―¿Mejor? ―dijo, amable. Asentí.

El silencio volvió a instalarse. Su pareja, Alexander, rompió el hielo comenzando un interrogatorio que no tenía ni las más mínimas ganas de contestar. No era tonta para darme cuenta de que nos habían salvado la vida, pero todavía no habían dicho cómo sabían nuestros nombres o dicho alguna palabra sobre nuestro supuesto milagroso rescate.

―¿Hace cuánto están juntos?

―¿A qué te refieres?

―Digo, hace cuánto que están saliendo.

Miré a Matt y los dos nos reímos a carcajadas en cámara lenta.

―Es mi mejor amigo de la infancia. No podría estar con él de esa manera ―contesté.

―Cierto. ¿Iriana? Por favor, antes me corto el pene.

Abrí la boca, fingiendo estar herida.

―Creí que lo habías perdido en el interior de esa chica. ¿Cómo se llamaba?

Fue una mala broma. El tema de Kerry era una herida abierta, al igual que su abuelo y mis padres. Por un instante lo olvidé.

Posé la mano en su antebrazo y le di una sonrisa de disculpa. Él besó mi cabello empastado e hizo una mueca.

―En serio apestamos.

Reí y me giré cuando el hombre siguió con sus preguntas invasivas.

―¿Cuánto tiempo estuvieron allí?

―Un par de años. No nos quedamos siempre en el mismo lugar, era lo más seguro ―respondió Matt―. ¿Cómo es que sigue habiendo militares en el mundo?

―Nunca nos fuimos, solo estábamos un poco escondidos ―dijo Kara, un poco más adelante. Se volteó y nos guiñó el ojo por encima del hombro. Era una chica simpática por lo poco que podía ver, y tenía una fuerza impresionante para alguien tan pequeña de estatura.

Tessa rio y apresuró el paso hasta colocarse a mi lado. Me tensé.

―Sabes que no te haremos daño, ¿verdad?

Quise creerle, pero siempre estaba alerta.

―Ya lo veremos.

Al cabo de dos horas, llegamos a un sitio extraño que nunca había visto antes. Una luz azul lo envolvía como una cúpula brillante, cuando agudicé mis sentidos vi lo que en realidad era. Una ciudad, amurallada de una manera extraña con metros y metros de piedra oscura recubierta por algo que no podía ser otra cosa que tecnología. Podía ver las cimas de los edificios entrecruzándose entre sí, como alguna vez había sido y me resultaba familiar. El corazón me dio un vuelco en el pecho.

―¿Dónde estamos? ―pregunté, maravillada.

―Tienen un nombre muy largo, pero se abrevia SHN. Significa Solo humanos normales.

Sonaba algo discriminatorio si ella era todo lo contrario a una humana normal y, por lo que me había dicho, yo tampoco lo era.

―¿Qué estamos haciendo en este lugar? No nos dejarán pasar.

―Lo harán. Confía en mí.

Dijo eso con una mano en mi codo y sentí esa electricidad de nuevo, mis vellos se erizaron en respuesta a su toque y la seguí sin mediar palabra. Tampoco era como si tuviera otra opción.

2. La olvidada ©Where stories live. Discover now