Un pequeño avance

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―Piensen en un recuerdo, el que deseen, y métanse en él. Siéntanlo todo.

Sin quererlo, la imagen de mi madre apareció en mi cabeza. Su cabello, su sonrisa, sus impecables atuendos y sus abrazos espontáneos siempre que estaba en casa. Papá no demostraba cariño como ella tan abiertamente, sino que lo hacía a escondidas, como cuando entraba a mi cuarto para darme un beso en la frente, todos los días antes de irse a trabajar. La noche anterior a la invasión lo había hecho y me había dicho esas dos palabras que hacía tanto no lo oía decir: "te amo". Habría dado mi alma para poder verlos una vez más.

El dolor de cabeza era insoportable, me pedía que lo quitara, que lo dejara libre.

Cuando abrí los ojos, Tessa me contemplaba con asombro y preocupación.

―No puedo hacerlo.

―Relájate. No funciona si estás tensionada...

―No, no entiendes ―se metió Matt, sus hombros tensos y los nudillos blancos―. Hemos sido entrenados para controlar lo que sentíamos cuando quisiéramos y en batalla.

―La única batalla que tienen que ganar es contra su propia mente. Ahora, canalicen ese sentimiento y déjenlo salir.

Tragué saliva con fuerza y volví a intentarlo. Cuando dejé que la pena y el duelo se hicieran uno, casi pude sentir mi corazón romperse en miles de pedazos. Las lágrimas bajaron incontrolables por mis mejillas, no habría podido detenerlas de haberlo querido. Sin embargo, el peso en mis hombros y cuello había disminuido considerablemente. Al abrir los ojos, Tessa me enseñó un espejo.

Mi característico color verdoso había sido reemplazado por una brillante tonalidad de celeste. Poco a poco se fue desvaneciendo y mi corazón volvió a latir con normalidad.

Los ojos de Matt habían adquirido un tinte violáceo. Sus comisuras temblaban y se estaba pasando las manos por las rodillas, intentando limpiarse el sudor.

―Tranquilo, todo está bien ―susurré, pasándole las manos por el pelo de la nuca. Mi otra mano se aferró a su mano y la apreté hasta que sus ojos dejaron de brillar y su mirada me devolvió a un chico roto con ojos pardos―. ¿Joe?

Asintió brevemente. Tessa no había emitido palabra, estaba anotando en su cuaderno con la vista dividida entre sus apuntes y nosotros.

―Terminamos por hoy. Pueden ir a descansar. Creo que en el comedor están horneando pasteles.

Acepté la oferta, porque me estaba muriendo de hambre. Entrelacé mi brazo con el de mi amigo y comenzamos a caminar. Me di cuenta que Tessa no nos estaba siguiendo cuando llegué a la entrada.

―Iré luego ―avisó ella y se dio la vuelta para hacer cosas de Comandante, suponía yo.

Transitamos la distancia que nos separaba del comedor charlando. Tratábamos de recordar si habíamos sentido lo que Tessa había mencionado, haber estado en una situación de dolencias extremas, pero, o bien esas memorias se habían borrado o no habían existido en primer lugar. De todas formas, nuestra memoria muscular estaba intacta. Podía notar mi abdomen más firme y la piel ya no colgaba de mis brazos como peso flácido.

Le habíamos pedido al doctor Blancher que nos creara la cartilla de alimentos sin carne. No tuvo ningún problema, así que ahora comíamos alimentos vegetarianos y veganos, aunque no me incomodaba comer algo que tuviera derivados de carne o de algún animal. Los suplementos que tomábamos ayudaban a que nos acostumbráramos al cambio y no bajaran nuestras defensas.

2. La olvidada ©Where stories live. Discover now