Máxima potencia

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Él me había invitado a una cita y yo ya estaba preparada. Había elegido uno de los vestidos que él me había regalado hacía unos días. Era de una tela larga y suave de color verde botella con una ranura que dejaba ver mi pierna izquierda y un escote en V. Demasiado elegante para cualquier cita, pero él era uno de los hombres más ricos del país y salir con él siempre implicaba ir a lugares elegantes y reservados a los que asistía gente de altas clases sociales. 

Escuché su coche en la entrada, justo antes de recoger el bolso, y salí al momento. Lo encontré apoyado contra la puerta del copiloto cruzado de brazos esperándome. Estaba vestido con un traje negro y una camisa en conjunto. Los hoyuelos de sus mejillas se marcaron en cuanto me vió aparecer delante suya y conforme me acercaba a él, más marcados se veían. 

—Hola, cielo —me saludó al mismo tiempo que se inclinaba sobre mis labios para besarme a lo que correspondí con un pequeño beso.

—Hola, amor. ¿A dónde vamos? —pregunté mientras él abría la puerta del coche y me sentaba. 

—Es una sorpresa, pero seguro que te encantará —dijo antes de cerrar la puerta y rodear por delante del coche hasta llegar a su puerta. Cuando se sentó, encendió el motor en silencio y noté como me revisaba con la mirada de arriba a abajo—. Estás preciosa.

—Gracias.

Inmediatamente me sonrojé. Daba igual cuantas veces me piropeaba o me halagara, siempre me sonrojaba cuando escuchaba un piropo por su parte. Y él era consciente del color de mis mejillas en ese momento por eso sonrió mientras centraba su mirada en la carretera. Durante el trayecto, él colocó una de sus manos en la piel al descubierto de mi pierna. Sus dedos cálidos acariciaban mi muslo con suavidad y, en ocasiones, me apretaba con delicadeza, pero con firmeza.

Cuando llegamos al aparcamiento pude ver dónde nos encontrábamos. Era un hotel con una entrada particular a su restaurante. Daba igual el nombre, sabía que sería uno de estos restaurantes elegantes donde solo te ponen una pequeña porción para comer casi de degustación y, al terminar, seguiría hambrienta. 

—Antes de salir quiero darte algo —dijo mientras estiraba el brazo hasta los asientos traseros del coche—. Ábrelo —dijo cuando me dejó en mis manos una pequeña caja con un lazo alrededor. Y al abrirla, los ojos casi se me salen de las cuencas. ¡Era un vibrador!— Póntelo.

—¿C-ómo?

—Dejate las bragas puestas y póntelo —dijo mientras rebuscaba algo en su bolsillo—. Durante la cena, yo tendré esto —comentaba mientras me mostraba un pequeño mando de varios botones que acaba de sacar de su bolsillo—. Te espero fuera.

Cuando salió del vehículo, hice lo que me había pedido. Bajé mis bragas lo suficiente como para que me entrara el vibrador y, joder, estaba frío. Levanté la mirada y lo vi esperando al lado de la puerta del coche. Revisaba continuamente el teléfono y miraba hacia la puerta del restaurante en varias ocasiones como si estuviera esperando a que alguien más llegara. Me abrió la puerta y salí como si nada hubiera pasado. Me ofreció el brazo y yo lo entrelacé con el mío.

—Antes de entrar, me queda decirte una última cosa, —dijo conforme nos acercábamos a la entrada— vamos a cenar con mis padres.

—¡¿QUÉ!? —mi reacción sorprendió a un par de clientes que entraban al restaurante, pero mi grito no le sorprendió y siguió caminando conmigo agarrada a su brazo— ¿Por qué no me lo habías dicho?

—Porque entonces habrías estado mucho más nerviosa y no habrías accedido a ponerte un vibrador en el coño dándome a mí el placer de tener el mando —dijo con una sonrisa de oreja a oreja.

No me pude quejar porque ya estábamos en la puerta. No pasó mucho tiempo cuando ya había conocido a sus padres y estábamos los cuatro sentados alrededor de una de las mesas. Su madre estaba sentada frente a mí y a su izquierda estaba su marido que quedaba enfrentado con él dueño del control remoto del vibrador que llevaba metido en el coño. Era surrealista la situación y por unos minutos, los primeros veinte, pensé que se había olvidado del mandito que tenía en el bolsillo, ya que no notaba ninguna vibración. Hasta que, por supuesto, las empecé a notar. Eran súper suaves y supuse que era el nivel más bajo. Lo que me permitía seguir cenando y tener una conversación agradable con sus padres.

Cuando llegó el segundo plato las vibraciones eran más fuertes y ya no sabía como hacer para aliviar la sensación. Me estaba revolviendo en la silla, de la manera más sutil que podía, pero la sensación seguía ahí. Y no podía hacer nada, si iba al baño, no sería capaz de andar de forma normal, pero si seguía revolviéndome en la silla así, me iba a dejar en ridículo a mí misma. Asi que aposté por la última opción: apretar su pierna hasta que decidiera parar el puto vibrador. Él estaba hablando con su padre de algo de negocios o no se qué y su madre estaba hablando con la camarera sobre los postres que había, para saber cuál le recomendaba escoger

—Amor —susurré cerca suya.

—Dime —dijo al mismo tiempo que su padre se ponía hablar con el camarero que ahora se encontraba recogiendo los platos sucios de la mesa.

—Paralo, por favor.

—Tienes que ser más específica, cielo. No sé a qué te refieres —dijo con una sonrisa. Será cabrón.

—Por favor —supliqué susurrando.

—No sé de qué hablas —dijo y ahora él me agarraba de la muñeca, para que yo parara de apretarle la pierna. Pero yo no lo iba a hacer, lo menos que podía hacer era apretarle la pierna, la verdad.

—Joder, —dije, tomé aire y me comí toda la vergüenza que podía tener en el momento— apaga el vibrador —susurré.

—Cielo, no te oigo.

—Apaga el puto vibrador — Vale, lo reconozco, lo dije demasiado alto. Tanto que sus padres me escucharon y se giraron hacia nosotros. Pero lo suficiente para que el resto de mesas no lo escuchara.

De repente, el teléfono móvil de su madre comenzó a sonar, era su hija que se había puesto de parto así que ambos dos se levantaron de sus sillas y se despidieron rápidamente de nosotros. Y ahí nos dejaron solos, con cuatro postres encima de la mesa y a mí, muerta de la vergüenza.

—Ven —me susurró al oído, pero antes de que se levantara le paré con la mano.

—De verdad, apagalo. No soy capaz de ponerme a andar ahora.

Lo apagó sin rechistar y me llevó hasta el coche. Me abrió de nuevo la puerta del copiloto y rodeó el vehículo por la parte trasera, mientras lo hacía, volvió a encender el vibrador. Me pillaron por sorpresa las vibraciones y me agarré con una mano al manillar de la puerta del copiloto y con la otra al cabecero del asiento del conductor. No me percaté del momento en el que él entró y se sentó.

—Eres tan hermosa —dijo mirándome.

Yo no le estaba escuchando, mis cinco sentidos estaban para y por las vibraciones del aparato. Pero si noté como el asiento se tumbaba hacia atrás y supuse, que los había tumbado para darnos más espacio. También noté como dejaba besos y caricias en ambas piernas y, al mismo tiempo,  yo movía mis caderas en busca de más fricción.

—Ahh, joder.

—Cielo, quiero que te corras para mí.

Ahora él estaba besando mis labios, mientras que con una mano movía aún más el vibrador por encima de la tela de las bragas. Yo ya había perdido el sentido común, una de mis manos estaba contra el frío cristal y, la otra, estaba en su pelo apretando y tirando de él con fuerza.

—Mírame —dijo sobre mis labios, mirándome a los ojos.

Tenía a uno de los hombres más ricos y guapos del mundo con el pelo despeinado y la respiración entrecortada sobre mí.

—Córrete —me ordenó y lo hice, arqueando la espalda al máximo, con besos en el cuello y con las piernas que antes habían estado abiertas, ahora temblando.

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