Sad girl

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Era Kat, sencillamente Kat, por la mañana, un metro cincuenta y dos de estatura con pies descalzos. Era Kate para los vecinos. Era Katherine cuando firmaba. Pero en casa era siempre Kitty.

Con su metro cincuenta y dos de altura y sus cuarenta y dos kilos, Kitty había sido siempre una chica que había ocupado un espacio ínfimo no sólo dentro de su casa, sino también dentro de la memoria de todos cuantos la habían conocido. Era pequeña, diminuta, minúscula, casi inexistente.

No es que la gente no supiera de su existencia, pero la gran mayoría optaba por ignorarla, ya fuera por simple y llano desinterés o porque resultaba más cómodo hacerlo. Porque Kitty, a pesar de no estar demasiado preocupada por destacar, arrastraba como una pesada losa bastantes verdades incómodas de las que los adultos preferían no hablar, y que provocaban que a menudo se escucharan cuchicheos y murmullos a sus espaldas cuando salía a pasear por la calle principal.

 Porque Kitty, a pesar de no estar demasiado preocupada por destacar, arrastraba como una pesada losa bastantes verdades incómodas de las que los adultos preferían no hablar, y que provocaban que a menudo se escucharan cuchicheos y murmullos a sus...

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Para empezar, la niña no tenía padre. No es que estuviera muerto o divorciado, es que nunca había existido. Un día, con tan solo diecinueve años, la señora Haze quedó embarazada de repente y nadie se atrevió a hacerle ninguna pregunta al respecto.

Avergonzada por los rumores, terminó por mudarse a otro pueblo cercano en el que consiguió un empleo de recepcionista en un polvoriento hotel de carretera donde cada noche acudía gente de sospechosa reputación.

Por suerte, no se encontraba sola. Durante el tiempo que estuvo ahí trabajando, vivió en casa de Sybil, una vieja tía suya que le ayudó con todo y que se encargó de cuidar al bebé una vez vino al mundo. Se trataba de una mujer paciente que colmaba a la niña de atenciones y caprichos, regalandole pequeñas cajas de bombones, peluches y vestidos con encaje blanco que la hacían parecer un ángel.

A la señora Haze le parecía algo exagerado todo aquello, pero accedía encantada ya que ella en aquel momento no se podía permitir hacer ningún regalo a su hija. De hecho, aunque tratara de esconderlo, estaba aliviada de que su tía hubiera acogido tan bien a Kitty, algo que sus propios padres no habían querido hacer. Hacía años que no recibía una sola llamada suya ni de sus hermanas, que habían decidido poner tierra de por medio y fingir que nunca había existido.

De esta forma, sin nadie más que su madre y la tía de ésta para educarla, Kitty creció y se convirtió en una niña de seis años con unos grandes ojos marrones que lo observaban todo con gran interés. El parecido con una muñeca de las que decoraban el salón de su casa era estremecedor: la misma nariz diminuta, casi inexistente, las pestañas abundantes y largas y las mejillas rosas que contrastaban con su piel pálida.

Una tarde de lluvia, mientras Kitty estaba distraída viendo la televisión, Sybil se acercó a su sobrina y le habló por lo bajo:

-¿Es cómo su padre, verdad?

La señora Haze suspiró con cansancio a modo de respuesta. Era una mujer de pelo cobrizo, con unos profundos ojos azules y un rostro lleno de pecas que también podían distinguirse en sus hombros y su espalda. Ella y su hija no se parecían en absoluto y eso le molestaba, ya que su gran ilusión hubiera sido tener una pequeña copia de sí misma, una Jennifer Haze en miniatura, pelirroja y pecosa con la tez rosada y la mirada clara y transparente.

Pasó un año desde aquella pregunta y la tía Sybil murió repentinamente de un ataque al corazón. En su testamento, puesto que era viuda y no tenía hijos, dejó la propiedad y todas sus pertenencias a su sobrina que no dudó en arreglar la vivienda y pintarla a su gusto, lo cual hizo que tuviera que dejar su trabajo en el hotel.

A partir de este momento la personalidad de Jennifer se volvió algo extraña y sus decisiones incomprensibles y extravagantes. Por ejemplo, cuando el señor Harper, uno de los profesores de primaria del pueblo, llamó a su puerta para preguntarle por qué su hija no acudía al colegio como los demás niños de su edad, la mujer le contestó sin pestañear que pensaba educar a la niña ella misma. Algún vecino más trató de hablar con ella, pero fue imposible hacerla entrar en razón.

Así, recluida la mayor parte del tiempo en casa y sin más compañía que su madre, Kitty se convirtió en una chica que si bien era sociable, le costaba mucho hacer amigos. Con su pelo rubio y su piel marmórea parecía un fantasma, y los niños preferían jugar con personas de carne y hueso, en vez de con esa joven tan extraña, casi etérea, que los observaba con los ojos muy abiertos desde el otro lado de la valla de su jardín.

Y es que a todo el mundo en aquel pueblo le parecía que Kitty era algo rara, con su ropa de colores pastel y su manía de fotografiar aquello que le llamaba la atención con la vieja cámara que siempre solía llevar en su mochila.

Sin embargo, en comparación, su madre resultaba todavía más extraña. Su desesperación por ganar dinero para mantenerse a flote la había llevado a transformar la vieja mansión de la tía Sybil en una casa de acogida para jóvenes problemáticas a la que bautizó con el nombre de "El hogar para chicas de la señora Haze".

 Su desesperación por ganar dinero para mantenerse a flote la había llevado a transformar la vieja mansión de la tía Sybil en una casa de acogida para jóvenes problemáticas a la que bautizó con el nombre de "El hogar para chicas de la señora Haze"

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La vivienda, de finales del siglo XIX, había sido pintada de distintos tonos de rosa, lo cual le daba un aspecto muy parecido al de una gran casa de muñecas, decadente y dulce a la vez.

Se encontraba en las afueras, cerca de un pequeño río que discurría silencioso y en el que a menudo la gente acudía a bañarse cuando hacía calor. Además, también destacaba especialmente el jardín que rodeaban la propiedad, que era enorme y estaba limitado por una cerca blanca que tenía algunos tramos de verja, lo cual permitía que todo aquel que pasara por delante pudiera ver los parterres de azucenas y rosas, el estanque de agua verdosa y las palmeras de distintos tamaños que proporcionaban sombra en verano.

Quizás la forma más fácil de describirlo sería compararlo con el Edén, una especie de Edén moderno en cuya vegetación a veces podían distinguirse un par de flamencos rosas de plástico o algún enanito de jardín con la pintura desconchada. Así era el pequeño mundo de Jennifer Haze, un extraño lugar donde una vez entrabas el tiempo parecía congelarse y donde no se escuchaba otra voz que no fuera la suya, permanentemente presente, como un eco continuo y distante.

Naabot mo na ang dulo ng mga na-publish na parte.

⏰ Huling update: Apr 06, 2023 ⏰

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Welcome to the Dollhouse (Español)Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon