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Primera parte: ilusión

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La Abadía de Santiago es una edificación de extrema belleza, una construcción enorme constituida por varias alas y secciones. Está dividida en el área de seminaristas y el claustro para novicias. Dicha construcción incluye jardines con arbustos y enredaderas por todos lados, con esculturas de piedra en óptimas condiciones y por dónde solía transitar bastante gente, varios salones, bibliotecas y desde luego dormitorios individuales. La impresión que siempre daba esta edificación de piedra era: de extrema solemnidad e imponencia. Muchos decían que era como visitar el palacio de Dios en la tierra.

Desde luego la primera impresión de Choso no era distinta, concordaba en los dos adjetivos pero añadiría algo más: no había ninguna otra edificación que se le comparara, ni siquiera las anteriores abadías o fortalezas en donde habitó los primeros años de su camino como seminarista le llegaban a los talones. La Abadía de Santiago era la última morada, allí sólo llegaban los seminaristas en la recta final, quienes habían pasado todas las pruebas y mantenían en alto su fe por sobre todas las cosas. En este punto todo deseo carnal y mundano debía haber dejado la mente de cualquiera. Tanto hombres como mujeres estaban en el proceso de noviciado, su entrega era tal que ya se consideraban comprometidos en matrimonio con Dios. No muchos llegaban aquí, se necesitaba de gran convicción para tomar los votos solemnes: pobreza, castidad y obediencia.

Por rumores de compañeros Choso supo que esta abadía en específico solía ser diferente o más bien especial. Algunos sacerdotes, incluso sumamente entregados, solían desertar. Se decía que en los pasillos, en los jardines, al igual que Jesús fue tentado en el desierto por el diablo los seminaristas solían ser puestos a prueba de la misma forma.

Sobre ello Choso preguntó al obispo Gakuganji, quien era su tutor en ese momento y responsable de que Choso hubiera llegado a la abadía. Su respuesta fue simple: se rió y enseguida contestó.

—Son tonterías. ¿Quién te lo ha dicho? —tras reír procedió a lucir molesto—. Hmm ya sé, seguro fue él... seguro que sí pues sólo un sacerdote exorcista puede decir tantas estupideces. No, Choso, aquí no hay ese tipo de cosas parte de la brujería. He pasado casi toda mi vida aquí y no he visto nada, absolutamente nada. Es un campo protegido por Dios nadie podría tentarte o lastimarte. ¿Por qué hablas con él? Entiendo que es joven como tú pero no es el más cuerdo, después de todo ¿cómo puedes creerle a alguien que dice tener un pacto con un ángel? Es absurdo.

Choso evitó decir unas cuántas palabras más. No podía decir que se equivocaba en lo primero, sí... Kento Nanami le había advertido sobre La Abadía de Santiago, pero no fue de quien escuchó los rumores sino de todos los seminaristas. Específicamente él dijo:

—No dejes que te manden allí, es opcional. Deja que te manden conmigo, te presentaré con alguien que puede instruirte mejor. Te puedo mandar también al Claustro de Santa Teresa, puedes concluir tus estudios allí con normalidad. Si vas a la abadía me temo que no sería tan buena decisión.

También era cierto que era un sacerdote exorcista y que no todos parecían de acuerdo con su profesión, pero también era cierto, que su entrega para proteger y ayudar a otros era incuestionable. Pero... no se podía negar que era un tanto extraño, solía... hablar solo y si se le cuestionaba contestaba: "me disculpa, tengo una conversación importante con él... le enoja que lo interrumpan, es caprichoso". Y eso no ayudaba a los rumores sobre su locura tras su "pacto con un ángel". Además ¿no Gakuganji como sacerdote se contradecía? ¿Por qué no creer en las pruebas divinas? ¿No era eso llevarle la contraria a Dios y negar sus intervenciones?

Lost Lamb - Jujutsu KaisenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora