3 de marzo. 1941

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Jane no era una persona puntual. Su padre le reprochaba todo el tiempo las horas que pasaba vistiéndose, arreglándose y quedando para cualquier ocasión, haciéndola madrugar cuando tenían un pendiente.

De hecho, Jane había llegado tarde incluso a su propio nacimiento. Con cuarenta y tres semanas de gestación y dieciocho horas de parto, Jane había sido un dolor de cabeza para su padre desde el momento en que llegó al mundo, y lo fué aún más tan pronto el hombre quedó a cargo de ella y de su hermana mayor.

Su hermana mayor, la señorita Kim, en cambio, era el perfecto ejemplo de la decencia y los valores femeninos. Jane, sin embargo, era impuntual.

Esa mañana no era la excepción en el retardo de la pequeña coreana de ojos gatunos. Debía asistir, como cada semana desde los quince años, al hogar de la casamentera, la mujer que había pasado veinticuatro meses repitiéndole su inutilidad e incompetencia en el ámbito matrimonial.

—¡Jane! —le gritó su padre. - ¡Una vez más que lleguemos tarde donde la señora Yoo, y serás la solterona del pueblo!.

—Yo no pienso que sea tan terrible. —murmuró su hermana entrando a su habitación.

—¿Qué dice?. Si su futuro marido es el esposo que todas sueñan. —chistó la menor. — Alto, apuesto, atento, varonil, trabajador y, aparte de todo, que habla alemán.

—¿Sueñas tú con un prometido así? —quiso saber.

—No. —dijo sincera mientras su hermana le arreglaba el cabello. —¿Es muy raro si no?

—Tienes sólo diecisiete años, no hay prisa.

—Usted tiene diecinueve. ¡Vaya diferencia!. —soltó sin reparo.

La señorita Kim sonrió dulcemente ante el sarcasmo de su hermana. Admiraba de Jane la incapacidad de quedarse callada.

Cuando llegaron a su destino, se encontraron con un auto azul de aspecto extranjero estacionado frente a la casa de la celestina, aunque el vehículo despertó el interés masculino de su padre.

—¿Se estará quedando un europeo en el pueblo? —preguntó el espíritu curioso de Jane.

—Cadillac es una marca americana. —comentó la señorita Kim.

La mayor de las hermanas tenía una pasión oculta por los automóviles, misma que mantenía en secreto para conservar su imagen femenina.

—El señor Jung—su prometido—me ha contado que ha llegado una familia tailandesa al pueblo por razones de negocios. Tal vez te encuentres con uno de ellos ahí dentro.

—Jane —la llamó su padre, dirigiéndole la palabra por primera vez en todo el camino. —, no me decepciones.

—No lo haré, padre. —prometió la adolescente.

—Suerte, Jane querida. —le deseó su hermana antes de que entrase en la pretenciosa casa que tanto detestaba.

—Kim Jane. —la saludó una anciona de rulos tan apretados como su vestimenta negra. —Tarde otra vez.

—No lo noté. —dejó escapar una risilla.

La casamentera se limitó a alejarse sacudiendo la cabeza. Estaba completamente cansada de las respuestas sin gracia de la jóven.

Caminando con una elegancia que Jane jamás había visto, se acercó a ella una despampanante señorita con un bello y femenino vestido amarillo que le llegaba bajo las rodillas, un adorno a juego en su perfecto peinado corto y los ojos más brillantes y redondos que pudo admirar.

— Señora Yoo, ¿me permite? —pidió aquella ensoñación haciendo una reverencia. —Estoy encantada de conocerla. —inclinó la cabeza. —Mi nombre es Lili, y he venido desde Tailandia.

Jane. 1941Where stories live. Discover now