8. Un malentendido con sabor a miel

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—Eso me sorprendió y me molesto un poco... —baje un momento la vista, pero continué— así que, por eso mismo necesito entregarte esto.

Saqué la carta de mi gabardina y se la extendí.

—Esta carta contiene las palabras que no soy capaz de decirte, un sentimiento que solo puede entenderse cuando se lee.

Me miro atónita y por su expresión, noté que parecía incrédula a lo que sucedía. Aun así la tomo con delicadeza y la sostuvo con ambas manos. Pasados unos segundos de silencio, empezó a abrir la carta, pero la detuve poniendo mi mano sobre la suya.

—Me gustaría que la leyeras a solas...

Sus ojos oscuros me miraron un tanto inquietos y en sus pálidas mejillas apareció un claro sonrojo. El ambiente se sintió ligero y cálido a la vez, la brisa nos rozó el rostro con amabilidad. Me estaría engañando a mí mismo, si no sintiera el gran deseo de tocar sus mejillas o poner su precioso cabello detrás de su oreja.

Cosas como esas me aceleraban el corazón y como no quería cometer una tontería, decidí que lo mejor era irme.

—Debería irme, cuando la hayas leído me avisas —dije con una media sonrisa.

—Eso no será necesario —comentó con una sonrisa.

La miré confundido, ¿Será que me rechazara de golpe?

—Tu eres esa persona —dijo soltando una risilla.

—¿Cómo? —pregunté ladeando ligeramente mi cabeza.

Ella volvió a sonreír, pero esta vez de oreja a oreja. Al parecer yo no comprendía una posible indirecta.

—Podrás ser un experto en varios temas, pero parece ser que eres bastante lento en el amor

—¿Perdón...? —solté ofendido sentándome de nuevo.

¿Cómo es posible que yo, el experto en poesía sea "lento"?

—Las acciones valen más que mil palabras, eso dicen y tal parece que tendré que ponerlo a prueba contigo. —explicó con voz suave, acercando su rostro a mí.

A continuación puso su mano derecha en mi mejilla, luego se acercó poco a poco hasta que sus labios tocaron los míos. Sus labios eran suaves y la sensación fue dulce y delicada.

—¿Así o más claro? —preguntó sonrojada.

—Entonces tú... —dije confundido por el repentino beso, pues esperaba una confesión de palabra.

—Eres la persona que me ha conquistado —afirmo con una sonrisa.

—¿Cómo es posible? Pensé que... —expliqué tratando de procesar todo lo sucedido y solté indignado— Yo traté de ser romántico, ¿sabes?

—Lo sé, pero no podía dejar ir la oportunidad de decírtelo —respondió con una sonrisa pícara.

—Tanto que me esforcé en escribir esa carta... —susurré echando mi cabello hacia atrás.

—Entonces supongo que puedo leerla ahora mismo... —comentó mientras terminaba de abrir la carta.

—Después del beso, mi carta no es nada en comparación —dije con voz grave, pensando que lo mejor hubiera sido enviársela por correo.

Al final todo dio un giro completamente diferente del que esperaba, aun así, leyó la carta.

—¡¿Tú escribiste esto?! —exclamó nerviosa y con su rostro como un tomate.

Acto seguido me dio un golpe en el hombro, ¿Había sido demasiado para ella? ¿Fui demasiado directo? No lo sé, pues no pregunté. Solo como respuesta le di un beso tal como ella me lo había dado, con la leve diferencia que este fue más impetuoso.

—Supongo que ahora tendré la libertad de darte cariño —dije en voz baja formando una sonrisa, acariciando sus mejillas.

Ella me observo sorprendida por mis palabras, como si fuera un completo extraño.

—¿Quién eres y que haz hecho con Dante, el chico malhumorado y con un aspecto de estar enojado todo el tiempo?

—Sigo siendo el mismo Dante de siempre, la única diferencia es que trato de manera especial a la persona que amo.—respondí cruzando mis brazos y añadí— A menos que quieras que te trate como antes.

—Si no fuera porque te conozco desde hace un tiempo, pensaría que estas borracho —afirmo soltando una risa.

—De hecho, me considero a mí mismo como un poeta ebrio de amor —repliqué soltando una risilla grave.

—De hecho, me considero a mí mismo como un poeta ebrio de amor —repliqué soltando una risilla grave

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Dulce y amarga espera © (DYAE) // Clichés musicalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora