Introducción

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Se escuchaba mi respiración agitada en aquel bosque; cómo mis pies a veces pisaban alguna hoja seca o alguna rama; cómo a veces las apartaba antes de cruzar, haciéndome paso en ese maldito lugar. Los sollozos que ahogaba lograban que mi garganta ardiera más aún, como si no tuviera suficiente al intentar coger aire.

Pensaba que iba a morir. De verdad lo creí en ese momento. Me seguían, lo sentía en las entrañas.

Los demonios me iban a matar.

Me iban a comer viva, me arrancarían la piel poco a poco, me harían sentir cada maldita sensación desagradable hasta que me muriera del dolor.

No paraba de derramar lágrimas mientras corría, pensando en todo tipo de situación poco agradable cuando esos bichos asquerosos me pillasen.

Todo a mi alrededor iba lo más rápido que yo percibía. Solo podía fijarme en el camino no marcado que tenía delante de mí. Caminaba en línea recta.

«No pares, no pares, no pares»

Era lo que me estaba diciendo a mí misma constantemente.

Mi madre me había ordenado salir corriendo. No sabía dónde estaban mis hermanas pequeñas, así que se fue a buscarlas mientras yo me adentraba en el bosque. No sabía qué consecuencias me traería haber dejado a mi madre sola en el pueblo. Mi hogar de toda la vida estaba en llamas.

Me había despertado de la siesta por un incesante olor a humo. Estaba sola en casa, y, lo peor de todo, recién levantada. Tosí en varias ocasiones y cuando ya había llegado a la puerta de mi habitación, mi madre estaba delante de mí, jadeante, preguntándome a gritos dónde estaban Leila y Gina.

Después de eso, mis recuerdos eran muy vagos: mamá corriendo fuera de la casa que estaba comenzando a arder, yo siguiéndola y gritando el nombre de mis hermanas, el pueblo envuelto en llamas, la gente gritando y corriendo...

Cuando estábamos en la plaza, mi madre me había chillado que me fuera corriendo.

Y ahí estaba, corriendo sin parar y llorando.

No sabía si mi madre vendría a por mí, tampoco sabía dónde estaban Leila y Gina... No sabía nada.

Estaba sola.

Papá se había ido el día anterior, pero no conseguía recordar para qué se había marchado.

Repentinamente, me resbalé, cayendo al suelo. Me hice raspaduras y heridas nuevas en las rodillas y las palmas de las manos, consiguiendo que llorase más todavía.

...

Me desperté con la respiración agitada y sudando frío. Alarmada, miré a mi alrededor. Me tranquilicé al ver que estaba en mi tienda de campaña, con la lamparita encendida y (dentro de lo que cabía) con todo en orden. Mi arma sobre la mesilla improvisada, a la derecha de mi cama; mis botas de montaña justo frente a la mesilla; la ropa de camuflaje en los pies de mi lecho... Y mi guitarra. Mi preciada guitarra.

Tuve el impulso de levantarme y tocarla un rato, pero me contuve. Más bien, un ruido en el exterior me hizo parar en seco mis movimientos. Solo me hubo dado tiempo a estar sentada en la cama cuando lo escuché.

Pisadas. Eran pisadas.

Lentas. Pausadas. Como si ese ser que se encontrase fuera no quisiera llamar la atención.

Las alarmas saltaron en mí cuando esa idea pasó por mi cabeza.

Podía ser un demonio.

No.

Era un demonio.

De la mochila que tenía bajo el lugar donde dormitaba, saqué el veneno, una pistola y un poco de munición. Levanté la vista con decisión, fijando mis ojos en el arma blanca que tenía ahí. Mi pequeña espada. Parte del filo sobresalía, pero no me sorprendía por el simple hecho de que la mesilla improvisada era demasiado pequeña, pero no lo suficiente como para que no pudiera tenerla sobre ella.

El pañuelo que había debajo de la espada, lo cogí. Abrí el bote de veneno y vertí un poco de este en el pañuelo, que estaba lleno de manchas de toxina contra demonios. Una vez manché el pañuelo como ya sabía por la costumbre, lo pasé por el filo de la espada.

Cogí una bocanada de aire y me puse de pie con una lentitud matadora.

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⏰ Last updated: Dec 28, 2023 ⏰

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