💀Capítulo 27. No puedes ser tú

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(...)

Viktor tardó en regresar en sí. Sentía la cabeza pesada y como si a su corazón le costara un esfuerzo colosal emitir un solo latido. En su boca todavía podía saborear los restos de su propia sangre y tenía el cuerpo entero entumecido y adolorido. ¿Acaso murió y revivió?

Sacudió lentamente la cabeza y comenzó a separar los párpados, tomó una bocanada de aire y, al dejarla salir, por fin pudo despertar del todo. En un inicio juró que estaba soñando porque no reconocía el sitio donde estaba. Estaba oscuro, pero había una tenue luz tintada de rojo en el ambiente y muchas hileras de bancas derruidas que conducían hacia un altar. Levantó la cabeza con mucho esfuerzo y vio una enorme cruz colgando en la pared, y encadenado a esta...

—¡Dorian! —gritó.

Dorian yacía crucificado ahí, con la cabeza colgando de su cuello y su largo cabello azabache cubriendo gran parte de su rostro. Estaba muy pálido y solo entonces Viktor notó las cuchillas enterradas en sus muñecas y la copiosa cantidad de sangre que escurría a lo largo de sus brazos, manchando las mangas de su camisa negra. Lo estaban desangrando a propósito, y por el charco a sus pies, asumió que ya llevaba un buen rato así.

—¡Dorian! —volvió a llamar, aterrado, y cuando intentó levantarse para ir hacia él, se encontró con que él también estaba encadenado con hierro solar, pero a una de las bancas y, cuando intentó romper los grilletes, el material quemó su piel.

Dorian se movió ligeramente, soltando un ahogado quejido antes de apretar los párpados y separarlos con un esfuerzo sobrehumano. Levantó el rostro un poco y conectó sus nublados ojos con los de Viktor, estaba muy fuera de sí.

—¿Viktor...? —murmuró.

—¡Sí! ¡Sí, soy yo! —farfulló y jaló de sus cadenas, intentando romperlas y liberarse a pesar de lo doloroso que era cuando el hierro solar quemaba su piel—. ¡Sigue hablándome!

—¿Dónde estamos? —preguntó Dorian con un débil susurro.

Viktor miró sus alrededores. Ahora que se encontraba más lúcido, estaba seguro de que estaban en la Catedral Roja, cumplía con todas las características y tenía gran semejanza a la breve imagen que vio cuando se adentró a la mente de Dorian.

—Debe ser la Catedral Roja —respondió y sintió un creciente pánico cuando vio que los ojos de Dorian volvían a cerrarse—. ¡Dorian! ¡¿Puedes oírme?!

No recibió respuesta. Forcejeó más contra las cadenas. Ahora el corazón le latía a mil por hora.

—¡No te atrevas a morir otra vez! ¡¿Me oíste?! —advirtió, con la voz quebrada.

Miró otra vez los gruesos grilletes alrededor de sus muñecas, no había manera de romperlos.

—¡Mierda! —maldijo y sintió una exuberante impotencia al ver que Dorian seguía perdiendo sangre. Necesitaba actuar rápido o moriría ahí, en esa maldita cruz. No iba a permitirlo—. ¡Carmilla! ¡Salvador! —llamó, con su voz haciendo eco en la catedral—. ¡Sé que pueden oírme, así que quiero que me digan de una maldita vez qué es lo que quieren de nosotros! ¡Daré lo que sea a cambio de que Dorian no muera y lo saben, por eso nos tienen así!

No recibió respuesta.

Golpeó la banca con uno de sus puños y gimoteo de dolor cuando las cadenas quemaron su carne. Las quemaduras sanarían en cuanto se liberara, pero Dorian no lo haría, por lo tanto, le valía una mierda su propio dolor.

Con los cuatro dedos de su mano derecha, ejerció fuerza sobre su pulgar, una presión que fue en aumento hasta que escuchó su hueso tronar y fracturarse. Soltó un jadeo ahogado y, con el sudor acumulado en la frente, logró sacar la mano del grillete. Ahora con una mano libre, pudo romper su otro pulgar mucho más fácil, liberando la mano izquierda. Esta vez sí gritó y su cuerpo entero se estremeció, pero no se dio ni un minuto para procesar el dolor antes de levantarse a punta de tambaleos y correr hacia Dorian.

También estaba encadenado con hierro solar, por lo que, al no poder liberarlo, solo puedo aferrarse a su rostro con manos temblorosas. Estaba frío, helado, respiraba con dificultad... Estaba muriendo.

—Dorian —llamó y palmeó su mejilla—. Dorian, por favor, abre los ojos.

Recorrió su cuello en busca de su pulso, encontrando unas muy leves pulsaciones que apenas le eran perceptibles.

—¡Dorian! —insistió, mirando las cuchillas en sus brazos. Si las quitaba solo se desangraría más rápido, no podría curar heridas tan graves o la falta de sangre y tampoco podía marcarlo como su presa para darle parte de su fortaleza vampírica puesto que no necesitaba una todavía—. No, no, no... ¡No!

—Será un gran pago —irrumpió una voz amortiguada.

Viktor se dio la vuelta y se halló con un hombre vestido del cuello a los pies con una túnica negra, pero lo más bizarro era la máscara del doctor de la plaga que llevaba puesta. ¿Acaso él era...?

—¿Eres El Salvador? —cuestionó con animosidad, permaneciendo cerca de Dorian para protegerlo.

—Lo soy —confirmó y colocó su atención sobre Dorian—. Le queda poco de vida.

Viktor peló los dientes, mostrando sus afilados caninos.

—¡¿Qué es lo que quieres de él?! —preguntó, desesperado.

—Ya te lo he dicho, será un gran pago —explicó—. Podré pagarle al Padre Común su generosidad cuando todo esto termine.

Viktor, temeroso, retrocedió más hacia Dorian.

—¿A qué te refieres con que todo esto termine? —indagó. Ya sabía la respuesta, pero no quería aceptarla.

El Salvador no contestó su pregunta, en cambio, se aproximó con pasos lentos y ladeó la cabeza.

—No quieres perderlo —señaló—, pero tampoco te das cuenta de que tú puedes salvarlo.

Viktor amplió los ojos.

—¿De qué hablas? —musitó, incrédulo. ¿Había otra opción que pasó por alto?

El Salvador, con su espantosa máscara, volvió a enfocarse en Viktor.

—Conviértelo.

Viktor se tornó boquiabierto.

—¿Qué...?

—Conviértelo, Viktor —repitió, acercándose más y más al petrificado vampiro—. Conviértelo en un monstruo como tú.

Viktor volvió a mirar a Dorian. Estaba tan pálido, frío, su corazón cada vez latía más lento y la sangre en sus venas ya no bombeaba como antes. No había alternativas para salvarlo, estaba al borde de la muerte y sabía, sabía demasiado bien que no existía una manera humana de prevenir su muerte.

Cerró momentáneamente los ojos y fue azotado por recuerdos de Matthias, su primer amor que pereció trágicamente aunque él lo mordió e intentó salvarlo. Luego recordó el cuerpo muerto de Dorian de aquella noche, lo que sintió, lo doloroso que fue. No quería repetir la historia... No podía.

Con pasos decididos, Viktor acortó toda la distancia entre él y Dorian y volvió a aferrarse a sus mejillas. Pegó sus frente y luego le dio un suave beso en los labios.

—Perdóname por esto, pero no puedo perderte otra vez —susurró a su oído, colocando su cabello detrás de su oreja.

Viktor exhaló de manera trémula y mordió su propio antebrazo para beber su sangre, la acumuló en su boca y se aproximó a Dorian, lo besó en los labios y lo obligó a tragar su sangre, demasiado débil para beber por su cuenta. El espeso líquido carmesí quedó impregnado en los pálidos labios del azabache.

Lágrimas se formaron en los ojos de Viktor y un sentimiento de culpa lo invadió. ¿Acaso esta era la mejor decisión? ¿Acaso esto era lo que Dorian querría? Lo volvería un vampiro y eso significaría muchas cosas, muchas tragedias y pérdidas, incluso el final de su relación puesto que los vampiros no podían estar con otros vampiros dado que necesitaban alimentarse de amor humano.

Un silencioso sollozo escapó de entre sus labios y apoyó su frente contra el pecho de Dorian, oyendo sus cada vez más débiles latidos. Tenía que hacerlo. Tenía que darle esta segunda oportunidad a su amado.

—Prefiero vivir en un mundo donde no estemos juntos, a uno en donde no existas —musitó entre lágrimas.

Apartó la camisa y el cabello de Dorian de su cuello, e inclinó la cabeza hacia este. Le dio un último beso y, sin más preámbulos, lo mordió. Encajó sus largos colmillos en su piel, haciéndolo sangrar más. Bebió lo menos que pudo de su sangre y se apartó, habiendo casi terminado con el ritual de transformación.

Retrocedió un paso y, sin quitar su atención del cuerpo de Dorian, ordenó:

—Despierta.

Los ojos de Dorian se abrieron de golpe, sus iris estaban color guinda y sus pupilas afiladas. Su cuerpo entero se estremeció y soltó un grito de agonía que hizo que Viktor se encogiera sobre sí mismo. Escuchó los huesos de Dorian tronar, cada centímetro de su cuerpo emitía terribles sonidos, cambiando por completo cada filamento, cada célula, transformándolo en un ser semi inmortal... un monstruo.

Continuó gritando de puro dolor y las cadenas que lo aprisionaban fueron liberadas por El Salvador con un chasquido de sus dedos. Dorian cayó y Viktor se apresuró a atraparlo entre sus brazos, estrechándolo contra su pecho mientras este se retorcía de sufrimiento.

—Lo siento, perdóname... —musitó, balanceándose de adelante hacia atrás, acariciando su cabello, tratando cualquier cosa que redujera su agonía—. Perdóname, Dorian.

La crueldad culminó cuando Dorian se quedó inmóvil en sus brazos, con los ojos cerrados y la cabeza apoyada sobre su hombro. Viktor miró su rostro, tan tranquilo que parecía dormido, y aprovechó esos instantes para desenterrar las cuchillas en sus brazos. Las heridas curaron con rapidez, sin dejar ni una sola marca más allá de la sangre seca en su piel.

—¿Dorian? —llamó en voz baja, acunando su rostro.

Dorian arrugó las cejas y abrió los ojos lentamente. Su mirada estaba nublada, no parecía estar consciente del todo, pero lo que llamaba la atención de Viktor no era eso, sino que sus iris no eran completamente guindas como los de cualquier vampiro, era una extraña combinación entre guinda y dorado.

«Una Anomalía vampírica». Pensó.

Dorian solo pudo mirar a Viktor, parecía que iba a decir algo, pero en ese momento volvió a caer inconsciente. Estaba débil por la transformación y necesitaba sangre humana para completar del todo la transición.

—Lo salvaste, Viktor —susurró la voz del Salvador a su oído—. Y de paso a mí también.

Viktor estaba por voltear la cabeza, pero se encontró con que no podía moverse de su sitio. Estaba bajo un hechizo.

Escuchó al Salvador exhalar y luego, con el rabillo del ojo, lo vio aventar su horrible máscara a unos metros de ellos.

—¿Me recuerdas? —preguntó, su voz sonaba muy diferente sin la máscara, casi humana—. ¿Recuerdas mi voz?

Viktor tragó saliva y apenas pudo separar los labios para contestar entre dientes:

—No sé quién eres.

—Mi querido Viktor, soy yo. —Se aferró a su mentón y giró su cabeza, viéndose frente a frente por primera vez—. Soy Matthias.

Viktor sintió que la vida misma se le escapaba de entre las manos. Ahí, frente a él, se hallaba un fantasma de su pasado que juraba muerto y enterrado, pero aquello probó ser una mentira cuando vio la cara de Matthias Harker, de su Matthias Harker, su primer amor. La mitad de su rostro se veía casi igual, su cabello castaño y uno de sus ojos del precioso color verde, pero la otra mitad estaba deformada por la terrible cicatriz de una quemadura y su ojo era negro como el vacío.

—Matthias... —susurró, incapaz de decidir cómo debía sentirse al respecto. Tenía tantas preguntas y estaba librando decenas de batallas internas.

Matthias esbozó la misma sonrisa que le conocía, y acarició su mejilla.

—Te extrañé, mi amado Viktor.

 —Te extrañé, mi amado Viktor

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No me maten, por favor. Juro que era necesario para la trama 🛐

¡Muchísimas gracias por leer! 💛

Vampire AnomalyWhere stories live. Discover now