—A ver, es fácil —siguió diciendo mi abuelo—. Lo que tienes que hacer es...

—Pienso que la única razón por la que tengo que asear el ático es porque a ustedes se les ocurrió que Mack podría ayudarme, ¿cierto? —los miré al uno y al otro—. Todo este tiempo estuvieron planeándolo, ¿no es así?

Volvieron a compartir una mirada

—Pensé que estábamos siendo bastante obvios —respondió ella—. Solo queríamos ayudarte.

—Pues dudo mucho que lo hayan hecho —rodé los ojos—. Si no se dan cuenta, no ha venido en tres días, ¿por qué eso me hace sentir mal? Ah sí, porque me prometí a mí mismo que no arreglaría nada sin ella, ya que es una forma de pasar tiempo juntos, ¿qué tan patético se oye eso?

Él apretó sus labios

—¿Quieres un consejo, muchacho?

—No.

—Te lo daré de todas formas —continuó, no pude negarme por obvias razones—. Desde tiempos inmemorables ha existido una especie de regla invisible donde los hombres debemos hacer todo y las mujeres solo son cortejadas. Hiciste lo que pudiste hacer, ahora borra ese asunto de tu mente, ella no te merece.

—Oye, tampoco le digas eso —lo riñó ella—. Solo han sido tres días, quizás se le presentó algo y no pudo decírselo porque no le pidió su número.

—¿Ahora es mi culpa por no pedirle su número? —me señalé—. Por mucho puedo actuar normal cuando la tengo cerca, perdóname por no dar el siguiente paso.

—¿Lo ves? —el abuelo miró mal a la señora—. Nuestro nieto es un cobarde, no puedes pedirle que deje de serlo así como así.

—¿Disculpa? —le pregunté

—Eso sí —asintió la mujer—. Si hubieras sido tú seguro hasta ya te habrías casado con ella, ¿por qué no le cuentas una de tus tácticas de coqueteo, anciano?

—¿De qué hablan? —seguí preguntando en vano

—Lo haré —el hombre asintió, entonces me miró con seriedad—. Te voy a hacer una pregunta y quiero que me la respondas.

—Prefiero ir a dormir ahora como para...

—¿Por qué eres un cobarde?

Empecé a molestarme

—Yo no soy un cobarde. —mascullé

—Lo eres, lo veo en tus ojos, te avergüenza pedirle su número y te avergüenza pedirle una cita, porque prefieres dejar que las cosas pasen por azar en lugar de arriesgarte. Cobarde.

—¡Ya deja de llamarme así! —chillé, ofendido—. ¿Acaso qué quieres que haga? ¿Que la busque cuando fue ella quien desapareció, enserio?

—¿Y no has pensado que una forma de averiguar por qué desapareció es dejando de ser un cobarde?

—¡Yo no soy un cobarde!

—¿Ah no?

—¡No, no lo soy!

—¿Entonces qué haría un chico que no es cobarde?

—¡Iría a hablar con ella!

—¿Y de qué forma vas a hablar con ella?

—Ah... yo... —titubeé notoriamente. No estaba dispuesto a dejarme vencer por este señor que me lleva treinta años más—. ¡Voy a ir a su casa!

—¿Y qué le dirás? —no respondí nada por un momento, él continuó, inclinándose ligeramente en la mesa— ¿Qué le dirías si no fueras un cobarde?

Invierno de colores✓Where stories live. Discover now