IV. Cuarto Misterio

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Aemond no acostumbraba a tocarse... ni siquiera recordaba la última vez que lo había hecho... ¿tal vez cuando era adolescente? No. Tenía que ser después de eso...

En ocasiones había tenido sueños húmedos, si. Incluso había despertado y se había dado cuenta que había eyaculado al dormir pero... normalmente no era algo que fuera cotidiano.

Su mano subía y bajaba lentamente por su tronco y pronto sintió calor. La pijama comenzaba a estorbarle y parecerle irritante. Como si fuera de pronto hecha de espinas o algo así. Era molesta.

Hizo una pausa para poder desnudarse. Su cabello blanco cayó por sus hombros después de quitarse la playera y el vello de su pubis brilló un poco con la suave luz de la noche.

Lucerys se preguntó a sí mismo el por qué el sacerdote recortaba su vello si no tenía sexo con nadie. Le parecía algo extraño... pero no importaba demasiado. Lo tenía donde quería.

El cura intentaba recordar su sueño. Había sido muy vívido y ese chico tenía un rostro increíblemente hermoso. No quería olvidarlo... y la voz que tenía... la forma en que gemía y suspiraba...

Podía recordar pequeños flashazos del sueño. El cómo se había mojado para el, la forma en que sus pezones se habían erizado, la temperatura de su cuerpo... pero el rostro se iba borrando lentamente de su cabeza.

Joder... — maldijo el albino y Lucerys levantó las cejas. ¿Estaba tan frustrado que estaba soltando palabrotas?

Lucerys lo observaba curioso y decidió ayudarlo un poco. Le mostró en su mente el cuerpo del chico que en realidad era él mismo y Aemond jadeó un poco más fuerte cuando de su punta brotó una gotita de presemen. Parecía algo urgido.

Su musculatura se contraía en espasmos y el demonio pensó que no entendía cómo es que un sacerdote tenía un cuerpo tan definido con tan precario cuidado que le daba a su alimentación... si, trabajaba mucho para la iglesia y participaba en muchas obras... pero eso no sería suficiente considerando lo mal que comía... ¿Tal vez buena genética...?

Aemond cerraba y apretaba los ojos y su mandíbula. Podía ver cómo el chico se retorcía en su mente. Su imaginación estaba siendo muy vivida a esas horas de la noche... pero su necesidad de alivio no lo hizo cuestionarse.

Podía imaginarlo perfectamente. El chico tendido frente a él, tal vez su aroma incluso... dulce, limón y un poco de sal de mar... delicado pero presente... recordó la sensación de la humedad del chico... algo que no era posible en la realidad pero vaya que lo había excitado en su cabeza. Su temperatura caliente y su piel suave y tersa... el color de sus pezones...

Se imaginó mordiéndolos suavemente, succionandolos y sintiendo la textura entre sus dientes. Seguramente el chico arquearía su espalda y gemiría con esa voz tan bella y dulce que tenía... esa voz llena de placer. Aunque no podía recordar bien cómo sonaba...

La mano del albino se movía mecánicamente de arriba a abajo prestando mayor atención a la punta que para entonces, estaba bastante lubricada con su presemen y facilitaba el movimiento. Sintió cómo su miembro se endurecía ahora más, justo en el momento en que Lucerys le hizo escuchar la voz suave y delicada del chico. Aemond se retorció un poco pero curvó las cejas. Había sido muy sexy, si. Pero no era la voz correcta. El chico tendría que tener otra voz... no tan... evidentemente sexual. Eso no le ponía y lo estaba descubriendo. Se dio cuenta que no le gustaba sentir que alguien fingía... quería poder al menos en su fantasía, lograr sacar una voz auténtica de satisfacción y deseo.

Lucerys pensó que el sacerdote era alguien muy interesante... con gustos muy específicos aún si él no era practicante habitual de las artes lascivas. Decidió provocarlo entonces un poco más y se acercó a Aemond solamente para susurrarle un gemido suave con su propia voz. El sacerdote no podría verlo y pensaría que es su propia mente imaginando el sonido.

Fuego infernalWhere stories live. Discover now