Mary

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Es necesario operar de inmediato. Hobart lo sabe y prepara el instrumental. Vienen mis bisturíes, mis pinzas y tijeras desde el otro lado de la sala, limpias, hervidas y envueltas en un paño blanco. Ajenas al horror de su naturaleza carnicera. Administramos la anestesia y la paciente deja de convulsionar. Me atrevo entonces a tocar su vientre hinchado, temiendo la clase de escena que voy a presenciar, o peor aún, a protagonizar.

- Roger, por favor, ve donde Holly y tráeme una olla grande con tapa. Una que no necesiten, de las que sacaron de la chatarra del comedor.

- ¿Está seguro, doctor? No piensa que quizá esta vez...

- Si sale bien devolvemos la olla. Si sale mal prefiero acabar con ello cuanto antes.

Mi fiel ayudante sale dejando abierta la puerta del barracón/quirófano y yo aprovecho para fumarme un cigarrillo en el porche. Es curioso como en ese mundo de escasez y posguerra nos ha faltado de todo excepto tabaco. Y vodka. Me pregunto de dónde diablos sale tanto vodka si lo primero que hicimos al empezar la guerra fue convertir Rusia en un infierno nuclear.

Apuro el cigarrillo y tiro la colilla. Roger Hobart se acerca cargado con la olla, manteniendo paso firme y semblante serio. A su paso las conversaciones de los soldados ociosos se han ido acallando. Los chicos no son tontos y entienden lo que ocurre en nuestro barracón. Saben cuál es la condena de este pueblo maldito del Mojave. Lo ven cada vez que entra una chica embarazada en nuestra clínica.

La olla hace un ruido metálico al dejarla en el suelo, y otro más cuando le pego accidentalmente un puntapié al acercarme a la camilla. Blasfemo antes de comenzar la primera incisión.

                                                                                        ***

- No debió blasfemar antes de empezar. Quizá habría salido mejor.

- Si Dios quiere castigarme que me castigue a mí. Esa chica no tiene culpa de nada. Que me crezcan a mí más piernas y menos brazos, y, y...

Hemos dejado la olla en el incinerador y ahora fumamos sentados en el escalón del porche de nuestro barracón quirófano, esperando a que la chica despierte de la anestesia.

Hace más de doscientos años que acabó la guerra y sin embargo cada día parece cobrarse más víctimas. Luchas tribales, envenenamientos por radiación, abuso de drogas de todo tipo, mutaciones... Lo peor son las mutaciones. La gente del Mojave vive expuesta a la radiación 24 horas al día, durante toda su vida. Ya no queda nadie de los que salieron de los refugios tras la guerra; ahora debemos ir por la tercera o cuarta generación en la superficie y los efectos de la exposición prolongada han hecho trizas su gene pool. La tasa de malformaciones en neonatos es tan alta que los doctores ambulantes, y en menor medida los locales, se niegan a asistir partos. En realidad los entiendo. Nadie puede soportar eso durante mucho tiempo.

Al principio, los... los metía en frascos que enviaba junto a un completo informe al Instituto Médico de Investigación de la Nueva República de California. Al cabo de un tiempo, me instaron a dejar de hacerlo. Los decanos doctores ya tenían bastantes muestras para estudiar el problema.

- Roger, necesito emborracharme...

- Adelántese usted. Ya me encargo yo de la chica cuando se despierte.

En la cantina, un grupo de soldados bebe inofensiva Nuka Cola. En los campamentos de la NCR el alcohol y las drogas están estrictamente prohibidos. Teóricamente.

Entro y pido una Sunset Sarsaparrilla. Al cabo de unos minutos, la sargento Beck se levanta de la mesa de los soldados y se acerca a la barra.

- Hobart me ha pedido otra cacerola hace un rato...

Diarios de un doctor en el MojaveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora