Érase una vez, una dictadura militar.

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Fue en un país sin derechos que se llevaron a mi abuelo.

Se lo llevaron a la madrugada, justo antes de que despertara para ir a la fábrica. Se lo llevaron de los brazos de mi abuela, se lo llevaron ante los gritos de mi mamá, ante la palidez de mi tío, que ni siquiera se atrevía a putear, como cualquier adolescente tiene derecho a hacerlo. Porque mi familia no tenía derecho a nada que no fuera el llanto silencioso. Porque así era ese país.

A mi abuelo le robaron el auto, eso fue. Le robaron el auto y, a los días, su auto fue una bomba. Y estaba su prima, como una hermana para él, que a veces lo llamaba desde un teléfono público para decir "los quiero, los extraño, estoy bien". Pero un día dejó de hacerlo. Era montonera. Desaparecida. Ilocalizable.

Él no era. No. Hubiera con gusto reventado, explotado como su auto, si con eso borrara a los siniestras fieras que clavaban sus colmillos en ese país, ese país sin derechos. Pero no lo hacía, porque tenía dos chicos, y una mujer que se deslomaba dando clases en una escuelita pobre. Una escuelita donde los papás y las mamás, y los colegas docentes, y de repente hasta los chicos, a veces desaparecían. Por eso, porque los tenía, mi abuelo se tragaba la bronca y la pena, se tragaba que no sabía dónde estaba su primita querida, se tragaba que no sabía donde estaba su amigo del colegio, ni los vecinos del sexto. Se comía la bronca, porque tenía chicos y una mujer, y en ese país no había derechos, y cuando no hay derechos la bronca se guarda tras los dientes y se la retiene en los puños. Es eso o jugarse la vida, la propia y la ajena.

Y por suerte, mi abuelo no era lo suficientemente pobre. Por eso volvió al día siguiente. Algo golpeado, algo vencido. Con la rabia apretándose tras los dientes, contenidas en los puños, anudando el corazón y la garganta. Porque en un país sin derechos es el único lugar donde alguien puede guardar la rabia, a no ser que sea la rabia oscura de los verdugos. Si hubiera sido más pobre, capaz no volvía. Porque la gente pobre es la que menos derechos tiene, sobre todo en los países sin derechos. Y yo no lo hubiera podido conocer para que me contara todo esto.

Su primita volvió rota, roto el cuerpo, rota el alma. Su cuñado no. Su cuñado está en el fondo del mar, o en alguna zanja, todavía. Ella recuperó a sus dos hijas, otros como ella no tuvieron esa suerte. Porque en los países sin derechos, a los niños se los arrebatan de los brazos de sus madres, cuando no los acribillan a balazos impunes. En los países como esos, desgarrados por seres siniestros.

Ahora mi abuelo no está, y pienso y pienso en que terrible, que feo, que derrota, es que haya gente que olvide lo que verdaderamente es un país sin derechos. En lo que significa. Que algunos vean todo lo que está mal, porque hay miles de cosas mal, y piensen que de todos las causas posibles, el problema son los derechos. Eso mismo decían esas criaturas inmundas, que aprovecharon un país destrozado para apropiárselo, para romperlo todavía más y repartirlo entre ellos, que siempre tienen hambre. Entonces, lo convirtieron en eso, en un país aplastado, que ya ni se quejaba de las heridas. Que lloraba en silencio, como la familia de un detenido. Donde nadie ve. Donde nadie escucha. "Shhh no digas esas cosas" "Shhh, callate, que te pueden oir"

Así decían también. Que el problema eran los derechos. Que a la democracia iban a protegerla, pero sin democracia, de los delincuentes, los degenerados, esos que no merecen derechos. Esa fue la trampa, prometer una paz que estaba, en realidad, llena de ratas muertas, pudriéndose, bajo la alfombra tejida de terror.

Porque dicen que los asesinos no merecen derechos, a menos que tengan uniforme militar, y los muertos sean estudiantes. O profesores. O periodistas. O escritores. O gente con hambre.

Porque los violadores no merecen derechos hasta que violan a una activista, para que confiese, para que sufra, por comunista, por puta.

Porque los niños son sagrados, hasta que se los arrancan a sus madres violadas, y se los dan a los monstruos, para que dejen de ser niños, y se vuelvan cachorros de fiera.

Porque el aborto es pecado, hasta que se provoca por llenarle la panza de metralla a una estudiante de la asociación equivocada.

Porque se respeta la religión, hasta que el religioso no se encierra en dios, sino que sale a la calle a proteger a la gente desamparada. Y entonces ya no es un padre, si no un cura de mierda, y lo matan como se merece. Por entrometido, por perro.

Esos son, así son, los que dicen que el problema está en que hay derechos. Y la gente que está cansada, demasiado para tener memoria (porque el mundo está jodido, eso es cierto, y uno claro que se cansa), les da la razón olvidando que, si no hay derechos para unos, no hay tampoco derechos para ellos.



***

En fin, nada. Esto. Fue una situación que me dio bronca y de la que saqué este escrito que pensé que podía compartir con ustedes. La verdad es que CUALQUIER dictadura o estado  de supresión de los derechos humanos me parece indignante. Y me indigna aún más que haya quien crea que la solución pasa por eliminarlos.  


Los quiero c: 

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⏰ Última actualización: Feb 19, 2023 ⏰

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En un país sin derechosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora