Capítulo 2 | Peste negra y familias religiosas

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—Parece que estamos regresando al punto inicial de partida, ¿no crees?

—Dije que no me gusta socializar —repitió Anakin, puesto que la mujer parecía no haber entendido bien sus palabras—. Eso no significa que tenga problemas para iniciar o mantener una conversación con otra persona.

Delia garabateó otra observación en su cuaderno amarillo.

—¿Qué es lo que no te gusta de socializar? —preguntó, nuevamente observándolo.

—Todo.

—Anakin...

—Hoy una persona se molestó conmigo porque no lo miré a los ojos mientras me hablaba —mencionó, recordando el incidente con Jonas—. Se molestó tanto que me sujetó del rostro y obligó a hacer contacto visual.

—¿Cómo te hizo sentir eso?

—Enfadado —admitió sin pensarlo—. No me gusta que me toquen, sobre todo la cara.

—Bueno, eso es...

—Pero el contacto visual no fue tan incómodo —continuó—. No sabía que existían ojos tan azules.

Los únicos ojos azules que Anakin había visto eran los de su madre, con quien rara vez hacía contacto visual y, los cuales, tenían diminutos destellos dorados. En cambio, los del bruto de Jonas eran de un azul más claro; como el tono del agua del Acuario de Georgia al que sus padres solían llevarlos a su hermana y a él cada año.

—Es una lástima que ese imbécil tenga unos ojos tan bonitos.

—Anakin —le advirtió Delia, objetando con la cabeza—. Sin groserías.

—Lo siento —se disculpó, alzando las esquinas de su boca en una sonrisa.

Era exactamente la misma sonrisa que su terapeuta, que también era una persona con trastorno del espectro autista, solía utilizar todo el tiempo frente a sus pacientes. Al percatarse de ese detalle, Delia entornó los parpados.

—Veo que has estado practicando tus expresiones faciales.

—Para sonreír se necesitan aproximadamente diecisiete músculos del rostro. —Anakin dejó de sonreír y regresó a su indiferente actitud de siempre—. ¿Cómo puedes sonreír todo el tiempo? ¿No te cansas de hacerlo?

—Con el tiempo uno se acostumbra.

—Yo no creo que pueda acostumbrarme nunca —dijo, y lo decía en serio.

Sonreír le parecía un esfuerzo completamente innecesario.

—Lo mismo decía yo cuando tenía tu edad —repuso Delia, divertida.

Anakin suspiró antes de volver a trazar las letras con relieve en la portada del libro que aún sostenía en sus manos. A su vez, observó el anillo de plata que Delia llevaba consigo en el dedo anular de la mano izquierda.

—Tengo una pregunta.

—Te escucho.

—Eres una mujer casada —indicó, sin apartar la mirada del anillo de plata—. También eres autista —añadió, tras una breve pausa—. ¿Cómo supiste que lo que sentías por la persona con la que te casaste era amor?

Las fosas nasales de su terapeuta se hincharon como las de un sabueso en busca de información.

—¿Estás interesado en alguien?

—Creo que ese podría ser el caso, no estoy seguro.

—Dame más detalles —le pidió ella, inclinándose hacia adelante en su diván—. ¿Qué es lo que sientes cuando estás con esa persona?

Beautiful Symphony ©Where stories live. Discover now