Loryann

Para cuando llegué al restaurante, era la una de la tarde y no encontraba las palabras adecuadas para disculparme con James por mi retraso. Pero él, simplemente y con su espléndida sonrisa, me disculpó.

—Nada más agradable que verte llegar —dijo —. A la hora que sea.

Me puse toda colorada. Lo sabía, porque sentí el calor en mis mejillas. «¡Demonios! Tengo que recuperar el control»; pensé. No quería que se hiciera con la idea de que tenía alguna oportunidad.

Desde lo ocurrido en Alabama, no le he dado oportunidad a ninguno. Estoy demasiado ocupada con mi carrera y tengo mis planes. Miré a los lados y pensé en lo parecida que me había vuelto a mi madre, aunque a ella no le agradó que no siguiera sus pasos en la medicina.

Pero para colmo, el James me salió brujo.

—Descuida —dijo de pronto para sacarme de mis pensamientos —. Aquí solo estamos dos amigos compartiendo.

«¿Puede ser más encantador?» Me odiaba porque pensé que me lo parecía. Y me dio pie para una conversación.

—Estoy seguro que tus fotos son hermosas —comentó.

Sabía lo que pretendía: hacerme hablar de mí con entusiasmo. Y detesto admitir que funcionó. Estuve un buen rato hablando de mis experiencias con las fotos que me tomaron para la promoción de «Luxure», un perfume que en realidad me agradaba.

No tardé en sacar mi teléfono y mostrarle todas las fotos. En algunas estaba rodeada de ramas y flores y no se notaba que eran falsas. James estaba a mi lado mirando las fotos; podía sentir el calor de su cuerpo y el aroma de su colonia me fascinaba.

Entusiasmada seguía pasando mi dedo sobre la pantalla más o menos cada cinco segundos. Pero en algunas, la dejaba unos segundos más al escucharlo exclamar algo cerca de mi oído. Decía: «Hermosa»; o «En esa te ves radiante».

La siguiente foto, nos sorprendió a ambos. «!Wow!»; exclamó.

—En esa pose te ves preciosa —comentó James —, pareces mucho más joven.

Tragué hondo, porque no recordaba que esa foto aún estuviera descargada en mi nuevo teléfono; y al verla mi corazón dio un vuelco que sentí en lo más profundo. Era la foto que Alex me había tomado Junto al árbol frente a la casa de Marie. Realmente extrañaba mucho a mi amiga y los recuerdos se arremolinaron en mi mente con un dejo de tristeza que me invadió, porque también, fue el día que Alex me robó mi primer beso.

—¿Estás bien? — Esa pregunta me regresó al presente.

—Sí. Estoy bien —respondí y rápidamente bajé el teléfono —. Es una foto vieja de cuando estudiaba. Me trajo recuerdos.

—Entiendo. Yo también tengo fotos así.

—Bien —dije sonriendo para alejar la tristeza y cambié de tema —. Creo que ya hablamos mucho de mí. ¿Qué me dices de ti?

—Pues, espero no aburrirte —comentó James sonriendo y me enfoqué en mirarlo directamente a los ojos y mostrar mucho interés.

—Pues, espero no aburrirte —comentó James sonriendo y me enfoqué en mirarlo directamente a los ojos y mostrar mucho interés

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Alexander

El aeropuerto Charles de Gaulle en Paris, es perturbador al llegar, con esa forma abovedada que da la impresión de estar dentro de una tubería. Lo bueno es que, al viajar con tan solo una mochila como equipaje de mano, no tengo que pararme a esperar ninguna otra maleta que es algo tedioso luego de casi trece horas de vuelo.

Pero lo que sí me molestó es lo puntillosos que son los franceses con el orden. Me acerqué a la caseta para que revisaran mi pasaporte; y como no hay nadie en la fila, mochila en mano le paso por debajo a las cintas que delimitan el espacio. Sin embargo, el sujeto de la caseta se asomó a medio cuerpo y hablándome «mejor dicho», gritándome en un francés muy agresivo, me indicó que siguiera la línea.

¿En serio? No había nadie y me hacía dar esas tontas vueltas que no tuve opción, ya que dos gendarmes se acercaron a ver lo que sucedía. Cuando por fin llego a él, me miró con cara de pocos amigos y casi tiró de mi libreta de pasaporte. Con solo echarle una mirada al sello exclamó un «Ah».

Les Américains. Ils ne respectent rien — comentó para sí.

—Trabajo —respondí, ya que no entendía nada.

El sujeto me miró con ese rostro de piedra muy marcado ya que lucía una brillosa calvicie que contrastaba con unas pobladas cejas. «Tuve que hacer un gran esfuerzo para no reírme al pensar que probablemente esperaba tener suficiente para pasarlo a su cabeza». Y para colmo una hinchada nariz, le daba la apariencia de cierto juguete.

Tecleó varias veces en el computador y revisó que todo estaba en orden. Tal vez esperaba encontrar que era buscado por la Interpol. Pero finalmente me extendió el pasaporte y me alejé lo más rápido que pude para poder echarme a reír cuando recordé el juguete: el señor cara de papa.

A la salida, había una pequeña multitud esperando por diferentes personas y yo pasé de largo pensando que nadie me recibiría. Pero estaba equivocado. Casi se me pasaba, pero logro ver mi nombre pulcramente impreso en un cartón. Lo sostenía una pequeña chica de cabello rubio y brillantes ojos azules.

La chica, que apenas alcanzaría el metro cuarenta y cinco sacude el cartel sobre su cabeza con una mano, mientras que en la otra mantiene su teléfono en el oído. Vestía una boina de color azul marino, de la que brotaban sus mechones de un intenso amarillo. Y estaba enfundada en un conjunto de saco a cuadros y una falda en juego hasta medio muslo.

Por supuesto que fui hacia ella para verla de cerca. Lory no se hubiera atrevido a vestir así. Hice una mueca al darme cuenta. «Todo lo relacionaba con ella, aunque no tuviera nada que ver».

—¿Buscas a Alexander Díaz? —pregunté al estar frente a la anunciante.

La chica bajó el cartel y emocionada me miró; sus ojos brillaron al levantar la cabeza y reflejar las luces del aeropuerto.

—¿Usted es Alexander Díaz? —preguntó y de inmediato supe que no era francesa.

Luego de que asintiera para su tranquilidad, la menuda joven me extendió la mano y le correspondí el saludo.

—Un placer. Mi nombre es Natalia Parks. Soy la reportera.

La miré brevemente de arriba abajo y no podía creerlo. «¿Sabría su mamá dónde estaba a estas horas?» Por su acento supuse que podría ser de Nueva Inglaterra; Nueva Hampshire o Massachussetts quizás.

—¿Serás mi intérprete también?

—Bueno. En vista de que casi soy francesa —comentó en medio de una risita también brillante —, puede que sí. Le puedo ayudar con eso. Aunque no necesitará hablar mucho.

—Pues en mi experiencia —comenté para oírme profesional —. Cuando viajo, necesito a alguien que me traduzca para entrar a lugares a tomar fotos. Supongo que querrás tomar la Torre Eiffel, el palacio de Versalles, El Arco del Triunfo, algunas calles. Cosas así.

Me miró un tanto sorprendida antes de comentar.

—No creo que me permitan invitar a las modelos a esos lugares.

—¿Modelos? ¿Qué modelos? —pregunté confundido y quise aclarar —. Soy fotógrafo de Round World, fotógrafo urbano. Revista de viajes.

—Las modelos para mi reportaje de modas. El desfile de modas Primavera-Verano de Phillipe Saint Jean. La revista Round World nos lo prestó. ¿No le dijeron?

—¡No me dijeron semejante cosa! —Exclamé con rapidez y la chica retrocedió por la sorpresa.

—Tal vez fue un malentendido.

—¡No! No fue un malentendido. Fue una trampa. Un castigo.


Ladrón de Besos(Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora