07. Daiquiri de fresa

170K 11.3K 7.9K
                                    

«Lo que yo quiero muchacha de ojos tristes

Es que mueras por mí»

Joaquín Sabina - Contigo 

AMANDA M.

Nunca aprendí a conducir. Lo intenté a los dieciocho, no se me dio. 

—¡¿Cómo que no sabes conducir?! —reclama Ron—. Sube la ventana, por favor.

La subo, apresurada, entre los botones mis uñas presionan sin querer un par más, el motor ya estaba encendido así que no pasan segundos desde que el automóvil se pone en marcha sin yo saber a cómo demonios proceder. 

Sostengo el volante con dos manos y el corazón en la garganta, había olvidado la velocidad a la que lo dejamos, juro que se mueve solo, no de buena manera. Ron me grita que me detenga porque el semáforo ha cambiado a rojo. Qué audacia la suya creer que sé hacerlo, jalo la primera palanca que veo.

El auto se detiene, sin embargo, no a tiempo. Parte de la delantera choca contra el mismo tubo del semáforo, las luces se rompen y por expansión, el impacto se siente dentro, el vidrio tirita mas no se rompe. No traía cinturón de seguridad, me hubiera dado un golpe si su brazo no rodeara mi torso en tiempo récord, salvándome.

No mintió sobre ser el mejor superhéroe de Harvel. 

—¡Amanda! ¿Te has hecho daño?

Mi respiración acelerada crea un vaivén en dónde su palma presiona mi cuerpo, no la ha movido ni un centímetro. Llega al asiento del copiloto, una de sus manos toma mi rostro y lo inspecciona en busca de heridas. 

Sus ojos son hipnotizantes de cerca a causa del contraste entre la pupila dilatada y el iris celeste, sigo presa del pánico, sin embargo, saber que no estoy sola es tranquilizador. Tiemblo, no aparto la vista del capó arruinado.

—Este auto debe costar una fortuna, perdona, debí haberlo mencionado antes, entré en pánico —farfullo—. Tengo... Perdón, tengo miedo —tomo el pulso de mis latidos acelerados—. ¿Estoy bien? —me observo en el espejo, mi voz se entrecorta en las palabras largas.

—No puede importarme menos el auto —agarra mis hombros—. ¿Te lastimaste? Por fortuna no se ha roto el vidrio, pudo ser peor —toma mis manos—. Estás temblando, estás a salvo Amanda, no te ha pasado nada, es solo un accidente, vas a estar bien. Huyamos de aquí. 

Sale a abrirme la puerta desde fuera, me sostengo de su brazo aferrada cuál si el resto del mundo fuera peligroso sin él, no hay nadie alrededor además de un taxi estacionado. Ni tráfico ni transeúntes.

—Puedo pagarte su arreglo, si es que tiene. —murmuro cabizbaja, no me atrevo a mirar el desastre de nuevo.

—Tengo otro igual en mi casa de Los Angeles, olvida eso —pide en un tono dulce—. ¿Estás alterada? ¿Quieres comer? Voy a pedir a alguien que retire esto con una grúa, me encargaré que no salga a la luz.

—No, no está bien. Es mi culpa. 

—Es culpa del auto, se supone que tiene "inteligencia artificial" —Ron hace comillas con los dedos—. los que lo construyeron son inútiles.

Eso me hace reír, sospecho que se lo ha inventado. Aun así me parece tierno que tenga en cuenta hacerme sentir bien pese a que arruinara uno de sus preciados juguetes de cuatro ruedas.

—Tenemos una reunión mañana a las seis de la mañana. —le recuerdo.

—Lo sé, y estamos en medio de... —la pantalla de su teléfono se enciende—. Demasiado lejos del hotel como para dormir lo suficiente ¿Cómo se duermen ocho horas en cuatro?

No apto para estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora