💀Capítulo 37. No aún

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Viktor sintió una punzada de dolor en su mano y pronto se percató de que sangre emanaba de su palma, como si fuera aspirada y se filtrara a través de los poros de su piel. La de Matthias también sangraba, juntando ambos líquidos carmesí como si fuesen uno.

«Un trueque a base de sangre. El peor de todos». Pensó Viktor.

La sangre se derramó en el suelo y comenzó a moverse por su cuenta, rodeando los pies de Matthias y luego los de Viktor en forma de un símbolo del infinito que representaría su conexión y su lazo inquebrantable, pero antes de que este se cerrara por completo, las puertas de la catedral se abrieron de par en par.

—Ya era hora de que nos viéramos las caras, Matthias Harker —sentenció la voz de Lazarus.

Viktor jamás se sintió tan feliz de ver el rostro del amargado detective vampiro, aunque en ese momento no tenía el ceño fruncido como de costumbre, sino una perturbadora sonrisa ladeada y los ojos demasiado abiertos.

Matthias peló los dientes al verlo. Esto no estaba entre sus predicciones y sus planes. Odiaba perder el control de lo que lo rodeaba.

—Lazarus Solekosminus —recibió—. Te ves tan... demacrado.

Lazarus desvaneció la sonrisa en sus labios para reemplazarlo por una mirada plagada de un enojo que rayaba en la más cruda crueldad.

—Me pregunto por qué —replicó por lo bajo, como una sentencia.

Pero antes de que alguno de ellos procediera, fueron interrumpidos por Nicte, quien empujó a Lazarus fuera de su camino y, al ver a Carmilla herida, gritó:

—¡Carmilla! —Intentó aproximarse, pero fue detenida por Matthias, quien por fin deshizo su control sobre Dorian. Por lo visto, solo podía controlar a dos a la vez.

—¡No des ni un paso más! —advirtió.

—No será necesario, Harker. —Blair Bellanova también entró a la Catedral y se detuvo a un lado de Nicte. Viktor sintió una ola de alivio al ver su confianzuda sonrisa de loca.

Matthias, en cambio, se tensó y soltó la mano de Viktor, deteniendo por completo su ritual de enlace al ver a la bruja.

—Una Bellanova... —susurró.

Blair asintió y, con un grácil movimiento de sus dedos, apareció una carta de los arcanos entre su índice y pulgar.

—¿Y sabes de dónde descendemos los Bellanova? —inquirió.

El rostro de Matthias se tornó pálido, mucho más de lo normal, y dejó caer las manos a sus costados, lánguidas. Viktor aprovechó para salir del símbolo de sangre que los enlazaría, y se alejó, teniendo un mal presentimiento.

—No, no puede ser... —musitó el brujo, espantado.

Blair caminó a lo largo del pasillo que conducía al altar.

—Sí, descendemos de una bruja en particular, una muy poderosa, y por esa patética expresión en tu rostro, asumo que la conoces, ¿no es así? —Se carcajeó secamente—. Los Bellanova... Somos los descendientes de la legendaria bruja Sybilia.

Matthias se tapó los oídos al escuchar ese nombre.

—¡No pronuncies ese nombre en mi recinto sagrado! —bramó como un desquiciado—. ¡Eso lo explica, eso explica porque Lucas Cross era...!

Lazarus, por otro lado, no soportaba oír ese nombre ser pronunciado por un ser tan ruin.

—¿Eso explica qué? —preguntó con severidad, también dando un paso hacia delante.

—Lucas Cross no era lo que ustedes creen. —Se carcajeó—. Nadie podría haberlo visto venir.

—Cierra la puta boca, brujo de mierda —espetó Blair y asintió discretamente a Nicte, quien corrió junto con Elay hacia donde estaba Carmilla para llevársela de ahí.

Viktor también recibió un movimiento con la cabeza por parte de Bellanova y retrocedió hasta donde estaba Dorian, quienes apenas se recuperaba de la tortura de antes.

—Bellanova —llamó Lazarus, parado a su lado—. No destruyas el lugar.

Blair bufó.

—Nunca hago promesas.

Blair rotó la carta de los arcanos entre sus dedos y Viktor pudo ver que era la carta del juicio, con un dibujo de un ángel soplando una trompeta y tres humanos suplicando a los cielos. Una ráfaga de viento frío azotó la estancia, y conforme ella rotaba la carta, está última se tornaba traslúcida hasta desaparecer.

Se hizo un silencio sepulcral y una pesadez abrumadora era lo único que podía percibirse en el ambiente de la catedral. Blair levantó la mano en donde previamente sostenía la carta y, al cerrarla en un puño, detrás de ella surgió una figura celeste. Era como un ángel, pero su rostro era el de un cadáver decrépito. La bruja señaló a Matthias, paralizado de terror en el altar, y el ángel se abalanzó hacia él.

Fue demasiado rápido, incluso para los ojos de un vampiro como Viktor. La criatura salida de la carta atravesó el cuerpo de Matthias y este dejó escapar un grito ahogado a la vez que todos fueron cegados por una brillante luz azul.

Una vez se disipó, lo primero que Viktor vio, fue a Matthias acorralado contra la cruz en el altar, siendo retenido por la figura angelical de la carta. Blair Bellanova tensó los dedos, imbuyendo más energía en su ataque, pero era casi fútil. Matthias Harker era demasiado poderoso, un brujo maldito contra una bruja prodigiosa. Un combate que no prometía terminar pronto.

La bruja Bellanova soltó un jadeó, temblando por el esfuerzo. Matthias estaba igual, pero a diferencia de ella, en su rostro había una sonrisa descompuesta y sus ojos estaban tan abiertos que parecían a punto de botarse de sus cuencas.

Por otro lado, Dorian, quien estaba siendo aferrado por Viktor, presenció aquella escena con disgusto. ¿Por qué El Salvador debía ganar siempre? ¿Por qué siempre les llevaba la ventaja? Lo odiaba, odiaba lo que le había hecho, en lo que lo había convertido y lo mucho que estaba haciendo sufrir a Viktor.

Con el cuerpo rígido y todavía adolorido, se incorporó lentamente, ignorando el agarre de Viktor y sus llamados.

—¿Dorian?

Hizo de sus manos un par de puños, recordando la voz del Salvador, escuchándola como si habitara dentro de su cabeza.

«Anomalía 55».

«Mata a todas las Anomalías Prohibidas».

«Este es tu propósito».

Le arrebató todo, lo convirtió en un asesino, en un monstruo, y ahora incluso quería quitarle a Viktor. No iba a perdonarlo, no iba a permitírselo, incluso si eso significaba manchar sus manos de sangre una última vez.

—¡Dorian! —Viktor volvió a gritar.

Lo ignoró y, con un rápido movimiento gracias a sus recién adquiridas habilidades vampíricas, se plantó frente al brujo.

—Ayúdame, Dorian —ordenó Matthias, a sabiendas de que lo creó para ser un fiel sirviente.

Dorian fue en contra de los impulsos que atravesaban su cuerpo como pequeñas descargas eléctricas. Su cabeza le gritaba que obedeciera, que fuera un leal servidor, pero la otra parte de él, el pequeño fragmento de libre albedrío que le quedaba, le daba la fuerza suficiente para ir en contra de las órdenes.

—No —respondió con firmeza, y se aferró al rostro de Matthias, aprovechando que toda su fuerza estaba puesta en batallar contra la magia de Blair Bellanova—. Esta vez, yo daré las órdenes.

Por un momento, creyó ver miedo en los ojos de Matthias Harker, pero este pronto fue reemplazado por la misma risa maníaca de antes y su mirada desorbitada.

—Hazlo entonces —retó.

Dorian no necesitaba que se lo dijera dos veces.

Sus iris, ahora de una combinación entre guinda y dorado, fueron engullidos por este último. Un brillo áureo se reflejó en el rostro de Matthias y en sus propios ojos también. Dorian sintió ese poder suyo, esa pequeña fracción Banshee que quedaba dentro de él. La recibió con brazos abierto y, sin lugar a cavilaciones, ordenó:

Muere.

Matthias se quedó paralizado, un último aliento descompuesto abandonó sus labios y toda su magia se desvaneció. Dorian sostuvo su cuerpo lánguido contra la cruz hasta que la criatura angelical salida de la carta de la bruja Bellanova atravesó el pecho de Matthias con aquella trompeta dorada, encajándolo en dicha cruz.

Dorian lo soltó y retrocedió. Blair Bellanova se dejó caer al suelo, exhausta, y Lazarus fue el primero en acercarse para preguntar:

—¿Está muerto?

—Si no lo está, yo me mato —respondió la bruja.

Viktor se quedó pasmado al ver el cadáver de Matthias empalado en aquella cruz, con sangre escurriendo de su boca y atravesando su mentón, los ojos extraviados y la cabeza colgando de su cuello de manera incómoda.

—Está muerto —musitó para sí.

Se puso de pie lentamente y caminó hacia él, solamente quería verlo una última vez, comprobar que esto era todo. Años de sufrimiento culminando en tan solo unos breves instantes.

—Viktor. —Sintió una mano posarse sobre su hombro y, al darse la vuelta, se encontró con Dorian—. ¿Estás bien?

Viktor miró el cuerpo de Matthias y luego otra vez a Dorian, forzando una sonrisa en sus pálidos labios.

—¿No debería ser yo quien te haga esa pregunta?

Dorian le regresó la sonrisa y lo rodeó con sus brazos.

—No, no deberías —contestó con un susurro—. Yo estaré bien, pero tú... Tú me hiciste matar a mi Salvador.

Viktor amplió los ojos al escuchar esas palabras salir de Dorian y, cuando estaba por separarse, el azabache lo derribó barriendo sus pies. Viktor cayó de espaldas en el suelo de la catedral, apenas sintiendo el dolor del recio golpe cuando Dorian aprisionó sus muñecas y lo miró con un exuberante odio.

«El Padre Común busca una poderosa Anomalía fiel». Recordó los planes de Matthias, excepto que su lealtad no era solo para el padre de los vampiros, sino también para El Salvador mismo.

—¡Viktor! —gritó Elay.

—¡Zalatoris! —Le siguió Lazarus.

—¡No se acerquen! —advirtió.

Viktor, apretando los dientes, logró oponerse a la fuerza bruta de Dorian y liberar uno de sus brazos, aferrándose al hombro del azabache para evitar que lo atacara.

—¡Dorian! —exclamó—. ¡Dorian, reacciona!

Pero la Anomalía estaba cegada, cegada por una lealtad que superaba incluso la muerte.

—¡Mataste a mi Salvador! —espetó.

—¡No era tu Salvador! —gritó.

—¡Mientes!

Dorian opuso más fuerza y sus afilados colmillos casi rozaron el cuello de Viktor de no ser porque este último le propinó una fuerte patada en el pecho que lo empujó hacia atrás.

Viktor aprovechó esta oportunidad para ponerse en pie y alejarse, pero Dorian tenía otros planes. Viendo de reojo la ensangrentada daga de Hierro Solar que yacía en el altar, la Anomalía corrió hacia esta y se hizo del arma.

—¡Dorian...!

—¡Los mataré! —bramó con una voz que no sonaba como la suya, sino como una terrible imitación del Salvador—. ¡Te mataré!

Viktor se aproximó a Dorian con cautela, notando como las manos con las que se aferraba a la daga temblaban y en sus ojos había un enorme pesar. Todavía quedaba algo de él ahí adentro, la porción que batallaba por el control de su propia mente.

—Dorian, tienes que calmarte, si quieres batallar contra su control, tienes que tranquilizarte —instruyó Viktor, acercándose más.

Dorian se mostró aterrado.

—No... No te acerques... —musitó—. Por favor...

Viktor le dedicó una suave sonrisa.

—¿Por qué?

Lágrimas rodaron fuera de los ojos de Dorian.

—Porque no quiero lastimarte —admitió.

Viktor, haciendo caso omiso a las súplicas de Dorian, acortó toda la distancia entre ambos. No iba a perderlo nuevamente ante el control de alguien más, no cuando ya estaban tan cerca de terminar con todo esto.

—Tú no vas a lastimarme—aseguró y, cuidadosamente, tomó la mano de Dorian que sostenía la daga—. ¿Lo ves?

El pulso de Dorian se aceleró y su respiración se tornó errática.

—Viktor, por favor...

El vampiro estiró su mano hacia la mejilla de su amado y la acarició con delicadeza antes de deslizar la hacia su nuca.

—Está bien —repitió en voz baja y pegó sus frentes—. Todo está bien, Dorian.

Dorian continuó llorando en silencio, conectando sus ojos con los de Viktor, suplicando con estos que no lo dejara ir. No tenía planes de hacerlo, por lo que lo rodeó con sus brazos para estrecharlo, sintiendo como la punta de la daga quedaba pegada contra su pecho. Un simple movimiento podría matarlo.

—¿Quieres matarme? —preguntó.

—No —contestó Dorian como un suspiro.

—Entonces suelta la daga.

Dorian, con la mano temblorosa, fue apartando los dedos del mango hasta que la daga cayó y repiqueteó al contacto con el suelo. Viktor la pateó lejos de ellos y abrazó a su amado con más fuerza.

Dorian lo rodeó de regreso, hundiendo su cara en su pecho, llorando y soltando exhalaciones de alivio. Viktor miró su rostro y fue sorprendido cuando Dorian pegó sus labios y le dio un inesperado beso.

—No vuelvas a hacer eso, imbécil —reprendió Dorian, cerrando los ojos y pegando la frente contra el pecho de Viktor, manteniendo un firme agarre sobre la tela de su camisa.

Viktor apoyó su mentón sobre la coronilla de Dorian, sonriendo.

—No puedo prometer no ser temerario —replicó—. Sobre todo cuando se trata de ti.

Dorian levantó el rostro y lo miró con una mezcla de desaprobación y divertimento.

—Entonces tendré que...

Sus palabras se vieron interrumpidas por una carcajadas guturales y luego un grito proveniente de Carmilla, quien se hallaba apoyada contra Nicte, débil, pero viva.

—¡No está muerto aún! —advirtió—. La maldición, él...

—No puede morir —completó la voz de Matthias, quien había enderezado la cabeza y, aunque todavía colgaba empalado de la cruz, se veía tan vivo y fuerte como antes—. ¿Eso ibas a decir?

Se aferró a la estaca que atravesaba su pecho y esta se pulverizó en una nube de cenizas. Cayó al suelo sobre sus dos pies, tambaleándose tan solo un poco, e imperturbado por el hoyo en su cuerpo que apenas comenzaba a cerrarse.

—No puede ser —susurró Viktor, anonadado, asustado.

Matthias, con el dorso de su mano, limpió la sangre en su mentón para luego ladear la cabeza y mostrarles su típica sonrisa macabra.

—Sorpresa.

Matthias es como una cucaracha, no se muere con nada el maldito 💀

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Matthias es como una cucaracha, no se muere con nada el maldito 💀

En fin, ¡falta muy poco para terminar y ya quiero que lean el final! ¿Será triste? ¿Será feliz? ¿Será un desastre? Lo averiguaremos muy pronto 👀

¡Muchísimas gracias por leer! 💛

Vampire AnomalyWhere stories live. Discover now