparecido en un bosque como por arte de magia?

—Puestos a hacer magia, podíamos haber aparecido en un parque de atracciones, ¿no?

—Eso habría estado aún mejor —coincidió Óliver.

Rodrigo Zacara y el Espejo del PoderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora